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La voz de Aspar la devolvió al presente.

– ¿Me encuentras hermoso como yo a ti? -le preguntó.

– Sí -respondió ella con voz suave.

Era un hombre atractivo y Cailin no veía razón para no reconocerlo.

– Coge el rascador y ráscame -ordenó él. -Estoy muy sucio del viaje. Los caminos están llenos de polvo en esta época del año.

Cailin cogió el utensilio de plata y empezó a rascar el sudor y la mugre que el viaje al calor del día había depositado en la piel de Aspar. Ella había observado trabajar a las encargadas del baño en Villa Máxima, pues Casia le había advertido que los hombres con frecuencia deseaban ser servidos así por sus amantes. Lentamente, con cuidado, Cailin le fue restregando, pasando de los hombros al pecho, de los brazos a la espalda y por fin las piernas.

– Tienes mucha habilidad para esto -musitó él con voz suave mientras ella se arrodillaba ante él, pasándole con cuidado el utensilio por los muslos.

– Soy novata en esta tarea -dijo ella, -pero me alegra complaceros, mi señor.

Le enjuagó con una jofaina de agua caliente sacada de la piscina y él cogió el rascador.

– Ahora te rascaré yo a ti -indicó él con voz baja.

Cailin se quedó muy quieta mientras él le pasaba el rascador por su delicada piel. Encontraba encantador ese juego. La moderación de aquel hombre al reclamar sus derechos la tranquilizaba. Suspiró y, volviéndose a él, dijo:

– Ahora, mi señor, os lavaré antes de entrar en la piscina.

Él se quedó de pie en una de las conchas vaciadas en el suelo. Cailin colocó a su lado una jarra de alabastro de suave jabón y cogió una esponja natural. La mojó con un poco de jabón de la jarra y lo derramó sobre los hombros de Aspar, utilizando después la esponja. Despacio, con esmero, le lavó, ejecutando los movimientos de manera eficaz, añadiendo más jabón y frotándole la espalda. Se sonrojó al lavarle el miembro viril, pero él no dijo nada y permaneció inmóvil mientras ella se aplicaba. Cailin se puso de pie y le pasó la esponja por el vientre y el pecho. Cuando terminó, volvió a enjuagarle con agua caliente, aliviada de que la dura prueba hubiera terminado. Nunca había bañado a un hombre. Wulf siempre se bañaba solo, normalmente en el arroyo que discurría cerca de su casa, incluso en invierno.

– Ahora podéis entrar en la piscina -indicó a Aspar.

– No -dijo él, y le cogió la esponja de la mano. -Antes tienes que bañarte tú, belleza mía. -Se inclinó y enjuagó la esponja en el recipiente de bronce y volvió a empaparla con agua limpia.

– Puedo bañarme sola -replicó ella.

– Estoy seguro de que así es -dijo él, divertido, -pero no me negarás el placer que servirte me proporcionará, ¿verdad? -Sin esperar respuesta, hundió sus dedos en la jarra de alabastro y empezó a echarle jabón lentamente sobre los hombros y la espalda. El movimiento lento y circular de la esponja sobre la piel era casi hipnotizante de tan sensual. Le pareció que notaba los labios de Aspar rozarle la nuca y luego la esponja jabonosa trazó círculos, confundiéndola. Arrodillado, él le lavó las nalgas, besándolas antes, y luego pasó a las piernas. -Vuélvete -dijo con voz suave.

Ella obedeció; su cuerpo ya empezaba a sentir la fuerza del deseo. Qué placentero le resultaba todo aquello. Bañarse con un hombre era de lo más agradable.

Aspar le levantó el pie izquierdo y se lo lavó; luego el derecho. La esponja ascendió lentamente por sus piernas, que mantenía apretadas con fuerza. Con suavidad él las separó y la esponja se deslizó sobre la sensible piel. Cailin volvió la cabeza y desvió la mirada. No estaba acostumbrada a ver su monte de Venus tan rosado y suave, desprovisto de sus pequeños rizos, pero Joviano le había asegurado que sólo los hombres, los campesinos y los salvajes conservaban este vello corporal. La mujer ha de ser sedosa en todo su cuerpo. El estómago se le hizo un nudo cuando la mano de Aspar le pasó la esponja por aquella zona. Cerró los ojos mientras él la frotaba con suavidad.

Cailin ahogó un grito, sobresaltada, cuando la mano del general la inclinó suavemente hacia adelante y su boca se cerró sobre el pezón derecho. Lo mordisqueó levemente y luego lo chupó con fuerza mientras con la mano izquierda le acariciaba y luego aplastaba el otro seno hasta que las rodillas de Cailin empezaron a flaquearle. Él se puso en pie y la estrechó con fuerza [buscando la boca de ella, y al encontrarla le dio un apasionado beso que la dejó sin aliento. Luego sus ojos grises la mantuvieron hechizada mientras la enjuagaba lentamente, asegurándose de que todo el jabón desaparecía. Por fin dejó la jofaina en el suelo, cogió a Cailin de la mano y juntos descendieron los escalones de la piscina.

El agua cálida les lamió suavemente el cuerpo. Cailin se sintió débil al penetrar de pronto en el calor. Al ver lo pálida que estaba, él la atrajo hacia así. Cuando notó que temblaba, Aspar dijo en voz baja, mientras empezaba a depositar pequeños besos en todo su rostro:

– No quiero que tengas miedo, Cailin, pero has de saber que quiero hacer el amor contigo. ¿Sabes lo dulce que puede ser hacer el amor entre un hombre y una mujer? No aquel brutal acoplamiento que estabas obligada a soportar en Villa Máxima, sino la auténtica pasión entre amantes. Dime, ¿eras virgen cuando llegaste a Constantinopla, o algún otro amante te inició en la maravillosa dulzura que dos personas pueden crear?

Le mordisqueó con ternura el lóbulo de la oreja y luego la miró a los ojos.

– Yo… tenía esposo -respondió ella.

– ¿Qué le ocurrió? -preguntó Aspar.

– No lo sé, mi señor. Me traicionaron y me vendieron como esclava -dijo, y le relató su historia brevemente. -Joviano dice que probablemente le dijeron a Wulf que yo había muerto -dijo para terminar. Varias lágrimas le resbalaron por las mejillas. -Creo que tiene razón. Sólo me gustaría saber qué le ocurrió; nuestro hijo. Temo que Antonia lo vendiera también; nuestro hijo era fuerte. ¡Sé que todavía vive!

– No puedes cambiar el pasado -repuso él sabiamente. -Lo comprendo mejor que nadie, Cailin. Si confías en mí, te daré un feliz presente y tu futuro será lo único que desearás.

– Me parece, mi señor, que no puedo elegir.

«Confiar -pensó con ironía. -¿Por qué los hombres siempre están pidiendo que se confíe en ellos?»

– Oh, belleza mía -exclamó él con una sonrisa- Siempre podemos elegir. Sólo que a veces las alternativas no son particularmente agradables. Sin embargo las tuyas lo son. Puedes amarme ahora o puedes amarme más adelante.

Cailin rió entre dientes.

– Vuestras alternativas, mi señor, guardan una gran similitud.

Aquel hombre le gustaba. Era amable y tenía sentido del humor. Aunque era poderoso no mostraba actitudes desagradables.

Él sonrió a su vez. Ella le excitaba de un modo en que ninguna otra mujer jamás lo había hecho, ni siquiera su querida Ana. Había pasado mucho tiempo desde que verdaderamente había deseado una mujer, aunque visitaba Villa Máxima con regularidad. Creía que el hombre no debía permitir que sus humores permaneciesen reprimidos demasiado tiempo; hacerlo enturbiaba el cerebro y lo volvía irritable. Sin embargo, al contemplar a aquella hermosa joven que tenía ante él, sabía que jamás volvería a visitar Villa Máxima.

– Me gusta cuando ríes, belleza mía -dijo con ternura.

– Y a mí me gusta cuando vos me sonreís, mi señor -respondió ella, y entonces le besó en los labios, deprisa y sin pasión pero con dulzura.