– Son como perfectas manzanitas de marfil -dijo.
Con suavidad, con la otra mano la apretó por detrás y cuando ella se inclinó un poco, él levantó la cabeza para chuparle el pezón.
– Aaaahhh… -exclamó ella, clavando los dedos en los musculosos hombros de Aspar.
Él dedicó su atención al otro seno y se lo acarició hasta que a ella le pareció que le iban a estallar de placer.
Entonces Aspar apretó la mano contra el monte de Venus y empezó a explorarle lentamente el cuerpo con los labios y la lengua. Cada beso que depositaba sobre la delicada piel de Cailin era distinto. Con la otra mano le aferraba las nalgas y la acariciaba con los dedos. Metió la lengua en el ombligo y Cailin murmuró en voz baja, como si aquello simulara lo que seguiría. Como para realzar el momento, él le metió un dedo en la vagina y lo empujó dentro del conducto.
A Cailin la cabeza le daba vueltas y las rodillas empezaron a flaquearle. Él percibió su debilidad y, retirando el dedo, la hizo arrodillarse. Los ojos oscuros de Aspar miraron fijamente los de ella cuando le ofreció su dedo, pasándolo sensualmente por los labios hasta que ella abrió la boca y lo chupó, aferrándose a su mano hasta que él retiró el dedo y le acarició la garganta. Ella bajó la cabeza y dio un leve mordisco a la mano de Aspar, lo que le sorprendió, y luego le besó los nudillos.
«Esta noche hay algo diferente», pensó Cailin, y al levantar la mirada hacia él se dio cuenta de que él también lo percibía. No se atrevió a hablar por miedo a romper el hechizo que parecía envolverles. Él la cogió por los hombros y le rozó los labios con los suyos en un beso tierno. Sin embargo, este beso pronto se hizo más ardoroso y Cailin abrió la boca para que él introdujera su lengua, donde danzó primitiva y apasionadamente con la suya. Luego él volvió a cubrirle el rostro de besos y Cailin echó la cabeza hacia atrás, tensando el cuello casi con desesperación mientras los labios de Aspar descendían apasionados por la perfumada columna de su garganta.
Ella acarició aquel cuerpo firme. Sus dedos se entrelazaron con el espeso pelo negro y se dejó caer de espaldas sobre la capa extendida. El movió la boca lentamente por el cuerpo de Cailin hasta que su lengua encontró la delicada y sensible joya de su feminidad, despertando en ella una dulzura y una intensidad que jamás había sentido. Entonces el cuerpo de Aspar la cubrió y su tenso miembro la penetró. Cailin ahogó un grito de sorpresa cuando se dio cuenta de que por primera vez en dos años su cuerpo ansiaba ser poseído por un hombre.
Se estremeció de auténtico placer cuando él la penetró. Sus brazos le rodearon con fuerza y le apretaron contra ella, feliz de sentirle en su interior. Se miraron a los ojos incluso cuando él empezó a moverse lentamente.
Cailin no podía desviar la mirada, y él tampoco. Sus almas parecieron fundirse mientras el rítmico movimiento sensual de Aspar empezó a transmitir la creciente pasión que sentían. Él no dijo nada, pero ella percibió su deseo de que le envolviera con sus piernas y así lo hizo. Luego empezó a seguir el ritmo de sus embestidas con movimientos voluptuosos para obtener placer. La cadencia de su profundo deseo se fue haciendo casi salvaje, hasta que ambos, Aspar y Cailin, fueron vencidos por la tierna violencia de ese deseo.
Cailin se sintió volar. Tuvo la impresión de que su espíritu se alejaba de su cuerpo y remontaba sobre el mar inmóvil y plateado. Ella era una con la tierra y el cielo y las sedosas aguas. Nada importaba, sólo la dulzura que les envolvía y les mecía cálidamente en su abrazo. Los dos eran uno solo.
– ¡Aspar! -exclamó con suavidad al oído de él mientras volvía en sí y la visión se le hacía más clara.
Vio el rostro de su amado, sus mejillas mojadas por las lágrimas. Cailin le sonrió feliz, bajando la cabeza para enjugarle las lágrimas con sus besos, dándose cuenta de que también ella estaba llorando.
Después yacieron juntos sobre la capa, calmados de nuevo, los dedos entrelazados, y él dijo, tratando de poner humor en su voz:
– Si hubiera sabido, amor mío, que hacer el amor contigo en la playa, a la luz de la luna, resultaría tan placentero, lo habría hecho hace meses. ¡Cuánto tiempo hemos perdido en la cama y el baño!
– No perderemos más tiempo -prometió ella, y él se inclinó para besarla con el rostro radiante. -Lo que me impedía compartir la pasión contigo hasta esta noche ha desaparecido, mi amado señor. Soy tu madre, la tierra, renacida con la primavera.
Si hasta entonces Aspar había reprimido su amor por Cailin en consideración a sus sentimientos, ese amor era ahora claramente visible. Aspar estaba más decidido que nunca a que Cailin fuera su esposa.
– Acudiremos a algún sacerdote del campo para que nos case -dijo. -Una vez efectuado el rito, ¿qué pueden hacernos? ¡Has de ser mi esposa!
– No hay nadie en el Imperio que no conozca a Flavio Aspar -observó ella con calma. -Y no hay nadie que no conozca los deseos del patriarca en este asunto. Aunque me hiciera cristiana, mi amado señor, no se me permitiría convertirme en tu esposa. Los pocos meses que pasé en Villa Máxima destruyeron mi reputación.
– Tiene que haber alguna manera de convencer al patriarca -dijo Aspar a Basilico una tarde cuando regresaban de palacio, donde habían conferenciado con el emperador. -Flacila se ha casado con Justino Gabras y son la comidilla de la ciudad, con sus orgías y fiestas que rivalizan con todo lo que los burdeles pueden ofrecer. ¿Cómo puede el patriarca justificar semejante unión y negarme a mí el casarme con mi Cailin, que es tan buena?
– Su bondad no tiene nada que ver, amigo mío -replicó Basilico. -Y no es sólo el patriarca. Tenemos una ley en Bizancio que prohíbe la unión de un senador, u otra persona de alto rango, con una actriz, una prostituta o cualquier mujer de baja categoría. No se puede permitir que vulneres la ley, Aspar. Ni siquiera tú.
– Cailin es patricia -protestó Aspar.
– Ella dice que lo es -declaró Basilico, -pero ¿quién puede demostrarlo? Aquí en Bizancio fue actriz en un burdel, y realizaba actos sexuales ante el público. Eso la incapacita para casarse con el primer patricio del Imperio, Flavio Aspar.
– Entonces abandonaré el Imperio -dijo éste con tristeza. -Ya no me siento satisfecho ni útil si se me niega mi deseo en este asunto.
Basilico no discutió. Aspar no abandonaría Bizancio. Su mundo se hallaba allí y no era un hombre joven. Además, incluso a pesar de su breve encuentro con Cailin, Basilico creía que no permitiría que Aspar hiciera nada que pusiera en peligro su posición o su confort.
– Casia me ha dicho que le has pedido que se siente en tu palco en los juegos de la semana que viene -dijo el príncipe, cambiando de tema. -Eres muy amable, y le he dicho que puede ir, aunque provocará un pequeño escándalo. ¿A quién más has invitado? A artistas y artesanos, sin duda.
Aspar se echó a reír.
– Sí -dijo. -¿Cómo podría yo, el primer patricio del Imperio y gran general, preferir a los que crean antes que a los poderosos? ¿Eh, Basilico? ¡Pero lo hago! Y tienes razón. Belisario y Apolodoro, el gran actor clásico y el comediante favorito de las masas, estarán en mi palco el once de mayo. Y Anastasio, el cantante y poeta, y también Juan Andronico, el artista que hace maravillosas tallas en marfil, y Filipico Arcadio, el escultor. Le he encargado que haga un desnudo de Cailin para nuestro jardín. Pasará el verano en la villa. Le he acondicionado un estudio donde trabajar, así no tendrá que viajar ni preocuparse de sus necesidades cotidianas, de las que se ocuparán mis sirvientes. A tu hermana le encantará este chisme, Basilico.
– Ya lo creo -admitió, y añadió: -¿Belisario y Apolodoro no son rivales? He oído decir que se desprecian mutuamente. ¿No es peligroso tenerles en el mismo palco?
– Su odio últimamente se ha convertido en amor, o eso me han dicho -comentó Aspar ahogando una risita. -Otro chisme para solaz de nuestra querida emperatriz Verina.