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– Ya lo veo, señora, pero ¿por qué se pintaban de azul?

– Nuestros guerreros creían que aunque el enemigo pudiera matarles y arrebatarles sus posesiones, si iban pintados de azul no podrían robarles su honor y su dignidad. Britania no es una tierra salvaje. Hemos formado parte del Imperio más de cuatrocientos años, Zeno. Mi propia familia descendía de un tribuno romano que fue allí con el emperador Claudio.

– Veo que tengo que aprender mucho acerca de los britanos, señora. Espero que compartiréis vuestros conocimientos conmigo. Valoro en gran medida el conocimiento -declaró Zeno.

Durante los siguientes días Cailin exploró su nuevo ambiente. Villa Mare se parecía mucho a su hogar de Britania; era una sencilla pero confortable villa en el campo. El atrio tenía un pequeño estanque cuadrado con peces y a ella le gustaba sentarse allí durante el calor del día, cuando en el exterior no se estaba demasiado bien. Su dormitorio era espacioso y aireado. No había más que una docena de sirvientes, todos ellos ya mayores. Era evidente que el general Aspar enviaba a Villa Mare a los esclavos que deseaba retirar, pues allí disfrutarían de una vida más sencilla y fácil. Parecía un acto de bondad, y con ello creció la curiosidad que sentía por el hombre que la había rescatado de Villa Máxima; pero, al parecer, no se le esperaba pronto. Era como si, deliberadamente, la dejara en soledad para que se recuperara de la difícil prueba que había afrontado en los últimos meses. Si era así, Cailin le estaba agradecida.

Zeno se quedaba fascinado con las historias que ella le contaba de Britania. Al parecer, nunca había estado en ninguna otra ciudad aparte de Constantinopla y sus aledaños. A Cailin le sorprendió descubrir que a pesar de su posición social era un hombre muy culto. Sabía leer y escribir latín y griego, y también llevar las cuentas. Le contó que había sido educado con el hijo de un noble de la corte de Teodosio II y había llegado al hogar del general Aspar cuando su amo había muerto lleno de deudas; entonces él, junto con los otros esclavos de la casa, fueron vendidos.

– Vos no nacisteis esclava, mi señora -le dijo Zeno un día.

– No -respondió ella. -Fui traicionada por una mujer a la que creía amiga. Hace un año yo estaba en Britania y era esposa y futura madre. Si me hubieran dicho que éste sería mi destino, jamás lo habría creído, Zeno. -Sonrió levemente, casi para sí. -Algún día regresare a casa y me vengare de esa mujer. ¡Lo juro!

Era evidente que aquella joven pertenecía a la clase alta, pero como Zeno había nacido esclavo, hijo y nieto de esclavos, no hizo más preguntas. Habría sido presuntuoso por su parte y no podía, a pesar de su curiosidad, cambiar los hábitos de toda una vida. No importaba que ella también fuera esclava. Era una esclava que había nacido patricia. Era superior a él, a pesar de su juventud.

– Háblame de tu amo -pidió Cailin.

– ¿No le conocéis? -dijo Zeno. -Qué curioso.

– Ni siquiera sé qué aspecto tiene -admitió ella con inocencia. -El amo de la casa en que servía vino a mí una mañana y me dijo que el general Aspar me había visto y admirado y me había comprado. Entonces me enviaron aquí. Todo me resulta muy extraño.

Zeno sonrió.

– No -dijo. -Es el tipo de cosa que él haría, señora. Los que estamos con él hace tantos años conocemos su buen corazón, aunque no tiene fama de ello. La tendría si fuera emperador de Bizancio, señora, pero en cambio colocó a León en el trono.

– ¿Por qué?

Indicó a Zeno que se sentara con ella junto al estanque del atrio, alentándole a proseguir.

– Desciende de los alanos, señora. En otro tiempo fueron un clan nómada dedicado al pastoreo que vivía más allá del mar Negro. Los alanos fueron expulsados de su tierra por los hunos, una fiera tribu guerrera que hasta hace poco era gobernada por un animal llamado Atila. Aunque el general es cristiano, es un cristiano ario. Mientras que los cristianos ortodoxos creen que su Santísima Trinidad (el Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) son uno y trino, los arios creen que el Hijo es un ser diferente de Dios Padre y lo subordinan a él.

»Discuten una y otra vez la doctrina. Aunque algunos de nuestros emperadores se sienten atraídos pe los arios, la Iglesia ortodoxa se mantiene firme en Bizancio. No dejarán que un cristiano ario reconocido sea emperador. Sinceramente, no creo que él quiera serlo, señora. El emperador no es un hombre libre. Preferiría ser un hombre libre que monarca.

– ¿Tiene esposa? ¿O hijos? -preguntó Cailin.

– Durante muchos años el general estuvo casado con una buena mujer de Bizancio, Ana. En el primer año de su matrimonio tuvieron un hijo, Ardiburio, luego una hija, Sofía. Hace nueve años la señora Ana tras muchos años de esterilidad, dio a nuestro amo su segundo hijo varón, Patricio. El parto la debilitó y permaneció inválida hasta su muerte hace tres años. Villa Mare se compró para ella, porque se creyó que el aire del mar le resultaría saludable.

»Creíamos que el general seguiría sin pareja, pero el año pasado volvió a casarse. Sin embargo, se trata de una alianza política. La señora Flácida es viuda y tiene dos hijas casadas. Ni siquiera vive en la casa de nuestro amo en la ciudad, sino que sigue en el hogar que tuvo durante años. Es una mujer de la corte con poderosas conexiones, pero me temo que resulta una pobre compañía para el general. El está solo.

– El problema con los siervos viejos y valiosos, -dijo una voz profunda- es que saben demasiadas cosas de uno y son dados a la conversación ociosa.

Zeno se levantó al instante y se arrodilló ante el hombre que había entrado en el atrio, besándole el borde de la capa.

– Perdone a un viejo necio, mi señor -dijo, y añadió: -¿Por qué no enviasteis recado de que veníais?

– Porque esta casa siempre está en perfecto orden para recibirme, Zeno -respondió Aspar, ayudando al anciano a ponerse en pie. -Ahora ve y tráeme un poco de vino fresco, el vino chipriota, pues el viaje ha sido largo y caluroso. -Tras despedir al criado, se volvió a Cailin: -¿Has descansado bien?

– Gracias, mi señor -respondió ella tratando de no mirarle fijamente.

– ¿Zeno se ha ocupado de que estuvieras cómoda? -preguntó él.

«Qué hermosa es», pensó. La había comprado en un impulso, por piedad, pero ahora se daba cuenta de que quizá no había sido tan necio. Hacía mucho tiempo que ninguna mujer le había hecho latir el corazón con violencia y encenderle la entrepierna de puro deseo.

– No me han tratado más que con amabilidad, mi señor -contestó Cailin con voz suave.

«Es un hombre muy atractivo», pensó, comprendiendo al ver su mirada el lugar que ocuparía en aquella casa.

– Dadme la capa -se ofreció, desabrochando el botón de diamante de la prenda y dejándola a un lado.

Él era cuatro o cinco centímetros más alto que ella; no tan alto como Wulf o el trío de hombres del norte, pero tenía un cuerpo sólido y robusto. Era evidentemente un general que se mantenía en tan buena forma como se exigía a sus hombres.

– ¿Qué perfume llevas? -preguntó él.

– No llevo ningún perfume, mi señor, pero me baño cada día -respondió Cailin, nerviosa, apartándose un paso de él. -Probablemente es el aroma del jabón lo que permanece en mi piel.

– Una vez haya tomado el vino nos bañaremos juntos. El viaje ha sido caluroso y en la ciudad aún hacía más calor. ¿Te gusta estar cerca del mar?

– Me crié en el campo, mi señor, y viví allí hasta que llegué a Constantinopla. Lo prefiero a la ciudad -respondió con calma, pero el corazón le latía con fuerza. «Nos bañaremos juntos.» Si antes había albergado alguna duda respecto a qué lugar iba a ocupar allí, ahora ya no le quedaba ninguna.

Zeno regresó con el vino y Aspar se sentó en el banco de mármol junto al estanque, bebiendo a sorbos la bebida fresca y apreciándola. Cailin permaneció callada a su lado, observándole. Tenía el pelo castaño oscuro, moteado de plata; lo llevaba corto y peinado a la manera militar. La mano que sujetaba la copa era grande y los dedos largos y de aspecto fuerte. Llevaba un gran anillo de oro en el dedo medio. El rubí que ostentaba estaba tallado en forma de águila de dos cabezas, el símbolo de Bizancio.