– Ella es exactamente como te la ha descrito, Verina. No me ha parecido necesario revelarte los desdichados meses que vivió como esclava, estado al que llegó no por su culpa. Aspar la liberó inmediatamente después de comprarla. Reconoció su sangre patricia y se compadeció de ella. Y ahora está enamorado de Cailin.
– No puedo creer que me hayas mentido, hermano -dijo la emperatriz poniendo mala cara.
– No te he mentido -replicó el príncipe con irritación.
– No me has contado todo lo que sabes. No puedo perdonártelo.
– No te lo conté porque no quería avergonzar a Cailin. Aspar no me lo habría dicho, pero la reconocí. Es un episodio que los dos querrían olvidar. Lo único que desean es vivir en paz en Villa Mare. -Se puso serio. -León nunca estará tan a salvo como para que no necesite a Aspar, hermanita. Si le ofendes, sabe Dios qué podría sucederos a ti y a tu familia. El Imperio ahora disfruta de una relativa estabilidad, pero nunca se sabe cuándo podría estallar la rebelión y el descontento entre las masas.
»Le diré a Aspar que conoces su secreto y cómo te enteraste. Mantendrás el secreto y así el general estará en deuda contigo, Verina. Eso te beneficiará más que cualquier satisfacción momentánea que pudieras obtener revelándole todo esto a Flacila Estrabo.
La emperatriz consideró las palabras de su hermano y luego asintió.
– Sí, tienes razón. La buena voluntad de Aspar es más importante para nosotros que su zorra esposa. Ahora tiene un nuevo amante, ¿lo sabías?, y esta vez lo ha elegido entre los de nuestra clase.
– ¿Ella te lo ha dicho? ¿Quién es, Verina?
– Justino Gabras. Vástago de la gran familia patricia de Trebisonda. Tiene veinticinco años y dicen que es muy guapo.
– ¿Qué está haciendo en Constantinopla, y qué ha hecho Flacila para seducirle? -se preguntó Basilico en voz alta, pero al ver el brillo en los ojos de su hermana supo que se lo contaría todo.
– Se dice -comenzó Verina- que Justino Gabras tiene un genio muy vivo. Ha matado a varias personas que consideró que le habían ofendido. Su última víctima, sin embargo, era primo del obispo de Trebisonda. Según me han contado fue necesario retirar de la escena al asesino lo antes posible. Dicen que la familia Gabras se vio obligada a pagar a la del obispo una buena compensación por la vida de su pariente. Justino Gabras fue expulsado de Trebisonda por un período de cinco años.
»En Constantinopla su crueldad ya se ha hecho conocida. Ha comprado una enorme mansión que da al Cuerno Dorado y una finca en el campo. Dicen que sus fiestas y diversiones rivalizan con las de los mejores burdeles de la ciudad. ¿Te sorprende que Flacila le haya conocido?
– Me sorprende que la Iglesia no interfiera -dijo el príncipe.
– Gracias a su generosidad hacia el favorito del patriarca, la Iglesia hace la vista gorda -declaró la emperatriz.
– Si Justino Gabras es todo lo que dices que es, creo que Flacila esta vez se ha enamorado -observó Basilico.
– Si es así, podría resolver muchos problemas. La familia Estrabo ya no tendría que preocuparse por la conducta de Flacila, ni Aspar tendría que cargar con ella.
– Y entonces podría casarse con su querida Cailin -dijo Basilico con indiferencia, observando la reacción de su hermana.
– ¿Casarse con la chica que conoció en un burdel? No, querido hermano, no se le permitiría. No tiene que volver a casarse, no sería apropiado que el primer patricio del Imperio, el mayor general de Bizancio, se casara con una muchacha que trabajaba en un burdel, por muy de sangre azul que fuera. El Imperio sería el hazmerreír y no podemos permitirlo -manifestó Verina.
Por supuesto, pensó Basilico con tristeza, jamás permitirían a Aspar que se casara con Cailin. ¿No se lo había dicho él mismo a su amigo? Aun así, cuando había oído lo del último amante de Flacila y su mala fama, había pensado que quizá el Imperio recompensaría a su hijo favorito con el permiso para casarse con la mujer a la que amaba, que le cuidaba con devoción y le amaba en su vejez. Basilico se consideraba mundano, pero a veces deseaba llevar una vida más sencilla.
El otoño dio paso al invierno. Los vientos soplaban del norte y en Villa Mare las contraventanas del pórtico estaban cerradas, mientras los braseros llenos de carbón caldeaban las habitaciones. Cailin y Aspar llevaban una vida tranquila. Parecía que sólo se necesitaban el uno al otro. No hubo más visitas a la villa después de la de Basilico aquel día de otoño. Ellos lo preferían así.
Aspar pasaba varios días cada semana en la ciudad, atendiendo sus obligaciones. Veía a menudo a su hijo mayor, Ardiburio, y un día, en el senado, éste le preguntó abiertamente a su padre:
– ¿Por qué cerraste nuestro palacio?
– Porque prefiero vivir en el campo -respondió Aspar.
– Dicen que tienes a una amante joven contigo.
Una leve sonrisa acudió a los labios de Aspar pero desapareció enseguida.
– Tienen razón -admitió a su hijo. -A diferencia de tu madrastra, yo prefiero llevar mi asunto con discreción. Cailin es una muchacha tranquila y prefiere el campo a la ciudad. Y a mí me gusta complacerla.
Ardiburio tragó saliva.
– ¿Te gusta, padre?
Aspar miró fijamente a su hijo, preguntándose adonde quería llegar. Por fin respondió:
– Sí, y a tu madre también le habría gustado.
– ¿No amas a Flacila?
– No, Ardiburio, no la amo. Creía que lo sabías desde el principio. Nuestro matrimonio fue por motivos políticos. Necesitaba que el patriarca aprobara a León y lo conseguí llevándome a Flacila del seno de su familia -explicó Aspar. -¿Qué quieres decirme, hijo? Nunca has sido hombre de muchas palabras. Eres un soldado, como yo. ¡Habla!
– Debes quitar a Patricio del cuidado de Flacila, padre. No debería seguir en su casa más tiempo.
– ¿Por qué?
– Tiene un amante perverso, padre. Un hombre rico y de una gran familia. Sé de buena tinta que ha corrompido a niños de sólo ocho años. Patricio tiene casi diez y cada día es más guapo. Es un niño encantador, como sabes, y siempre está dispuesto a caer bien. El amante de tu esposa todavía no le ha violado, pero últimamente ha mostrado un interés que no es sano. Mi fuente es de absoluta confianza, padre. Hay que proteger a mi hermano pequeño.
– Entonces debéis llevároslo tú y Zoé -dijo Aspar. -Sofía no está acostumbrada a los niños pequeños y él no le tiene ningún respeto. Patricio te adora, Ardiburio, y tu esposa sabe bien cómo tratar a los críos traviesos. Le diré a Flacila que Patricio necesita la compañía de otros niños y que he decidido entregároslo a ti y Zoé. Si lo digo así no parecerá una crítica. Supongo que su nueva distracción la mantendrá ocupada, así que no se ofenderá. Ya sabes que no puedo llevarme a Patricio a Villa Mare. Cailin le adoraría, pues tiene cualidades para ser madre, pero eso causaría la reacción que precisamente quiero evitar: un escándalo. ¿Lo comprendes, hijo mío?
– Sí, padre. ¿Te llevarás hoy mismo a Patricio? Hay que hacerlo lo antes posible. Ya he discutido con mi familia la posibilidad de que viniera con nosotros. Tu nieto David está encantado con la idea de tener a su tío en casa. Como es el mayor y tiene dos hermanas pequeñas, y el niño aún es un bebé, le resulta penoso.
– Le mimas demasiado -gruñó Aspar, -pero a pesar de ello parece un buen muchacho. Ahora tiene siete años, ¿no? Él y Patricio se llevarán bien. -Suspiró. -Aunque detesto tener que ver a Flacila, iré ahora mismo a buscar a Patricio. Vete a casa, Ardiburio, y dile a Zoé que al caer la noche iré a llevaros al niño.
El general abandonó el senado y, tras montar su caballo, cabalgó sin escolta por las calles de la ciudad hasta el hogar de su esposa. No necesitaba que ningún guardia le protegiera, y muchos viandantes, al reconocerle, le saludaban y le deseaban bien. El portero de la mansión de Flacila le saludó con agrado, y el sirviente, tras apresurarse a darle la bienvenida, envió un esclavo a su dueña para anunciar la llegada de su esposo.