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– ¿Qué es eso que me han dicho de Aspar? -ronroneó.

– ¿Qué es lo que has oído, cariño?

– Se dice que ha cerrado su palacio y que ahora vive en el campo -dijo la emperatriz. -¿Es cierto?

– No lo sé, querida hermanita -respondió Basilico. -Hace meses que no veo a Aspar fuera del trabajo. Sólo le veo cuando tenemos asuntos que atender juntos, lo cual no ocurre con frecuencia. ¿Por qué te interesa saber dónde vive Aspar, Verina? Aunque es responsable de la ascensión de León, nunca has mostrado particular interés por él. Sé bien que su presencia te irrita pues sólo sirve para recordarte que él es el responsable de tu buena fortuna.

– Se dice que una mujer vive con él, Basilico -dijo la emperatriz, sin hacer caso de la astuta observación de su hermano. -Sabes que la esposa de Aspar, Flacila, es amiga mía. Me molestaría que Flacila se viera turbada por los pecadillos de su esposo.

– Tonterías, hermana, simplemente estás muerta de curiosidad -replicó Basilico. -Si realmente Aspar está viviendo con alguna amante, nada te complacería más que insinuarlo al oído de Flacila, encolerizándola con ello. Sabes que Aspar sólo accedió a casarse si ella guardaba discreción en sus pequeñas aventuras y no volvía a avergonzar a su familia. Aspar no es un hombre que instale a una amante en su casa, pero si realmente lo ha hecho, viviendo en el campo está intentando ser discreto. Además, no hay nada de malo en que un hombre tenga una amante, Verina. En mi opinión, nuestro buen general se merece algún placer en la vida. Jamás lo obtendrá de tu querida amiga Flacila, que tiene amantes como algunas mujeres tienen flores en el jardín, y con menos discreción, añadiría.

– Flacila todavía es joven. Tiene bastantes años menos que su esposo -observó la emperatriz. -Aspar no podría estar a su altura, te lo aseguro.

– Ella es la que no podría estar a la suya -replicó Basilico con una carcajada. -Aspar tiene fama de amante prodigioso, querida hermanita. Una muchachita de dieciocho años no podría seguirle, según fuentes dignas de confianza. Además, Flacila tiene dos hijas mayores. No está en la flor de la juventud.

– Tuvo a sus hijos a los quince y dieciséis años -dijo Verina en defensa de la mujer. -Ellas tenían quince y dieciséis cuando las casó el año pasado. Eso significa que tiene treinta y dos. Aspar es al menos veinte años más viejo. Si ha tomado una amante, mi pobre Flacila será el hazmerreír de toda Constantinopla. ¡Tienes que averiguarlo!

– ¿Yo? -preguntó Basilico horrorizado. -¿Cómo quieres que lo haga?

– Ve a visitar a Aspar a su casa de campo. Quizá esos rumores no son más que eso, rumores, pero si son ciertos debo informar a Flacila antes de que sea avergonzada ante la corte.

– ¿Ir al campo? ¡Verina, detesto el campo! Hace años que no salgo de la ciudad. En el campo no hay nada que hacer. Además, Flacila debería estar encantada de que Aspar tenga una amante. Eso le mantendrá ocupado y distraído y no se interesará tanto por sus asuntos. Ella estuvo a punto de causar un gran escándalo la semana pasada, cuando el joven gladiador con el que se había estado divirtiendo decidió que estaba enamorado de ella después de que ella tratara de sacárselo de encima.

– No me había enterado de eso -repuso la emperatriz, molesta y curiosa porque su red de espías no le habían informado de esta interesante noticia. -¿Qué sucedió, Basilico? Veo que conoces todos los detalles. Dímelo enseguida o haré que te dejen ciego.

Él rió y se sirvió otra copa de vino antes de empezar.

– Bueno, mi querida hermana, tu amiga Flacila se llevó a la cama a un joven gladiador al que había conocido en los juegos de primavera. Un tracio llamado Nicoforo; bastante corpulento, pero sus músculos eran irresistibles, supongo. Como es habitual en Flacila, al cabo de unos meses la intimidad empezó a engendrar desprecio. Así pues, se cansó del musculoso Adonis y, además, sus ojos se habían fijado en Miguel Valens, el joven actor. Nuestra Flacila volvió a recibir la flecha de Cupido.

– ¿Qué le ocurrió al gladiador?

– Les pilló en el mismo lugar de cita que Flacila había compartido con él en otro tiempo. No tiene mucha imaginación, ¿verdad, hermanita? A ti se te habría ocurrido elegir otro lugar para dar rienda suelta a tu pasión, pero no, ella fue al mismo sitio. Nicoforo, informado por alguna alma perversa, les encontró allí. Estaba hecho una furia y se puso a aporrear a la puerta de la habitación en la que se encontraban tu amiga y su amante. Al final la derribó.

«Miguel Valens, que no es ningún héroe, temeroso de que pudieran estropearle su bello rostro, escapó por una ventana, desnudo como su madre lo trajo al mundo, según me han dicho, y dejando sola a la semidesnuda Flacila para que se enfrentara al ultrajado gladiador. Él se puso a gritar contra ella, maldiciéndola y llamándola puta. Por fin el posadero llamó a un guardia, quien persiguió a Nicoforo mientras éste corría gritando tras la litera de Flacila, que se abría paso por las calles a una velocidad inusualmente rápida. -Basilico rió. -El capitán de la guardia y sus hombres, por supuesto, fueron comprados por el patriarca. El escándalo fue acallado. Nicoforo fue enviado a Chipre. Menos mal que Aspar no se hallaba en la ciudad cuando esto sucedió. Advirtió a Flacila, antes de casarse, que si provocaba algún escándalo público la enviaría al convento de Santa Bárbara para que pasara allí el resto de su vida.

La emperatriz asintió.

– Sí, y el patriarca accedió a apoyarle llegado el caso. La familia Estrabo no está sólo un poco irritada por la conducta indiscreta de Flacila, y su paciencia tiene un límite. Mmmm, me pregunto qué uso puedo dar a esta información, pero por supuesto el rompecabezas estará incompleto hasta que sepa exactamente qué está sucediendo en la villa de Aspar. -Sus ojos ambarinos lanzaron un destello de maldad. -Te irás por la mañana, hermano.

Él se levantó con un gemido y besó la mano de su hermana.

– Los deseos de la emperatriz son órdenes para mí, pero Verina, espero que me hagas un favor a cambio de esta empresa que emprendo en tu nombre. ¡Recuérdalo!

– Siempre que sea razonable, Basilico -ronroneó ella sonriendo.

Era un buen hermano, pensó la emperatriz mientras le observaba partir con expresión afectuosa. Fuera lo que fuese lo que sucedía en casa del general, Basilico se enteraría de la historia completa, la analizaría y regresaría para contársela. Si ella no sabía decidir cómo utilizar esta información, él podría aconsejarla. Estaban muy unidos, siempre lo habían estado.

Basilico abandonó la ciudad al día siguiente temprano. Viajó en una cómoda litera, pues prefirió no montar a caballo a causa del calor. Para su sorpresa, pasó casi todo el viaje durmiendo y despertó cuando cruzaban las puertas de la villa. Zeno, el sirviente, le saludó cortésmente, reconociendo al príncipe de los días en que servía en la casa del general en Constantinopla.

– ¿Dónde está tu amo? -preguntó Basilico.

– Está paseando junto al mar, señor.

Basilico estuvo a punto de pedirle que enviara a un criado a buscar a Aspar, pero decidió que podría enterarse de algo de valor si cogía desprevenido a su amigo.

– Gracias, Zeno -dijo. -Indícame el camino.

Siguió al mayordomo por el atrio de la villa y por el jardín interior hasta salir a un gran jardín exterior que daba al Propontis y, más allá, a Asia.

– Hay un sendero, señor -señaló Zeno.

Basilico enfiló el camino de grava. Hacía un día maravilloso, con un cielo azul brillante y sin una sola nube. El sol de otoño era cálido, y alrededor los rosales exhibían una mezcla de capullos tardíos y grandes rosas rojas. Entonces les vio: Aspar y una mujer, riendo juntos en la playa. La mujer llevaba una túnica blanca e iba descalza, igual que su amigo, que iba vestido con una corta túnica roja. El mar estaba apacible, una mezcla de azul, aguamarina y verde que se extendía como un tejido iridiscente hasta las colinas de la otra orilla. Sobre ellos las gaviotas chillaban, lanzándose al agua y luego ascendiendo perpendicularmente en el aire inmóvil.