– Y además -dijo Basilico con voz suave, -tú la amas. No lamentes lo que no puedes tener. Coge lo que puedes tener. Tienes a Cailin y ella será tuya mientras la desees. Nadie te negará una amante, aunque Flacila proteste por ello. La corte sabe cómo es realmente tu esposa y nadie desea verte infeliz. ¿Comprendes, Aspar?
El general asintió con rostro inexpresivo.
– Lo comprendo. ¿Qué le dirás a tu hermana, Basilico? Tienes que contarle algo que la satisfaga.
Basilico rió.
– Sí. Verina es más curiosa que un gato. Bueno, le diré que te has llevado a la cama a una encantadora y bella amante, y que vives satisfecho con ella en Villa Mare para evitar el escándalo o cualquier altercado público con Flacila. Ella considerará que es justo a pesar de su «amistad» con tu esposa y ahí se acabará todo, supongo. Verina cree que no le miento, aunque a veces tengo que hacerlo para protegerla o para protegerme a mí. -El príncipe rió entre dientes. -Además, no mentiré, simplemente le diré la verdad. Pero ella no necesita conocer toda la historia. -Sonrió.
– No sé por qué León no te utiliza en el servicio diplomático -repuso Aspar con un destello en sus ojos grises.
– Mi cuñado no confía en mí -replicó Basilico. -Tampoco le gusto, me temo. Su alto cargo le ha hecho dejar de ser un hombrecillo meramente aburrido para convertirle en un hombrecillo aburrido que cada día se vuelve más recto y piadoso. Los sacerdotes le adoran. Tendrías que vigilar ese terreno o convencerán a León de su propia infalibilidad y de que los generales son innecesarios para el gran plan que Dios ha trazado para Bizancio.
– Puede que no te guste León, o que tú no le gustes a él -dijo Aspar, -pero es el hombre perfecto para ser emperador, y posee más sentido común del que supones. Por ahora carece de ego, aunque a la larga, como todos los hombres que están en el poder, el ego surgirá y le causará dificultades. Adora Bizancio, y es un buen administrador. Elegí al hombre adecuado, y los sacerdotes lo saben. Aunque me obligaron a hacer aquel pequeño trato para conseguir su apoyo, están satisfechos con León y también lo está el pueblo. Marciano nos dio prosperidad, y más paz de la que habíamos gozado en muchos años. León es su más digno heredero.
– Creía que no te importaba mucho la paz -observó el príncipe.
Aspar rió.
– Hace treinta años no había suficiente guerra para mí, pero ahora ya he llenado el cupo. Estoy en el ocaso de mi vida. No deseo nada más que vivir aquí en paz con Cailin.
– Que Dios te conceda ese deseo, Aspar, amigo mío. Me parece un deseo muy insignificante -confió Basilico al general. -Bueno, ¿vas a presentarme a esa exquisita muchacha, o he de regresar con la noticia de que ni he visto ni he hablado con la divina criatura que te ha hecho abandonar tu casa de Constantinopla?
CAPÍTULO 10
– ¿Es guapa? -preguntó la emperatriz a su hermano.
– Escandalosamente guapa -respondió Basilico sonriendo.
Había partido de Villa Mare a primera hora de la tarde el mismo día en que había llegado, apresurándose a regresar a la ciudad para informar a su hermana, que esperaba ansiosa sus noticias.
– ¿Tiene piel blanca? -siguió preguntando Verina.
– Tiene piel blanca y suave como una estatua de mármol, querida.
– ¿De qué color son sus ojos?
– Depende de la luz -dijo Basilico. -En ocasiones son como amatistas y en otras parecen violetas tempranas -respondió poéticamente.
– ¿Y el pelo?
Verina estaba cada vez más intrigada. Basilico no era un hombre que hiciera halagos fácilmente.
– Tiene el pelo castaño rojizo, una masa de pequeños rizos que le llega hasta las caderas. Lo lleva suelto y resulta muy atractivo.
– No me lo digas -repuso la emperatriz. -Sus rizos son naturales, estoy segura. Qué suerte tiene, pero ¿quién es?
– Una joven viuda, patricia de ascendencia romana, que procede de Britania -respondió él. -Es encantadora, Verina, y ama a Aspar. Si les vieras juntos, dirías que son una pareja felizmente casada.
– ¿Cómo llegó a Bizancio? ¿Una viuda, dices? ¿Su esposo era bizantino? ¿Tiene hijos? Vamos, Basilico, no me estás diciendo todo lo que sabes.
La emperatriz miró severamente a su hermano.
– Su esposo era sajón, según me han dicho. Perdieron a su hijo. No tengo ni idea de cómo llegó a Bizancio. De veras, Verina, ya fue bastante vergonzoso interrogar a Aspar para satisfacer tu curiosidad infantil. He hecho todo lo que he podido y no haré nada más -añadió irritado.
– ¿Cuántos años tiene la pequeña amante de Aspar y cómo se llama? -presionó la emperatriz. -Eso seguro que lo sabes.
– Tiene diecinueve años y se llama Cailin.
– ¿Diecinueve? -Verina dio un respingo. -¡Pobre Flacila!
– Flacila se merece lo que le pasa -espetó Basilico, ansioso por escapar del interrogatorio de su hermana antes de decir algo inconveniente. Por alguna razón, Verina le estaba poniendo nervioso.
Verina captó la intranquilidad de su hermano.
– Esta mañana he tenido visita -dijo con demasiada dulzura. -Probablemente no debería confiarte esto. Los hombres sois muy tontos en estas cosas, pero como es evidente que tú me ocultas algo, debo decírtelo para que hables libremente. Sabes que últimamente León raras veces visita mi cama. Escucha a sus clérigos, que declaran que las mujeres somos impuras, un mal necesario para la reproducción que, de no ser por eso, deberían ser evitadas. No sé cómo cree que le daré un hijo si no copulamos. Está muy bien que los sacerdotes le digan que rece para tener un heredero, pero para tener un hijo hay que hacer algo más que rezar. -La emperatriz enrojeció de ira, pero luego prosiguió con suavidad. -No me atrevo a coger un amante para satisfacer mis necesidades. La Iglesia considera malas las necesidades naturales de la mujer. No tengo auténtica intimidad, y como sabes se me vigila constantemente. He estado pensando en ello, y al final se me ha ocurrido. Si tengo que seducir a mi esposo para que regrese a mi cama, he de emprender una acción drástica. Comprendo que se supone que no debería saber de estas cosas, pero resulta que sí, y según me han dicho hay burdeles muy elegantes en Constantinopla. Decidí contratar a una cortesana para que me enseñara las artes eróticas que podrían tentar a León a cumplir con su deber como marido.
– ¿Que has hecho qué? -preguntó Basilico, atónito por la revelación de su hermana.
La buena esposa bizantina no debía conocer esas cosas. No sabía si consternarse o reír.
– Contraté a una cortesana para que me enseñara a ser más sensual -repitió Verina. -Flacila me ayudó. A veces visita un lugar llamado Villa Máxima. Allí ofrecen diversiones maravillosas y fantásticos jóvenes que se alquilan como amantes. ¿Lo sabías, Basilico? -Y mientras él la miraba boquiabierto, ella misma se respondió: -Claro que conoces Villa Máxima, querido hermano. En ocasiones eres uno de sus distinguidos parroquianos.
»Una de esas ocasiones fue varios meses atrás, cuando visitaste ese lugar en compañía de nuestro general. Representaban una obrita, peculiar y de lo más lasciva, dos veces a la semana, de cuya perversidad toda la ciudad hablaba. ¡Flacila dice que era fantástica! Ojalá yo hubiera podido verla, pero ¿cómo podía asistir a un lugar así, aunque fuera disfrazada? Seguro que alguien me habría reconocido. Él asintió.
– Habría sido imprudente, es cierto, Verina.
Ella le sonrió y retomó el hilo de su historia.
– La cortesana que me han enviado es una criatura adorable llamada Casia. Ella es quien me ha dicho que Aspar compró a los propietarios del burdel al miembro femenino de ese depravado espectáculo. ¿Una joven viuda, patricia, de antepasados romanos, procedente de Britania? ¿De veras, Basilico?