Выбрать главу

– ¡Iré… a ver… a la emperatriz! -dijo entre jadeos. -¡Oooh…!

Justino Gabras disfrutó del grito sorprendido que dejó escapar ella cuando él salió de su templo de Venus y se metió en su templo de Sodoma. Justino la sujetaba con firmeza, dominando el débil forcejeo de Flacila, y se inclinó para darle un pequeño mordisco en el cuello.

– Serás el hazmerreír de Constantinopla, cielo. Todo el mundo te tiene por una puta, pero ahora te tendrán por una mala madre también. ¿Nunca te has preguntado por qué tus hijas no te visitan, Flacila? La familia de su esposo no les deja tener tratos contigo, según me han dicho… Aaahh…

Su lujuria estalló en el dolorido cuerpo de ella y, por fin, con un gemido de satisfacción, se retiró.

Flacila prorrumpió en llanto.

– ¿Por qué me cuentas estas mentiras? -le preguntó.

– Porque tienes un talento delicioso para la perversión que encaja con el mío, cielo. Apenas has arañado la superficie de tu perversidad, pero bajo mi tutela te convertirás en una maestra del mal. No llores. Eres demasiado vieja para hacerlo en público, y se te hincha la cara. No te miento, Flacila, cuando te digo que eres la mujer perfecta para mí. Quiero casarme contigo. Tienes relaciones familiares poderosas y yo he de quedarme en Constantinopla, por eso quiero una esposa como tú, querida. Una chica joven me aburriría. Se quejaría y lamentaría de mis gustos. Tú, por el contrario, no lo harás, ¿verdad?

– ¿Me dejarías tener amantes? -le preguntó ella.

– Claro que sí -respondió él, riendo, -porque yo también lo haré. -Le cogió la mano y se tumbaron en el diván. -¡Piénsalo, Flacila! Piensa en todo lo que podríamos compartir, y sin recriminaciones de ninguna clase. Incluso podríamos compartir amantes. Sabes que me gustan las mujeres y los hombres como a ti. ¿Vamos esta noche a Villa Máxima y elegimos un amante para los dos? ¿Qué me dices de uno de esos maravillosos norteños mudos de los que Joviano tanto alardea? ¿O quizá prefieres a Casia? ¿Qué respondes?

– Déjame pensar -dijo ella. -Oh, ojalá aquella chica que Joviano presentó en la primera de sus obras aún estuviera allí. Era tan hermosa, pero desapareció enseguida. Tú no viste la representación, porque todavía no estabas en Constantinopla, pero esa chica tenía a los tres norteños dentro de su cuerpo al mismo tiempo. Joviano nunca permitió que nadie disfrutara de ella, y luego de pronto desapareció. Nunca ha explicado qué sucedió. Quizá se suicidó. No parecía una prostituta.

– Entonces cojamos a los tres norteños, Flacila. Tú harás el papel de la chica para mí y también compartiremos a Casia -dijo, besándola. -Celebraremos así nuestro compromiso.

Flacila se incorporó.

– Mi familia jamás me permitiría divorciarme de Aspar y casarme contigo -dijo. -Valoran demasiado la influencia de Aspar. Aunque le obligaron a casarse conmigo para que apoyaran a León, han logrado muchas cosas por medio de su influencia, Justino. No renunciarán fácilmente.

– No preguntes nada a tu familia y pídele el divorcio a tu marido. Sospecho que él quiere pedírtelo, y quitarte al niño es el primer paso para deshacerse de ti. Una vez más Aspar te arrastrará al ridículo. ¡Golpea primero, cielo! Dudo que a él le importe nada mientras pueda librarse de ti.

– ¿Y si me lo niega? -preguntó. -Con Aspar nunca se sabe.

– Entonces acude a tu familia -respondió Justino. -Tu esposo no es un dios, Flacila. Seguro que tiene alguna debilidad que puedes aprovechar. ¿No te enteraste de nada durante el tiempo en que estuviste casada con él?

– En realidad le conozco muy poco. Nunca hemos vivido juntos, y mucho menos dormido. Es un enigma para mí.

– Entonces debes espiarle para enterarte de lo que necesitamos saber, porque he de tenerte yo o no te tendrá nadie.

Le dio un apasionado beso.

Tras una noche de depravación particularmente salvaje, Flacila despertó con la cabeza despejada y decidida.

– Envía un mensajero al palacio de mi esposo -indicó al sirviente- y dile que deseo visitarle esta mañana. Llegaré antes de mediodía.

– El general no está en su palacio, mi señora -informó el sirviente. -Lo cerró hace unos meses y ahora vive en Villa Mare. ¿Envío el mensajero al campo para informarle de que vais a ir, mi señora? La villa sólo está a ocho kilómetros de las puertas de la ciudad.

– No. No te molestes. Iré sin avisar. Para cuando el mensajero haya ido y vuelto, ya puedo estar allí yo misma. Haz que preparen mi litera.

Despidió al mayordomo y llamó a sus doncellas.

Como quería causar buena impresión, Flacila eligió la ropa con cuidado. Su estola era de color verde azulado y hacía juego con sus ojos. Estaba bordada con hilo de oro y el tejido era muy rico. Las mangas eran largas y ajustadas y la prenda se abrochaba en la cintura con un ancho cinturón dorado. Sus zapatillas doradas estaban bellamente adornadas con joyas y el pelo era una masa de trenzas doradas, recogidas en lo alto y decoradas también con joyas. Una capa a juego forrada de piel completaba su atuendo. Flacila se miró con atención en el espejo de plata pulida. Sonrió satisfecha. Aspar quedaría impresionado.

Sus porteadores se apresuraron por el Mese y cruzaron la puerta Dorada. Era un día agradable y Flacila miraba por una abertura en las cortinas el paisaje rural. De vez en cuando veía campesinos podando árboles en los huertos que ocasionalmente bordeaban el camino. Era una escena relajante y casi bucólica, pensó Flacila, y un poco aburrida. ¿Por qué Aspar vivía en el campo? La litera cruzó las puertas de Villa Mare y entró en el patio, donde se detuvo. El vehículo fue depositado en el suelo. Alguien le tendió una mano para ayudarla a salir.

– ¿Quién eres? -preguntó Flacila al anciano.

– Soy Zeno, el sirviente del general Aspar.

– Yo soy Flacila, la esposa del general. Dile que he llegado -ordenó ella con aire majestuoso. -Enséñame el camino del atrio, Zeno, y tráeme un poco de vino.

Zeno estaba horrorizado.

– Si la señora quiere seguirme -dijo con calma.

Era una pequeña villa encantadora, pensó Flacila, quizá un poco rústica para su gusto. Nunca había estado allí. Sin embargo, no entendía por qué Aspar la prefería a su palacio en la ciudad. Se acomodó en un banco de mármol a esperar su vino y a que apareciera su esposo.

Aspar llegó antes que el vino. Su saludo fue menos que cordial.

– ¿Qué haces aquí, Flacila? ¿Qué te ha traído al campo en una mañana de invierno?

Parecía incómodo y ella se preguntó por qué. Entonces se le ocurrió que su esposo tenía una amante. Vivía con ella y no quería que nadie lo supiera. ¡Vaya con el viejo zorro! Flacila estuvo a punto de echarse a reír.

– He venido por un asunto de importancia -empezó ocultando lo divertida que le resultaba la situación.

– ¿Ah, sí?

– Quiero el divorcio, Aspar.

No era momento de mostrarse delicada. A ella le importaba un bledo que tuviera una amante o un centenar escondidas en el campo. Ella se había casado dos veces por complacer a su familia. Ahora quería casarse porque lo deseaba.

– ¿Quieres el divorcio? -preguntó él con tono incrédulo.

– Oh, Aspar -exclamó ella con candor, hablando deprisa. -Nuestro matrimonio fue de conveniencia. Tú conseguiste lo que querías: el apoyo del patriarca y de la familia Estrabo en favor de León. Yo obtuve lo que creía que quería: ser la esposa de un hombre poderoso de Bizancio. Pero el nuestro no ha sido un auténtico matrimonio. ¡Nos detestamos el uno al otro en cuanto nos conocimos! Nunca hemos pasado una noche juntos, ni siquiera el día de nuestra boda, ni en la misma cama ni bajo el mismo techo. Tú en realidad no me quieres. Incluso te has llevado a Patricio de mi cuidado.

»Bueno, ya no soy una chiquilla, y por primera vez en mi vida estoy enamorada. Quiero casarme con Justino Gabras y él quiere casarse conmigo. Dame el divorcio y a cambio yo seré tus ojos y oídos en la corte. Verina tiene grandes ambiciones para ella y para León. Se desharía de ti si creyera que puede hacerlo, y algún día tal vez lo piense. Si yo estoy allí por ti, no tendrás que hacer frente a ninguna sorpresa desagradable por esa parte. ¡Es una oferta justa!