– Es muy estimulante tener a alguien que hable franca y sinceramente -dijo la emperatriz. -Aquí, en la corte de Bizancio, todo el mundo habla con doble sentido; y los motivos a menudo son tan complejos que resultan incomprensibles. Habla con tu señor, y dentro de unos días iré una tarde, por mar, a visitar al general en su villa de verano. Si alguien se entera de mi visita, creerá que simplemente tengo curiosidad y no provocará ningún escándalo. León es un hombre muy honrado y yo le soy muy leal. Si se entera de mi excursión, supondrá naturalmente que me han arrastrado mis compañías, suposición que yo no corregiré. Ya han sucedido antes cosas así.
Sonrió con aire significativo.
– Haré todo lo que pueda por vos, majestad -dijo Cailin.
La emperatriz rió.
– No me cabe duda de que lo harás, querida. Al fin y al cabo, la futura felicidad de ambas depende de tu éxito, y yo soy un mal enemigo, te lo aseguro; pero hemos de regresar. Si permanezco demasiado rato ausente del banquete notarán mi ausencia. -Verina se acercó a la puerta y la abrió, diciendo: -Juan, acompaña a la señora a su palco, y luego ocupa tu puesto como antes. Adiós, Cailin Druso.
Cailin inclinó la cabeza y salió de la habitación. Mientras seguía al guardia por el túnel y la escalera, en su mente se arremolinaban los acontecimientos de los últimos minutos. Al entrar en el palco fue acosada por una Casia ansiosa.
– ¿Qué quería? -le preguntó en un susurro, y Arcadio se inclinó para oír la respuesta de Cailin.
– Tenía curiosidad -dijo con una sonrisa. -Su vida ha de ser muy aburrida para tener tanta curiosidad por conocer a la amante de Aspar.
– Oh -exclamó Casia decepcionada, pero Arcadio se dio cuenta de que Cailin no lo había contado todo. Era evidente que iba a disfrutar de un verano muy interesante.
En la arena, media docena de luchadores divertía a la incansable multitud desfilando haciendo malabarismos con varias pelotas de colores. Iban seguidos por una procesión maravillosa de animales exóticos. Aspar regresó al palco y se sentó junto a Cailin, rodeándola con un brazo. Casia miró a Arcadio con una leve sonrisa y él sonrió a su vez.
– ¡Oooohhh! -chilló Cailin. -¡Nunca había visto bestias como ésas! ¿Qué son? ¿Y las que tienen rayas?
– Las grandes bestias grises con la nariz larga se llaman elefantes -respondió Aspar. -La historia cuenta que el gran general cartaginés Aníbal cruzó los Alpes a lomos de elefante y ganó muchas batallas. Los gatos a rayas son tigres. Proceden de la India, una tierra lejana al este de Bizancio. Los caballos a rayas son cebras.
– Esas criaturas altas y con manchas, mi señor, y esas graciosas bestias con jorobas, ¿qué son?
– Las primeras son jirafas. Proceden de África, pero todas éstas ahora viven en el zoo imperial. Los países extranjeros siempre nos regalan bestias raras para nuestro zoo. Los otros animales son camellos.
– Son magníficos -exclamó ella, con ojos relucientes de infantil excitación. -Nunca había visto bestias así. En Britania tenemos ciervos, conejos, lobos, zorros, tejones, erizos y otras criaturas corrientes, pero ninguna como los elefantes.
– Ah -suspiró Arcadio exageradamente. -Ver Bizancio de nuevo a través de los maravillosos ojos violetas de Cailin Druso.
– ¿Ojos violentos? ¿Quién tiene ojos violentos? -preguntó Apolodoro, el comediante.
– ¡Violeta, cómico desvergonzado! -espetó Arcadio. -Cailin Druso tiene los ojos de color violeta. ¡Míralos! Son muy hermosos.
– Los ojos de las mujeres nunca dicen la verdad -observó Apolodoro perversamente.
– ¡No es cierto! -negó Casia.
– ¿Tú dices la verdad cuando miras a los ojos de un hombre? -preguntó el comediante. -Las cortesanas son famosas por su sinceridad.
– ¿Y los actores sí? -replicó Casia con mordacidad.
Anastasio, el cantante, ahogó la risa al oír esta respuesta. Era el primer sonido que Cailin creía haberle oído desde que había entrado en el palco.
– El emperador ya vuelve -anunció Juan Andronico, el tallador de marfil. También él había hablado poco desde que se había reunido con ellos.
Cailin aprovechó la oportunidad para hablar con él.
– En la villa hay una de vuestras encantadoras piezas -le dijo. -Una Venus rodeada por un grupo de Cupidos alados.
– Se trata de una de mis primeras piezas -admitió el tallador, sonriendo con timidez. -Ahora me dedico principalmente a obras religiosas para las iglesias. Es un mercado muy lucrativo, y es mi manera de devolver el don que Dios tan generosamente me ha dado, señora. Ahora estoy haciendo una natividad para el emperador.
– ¿Puedo entrar? -preguntó el príncipe Basilico, deslizándose discretamente en el palco del general. -¡Casia, mi amor! ¡Estás para comerte! Y lo haré, más tarde.
Le lanzó un beso.
– ¿Y tu esposa Eudoxia, amigo mío? No deberías avergonzarla -le recriminó Aspar con seriedad.
– Su amiguito está de guardia en el palco imperial -explicó Basilico con una sonrisa. -Quiere tener tiempo para coquetear con él, y si yo estoy a su lado no puede hacerlo. Además, Flacila y Justino Gabras también están en el palco del emperador. Mira. Están en el fondo. No sé por qué León les permite su presencia, aunque probablemente les ha invitado mi hermana. En verdad son una pareja temible, Aspar. Me han contado que sus fiestas son tan depravadas que los habitantes de Sodoma y Gomorra se sonrojarían. Y lo peor es que son muy felices. Flacila ha encontrado un compañero digno de ella. Son la pareja perfecta.
– Muy bien, quédate, pero sé discreto -advirtió Aspar.
– Me alegro de veros, mi señor -saludó Cailin, sonriendo.
– Señora, cada minuto que pasa sois más hermosa -respondió galante el príncipe. -Adivino que sois feliz y él también. -Entonces Basilico se volvió hacia Casia. -Qué encantadora estás, cielito. El escarlata y dorado te sienta bien. Tendremos que ver cómo quedan los rubíes con oro sobre tu suave y blanca piel, ¿eh?
Las carreras volvieron a empezar. Por la mañana, los Verdes habían ganado dos carreras, los Azules una y los Rojos la última. Ahora el equipo de los Blancos ganó la primera carrera de la tarde y luego los Azules obtuvieron una segunda victoria, con lo que empataron con el equipo Verde. Pero el día iba a ser para los Verdes. Ganaron las dos últimas carreras y recibieron de manos del propio León un aurigarión (un emblema de oro), un casco de plata y un cinturón de plata. La multitud, que ya estaba ronca de tanto gritar, renovó sus aclamaciones y los juegos concluyeron formalmente cuando el palco imperial quedó vacío.
De pronto, los que estaban en los asientos más próximos a Aspar distinguieron las cintas verdes que éste llevaba se pusieron a corear:
– ¡Aspar! ¡Aspar! ¡Aspar!
Una expresión de enojo cruzó fugazmente el rostro de Aspar. Se volvió y saludó con un gesto de la mano, a la multitud que le aclamaba, suficiente para satisfacerles pero no lo bastante para alentar mayores muestras de admiración.
– Qué político eres -se burló Basilico. -Este pequeño incidente será comunicado a León, por supuesto adornado con exageraciones, y el pobre hombre se sentirá dividido entre la gratitud que siente hacia ti y el temor de que algún día le desplaces.
El príncipe rió.
– León sabe que prefiero ser un ciudadano corriente antes que emperador -dijo Aspar. -Si alguna vez lo dudara, le tranquilizaría enseguida. Francamente, si me lo permitiera me retiraría.
– Tú no -dijo Basilico con una amplia sonrisa. -Tú morirás al servicio de Bizancio. Casia, ángel mío, ¿tienes alguna deliciosa cena preparada para mí? Iré contigo.
– ¿No vas a palacio para asistir al banquete? -preguntó Aspar a su amigo. -Sé que antes has dicho que no, pero ¿no es obligatoria tu presencia?