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Aspar se levantó de mala gana.

– Iré sólo por ti, mi amor. No quieres que ofenda a León, sin embargo su invitación me ofende porque no te tiene en cuenta a ti ni a quienes nos acompañan.

– Yo no existo para el emperador, y tampoco Casia. En cuanto a los demás, son artesanos y actores. A veces se invitan, a veces no -dijo Cailin con una leve sonrisa. Había aprendido bastante sobre las costumbres de la sociedad bizantina. -Ahora ve, que cuanto antes te marches antes regresarás.

– Tienes más educación que la mayoría de los que están en la corte -dijo Arcadio, arqueando una oscura ceja. -¿Acaso no eres lo que pareces?

Cailin sonrió son serenidad.

– Soy lo que soy -respondió.

Arcadio rió entre dientes, y al ver que no le sonsacaría nada volvió su atención al excelente jamón que tenía en su plato. Se enteraría de lo que le interesaba en verano, cuando ella posara para él.

Poco después de que Aspar hubiera abandonado el palco, entró otro guardia imperial, que hizo una inclinación de cabeza a Cailin y anunció:

– Señora, debéis venir conmigo, tened la bondad.

– ¿Qué quieres? -preguntó ella. -¿Y quién te envía?

El guardia era joven y se sonrojó ante las preguntas de Cailin.

– Señora -dijo con esfuerzo, -no puedo decirlo. Se trata de un asunto privado.

Antes de que Cailin pudiera volver a hablar Casia se inclinó hacia adelante, permitiendo al joven una buena visión de su pecho.

– ¿Me conoces, joven? -le preguntó con un ronroneo. -¿Sabes que eres muy atractivo?

Arcadio reprimió una sonrisa. Casia tendría la información que quería al cabo de poco rato, a juzgar por la expresión del joven guardia.

– No, señora, no os conozco -respondió, nervioso, incapaz de apartar los ojos de los blancos senos de la mujer. -¿Debería conoceros?

– Soy la amiga especial del príncipe Basilico, joven, y si no le dices a la señora quién te ha enviado, le contaré a mi príncipe tu grosería y le diré que me has violado con tus perversos ojos castaños. ¡Y ahora habla!

El joven guardia alzó la mirada con expresión culpable. Enrojeció y murmuró:

– La emperatriz, señora. -Luego miró ansioso a Cailin y añadió: -No pretende haceros ningún daño, señora. Es una buena mujer.

Casia y Arcadio se echaron a reír, con lo que los demás invitados del palco levantaron la vista de su comida con curiosidad.

Cailin se puso en pie.

– Como todos sabéis con quién estaré, no hay nada que temer. Iré contigo.

Se alisó las arrugas de su estola y siguió al guardia.

A los pies de la escalera había una pequeña puerta, oculta tan hábilmente que Cailin antes no la había visto. El guardia presionó la pared en un punto determinado y la puerta se abrió y dejó al descubierto un segundo tramo de escaleras que descendían. Cailin las bajó presurosa, detrás del joven soldado. Entraron en lo que Cailin intuyó era el corredor principal que conducía al palco imperial. El túnel estaba bien iluminado con antorchas y varios metros más adelante el guardia se detuvo, presionó de nuevo la pared y otra puerta se abrió. Ante ellos apareció una habitación y dentro de ella una mujer, que se volvió.

– Adelante -dijo con voz baja y bien modulada. -Espéranos fuera, Juan -ordenó al guardia. -Lo has hecho bien.

La puerta se cerró tras Cailin, quien se inclinó reverencialmente ante Verina.

– No pareces una prostituta -dijo la emperatriz.

– No lo soy -respondió Cailin.

– Sin embargo viviste varios meses en Villa Máxima y participaste en lo que, según me han dicho, era uno de los espectáculos más libertinos jamás vistos en ésta o cualquier otra ciudad. Si no eres una prostituta, ¿qué eres exactamente?

– Me llamo Cailin Druso y soy britana. Mi familia desciende de la gran familia romana. Mi antepasado Flavio Druso era tribuno de la Decimocuarta Legión Gemina y llegó a Britania con el emperador Claudio. Mi padre era Gayo Druso Corinio. Hace casi dos años, siendo esposa y madre, fui raptada y vendida como esclava. Fui traída a esta ciudad con un cargamento de esclavos. Joviano Máxima me compró por cuatro folies, señora. Lo que hizo conmigo ya lo sabéis. Mi señor Aspar me rescató de esa vergonzosa cautividad y me liberó -acabó Cailin con orgullo.

Verina estaba fascinada.

– Tienes aspecto de patricia y hablas bien -dijo. -Vives como amante de Aspar, ¿verdad, Cailin Druso? Dicen que él te ama no sólo con su cuerpo sino también con su corazón. No le creo capaz de semejante debilidad.

– ¿El amor es una debilidad, majestad? -preguntó Cailin.

– Para los que están en el poder sí -respondió la emperatriz. -Los que están en el poder nunca han de tener ninguna debilidad que pueda ser utilizada en su contra. Sí, el amor por una mujer, por los hijos, por cualquier cosa, es una debilidad.

– Sin embargo vuestros sacerdotes enseñan que el amor lo conquista todo -replicó Cailin.

– Así pues, ¿no eres cristiana? -preguntó Verina.

– El padre Miguel, que me fue enviado por el patriarca, dice que aún no estoy preparada para convertirme al cristianismo. Dice que hago demasiadas preguntas y no tengo la humildad que corresponde a una mujer. El apóstol Pablo, según me han dicho, declaró que las mujeres debían humillarse ante los hombres. Me temo que yo no soy lo bastante humilde.

Verina se echó a reír.

– Si la mayoría no fuéramos bautizados de niños, nunca lo haríamos, también por falta de humildad, Cailin Druso, pero debes bautizarte si quieres ser la esposa de Aspar. El general de los ejércitos orientales no puede tener una esposa pagana. No se lo tolerarán. Seguro que puedes engañar a este padre Miguel y hacerle creer que has aprendido a ser humilde.

¿La esposa de Aspar? Cailin no podía haber oído bien a la emperatriz.

Verina vio su expresión de sorpresa y adivinó su causa.

– Sí -dijo a la perpleja muchacha. -Me has oído bien. He dicho: «la esposa de Aspar», Cailin Druso.

– Me han dicho que es imposible que yo alcance esa posición, majestad -repuso Cailin despacio. Tenía que pensar. -Me han dicho que en Bizancio existe una ley que prohíbe los matrimonios entre la nobleza y los actores. Y que el tiempo que pasé en Villa Máxima negaría mi nacimiento patricio.

– Para mí es importante -respondió Verina- conservar la buena disposición y el apoyo del general Aspar. Es cierto que llegaste aquí como esclava y serviste de entretenimiento en un burdel, Cailin Druso, pero eres patricia. No albergo ninguna duda respecto a tu linaje. Te he observado esta mañana. Tu actitud es culta y no cabe duda de que has recibido una buena educación. Creo que lo que me has dicho de tu familia es cierto. El tiempo que pasaste en Villa Máxima fue breve. Los que conocen ese hecho permanecerán callados o yo me encargaré de que lo hagan cuando te conviertas en esposa de Aspar. ¿Quieres ser su esposa?

Cailin asintió lentamente y preguntó:

– ¿Qué queréis de mí, majestad? Semejante favor tendrá un precio, lo sé.

Verina sonrió con malicia.

– Eres lista, Cailin Druso, al pensar eso. Muy bien. Yo ayudaré a acallar las objeciones que se expresen contra tu boda con Aspar si tú, a cambio, me garantizas que él me ayudará en todo. Y ha de jurarlo sobre la reliquia de la cruz que estará conmigo en caso de que le necesite. Sé que puedes convencerle para que lo haga a cambio de mi ayuda.

El corazón de Cailin latía con violencia.

– No es fácil hablar con él de ese asunto -dijo. -Lo intentaré dentro de unos días, majestad, pero ¿cómo podré comunicaros mi éxito o mi fracaso? Pues ahora ni siquiera existo en lo que se refiere a vuestro mundo; de lo contrario me habríais invitado a vuestro banquete, no sólo a Aspar, quien ha sido separado de mí para que vos y yo pudiéramos reunimos en secreto bajo las murallas del Hipódromo.