– No me echarán de menos, te lo aseguro, amigo mío -replicó el príncipe. -Además, el patriarca está invitado. Rezará tanto rato antes de comer, que cuando lo hagan la comida se habrá estropeado -terminó con una carcajada.
– Yo me ocuparé mejor de él, mi señor -dijo Casia, -y su cena será de su gusto, ¿verdad, príncipe mío?
Los ojos de Basilico brillaron con malicia. Casia se volvió hacia Cailin.
– ¿Puedo visitarte algún día? Estoy muy contenta de que me hayáis incluido en vuestro grupo de hoy. Las dos hemos recorrido un largo camino desde nuestros días en Villa Máxima.
– Claro que puedes -contestó Cailin sinceramente. -He estado muy sola desde que dejé Villa Máxima, aunque ahora tengo una joven esclava sajona que me hace compañía. Me encanta escuchar tus chismorreos, Casia. Pareces saber todo lo que ocurre en Constantinopla. Pero en realidad soy más feliz en el campo.
– El campo es agradable para ir a visitarlo -dijo Casia, -pero yo nací en Atenas y prefiero la ciudad. A Basilico le gusta hablar en griego conmigo. Está muy helenizado para ser bizantino.
Cailin despidió a todos los invitados y Arcadio prometió que iría pronto a Villa Mare para iniciar su trabajo. Casia montó en su litera junto con Basilico y se alejaron entre la multitud que salía del Hipódromo. Cailin subió a su litera.
– Tengo que acudir a palacio a ver al emperador -dijo Aspar, inclinándose para hablarle al oído. -Enviaré a la caballería para que te escolte hasta casa y me reuniré contigo en cuanto pueda.
– No necesito soldados después de cruzar las puertas de la ciudad, mi señor. El camino está libre de peligros y muy concurrido, y es de día. Me ayudarían a abrirme paso entre el gentío, pero no quiero que sigan, te lo ruego.
– Muy bien, mi amor. Enviaré un mensajero si he de retrasarme. Espérame si puedes, Cailin.
– ¿Qué quería antes el emperador, mi señor? -le preguntó ella.
– Mi presencia, nada más. Es su manera de ejercer su autoridad, y yo le obedezco porque eso le tranquiliza -dijo Aspar. -La invitación al banquete, cuando sabe que me desagradan los banquetes, no es más que otra prueba. La Iglesia siempre está arrojando veneno al oído de León porque mis creencias no son ortodoxas. Obedeciéndole puntualmente, las mentiras del patriarca parecen necias. León no es estúpido. Tiene miedo, sí, pero es inteligente. La emperatriz es quien mi preocupa.
– ¿Por qué?
– Es ambiciosa. Mucho más que León. A Verina le gustaría tener un hijo que siguiera los pasos de León No tienen más que dos hijas. No sé si conseguirá tener ese hijo varón. León prefiere la oración al placer, seguí parece.
– Si eso es una virtud, mi señor, y es necesaria par; un emperador, en verdad tú jamás serás emperador -dijo Cailin riendo. -Tú prefieres el placer a la oración. Me parece que nunca te he visto rezar al dios cristiano ni a ningún otro dios.
Como respuesta, él la besó en los labios lenta y ardorosamente. Ella le correspondió moviendo la lengua pícaramente dentro de su boca mientras él deslizaba una mano bajo su túnica para acariciarle un seno. El pezón se endureció de inmediato y Cailin gimió suavemente.
Aspar apartó los labios y sonrió con malicia a Cailin -Iré en cuanto pueda, amor mío -prometió, retirando la mano no sin antes darle un leve pellizco en el pezón.
Ella contuvo el aliento y lo dejó escapar lentamente, y le dijo:
– Esperaré, mi señor, y estaré preparada para cumplir tus órdenes.
CAPÍTULO 12
– ¿Has visto cómo la miraba? -preguntó Flacila Estrabo a su esposo, Justino Gabras. -¡La ama! ¡Realmente la ama! -Su rostro reflejaba el enfado que sentía.
– ¿Y a ti qué te importa? -replicó él. -Tú nunca le amaste. No debería importarte que la ame.
– ¡No se trata de eso! ¡No seas estúpido, Justino! ¿No ves lo embarazosa que resulta su descarada pasión? ¡A mí no me dio su amor, pero se lo ha dado a esa zorrita! Seré el hazmerreír de todos mis conocidos. ¿Cómo se atreve a llevar a esa mujerzuela a los juegos y a sentarse con ella en su palco para que todos les vean? Aunque nadie supiera quién es ella, prácticamente todo Constantinopla conoce a Casia, especialmente ahora que es amante del príncipe Basilico. ¡Muy propio de Aspar rodearse de artesanos, actores y prostitutas!
– No estás particularmente atractiva cuando te enfadas, mi querida esposa -bromeó Justino Gabras. -Te salen manchas en la piel. Sería mejor que controlaras tu genio, sobre todo cuando estamos en público. -Se inclinó por delante de la joven esclava que se hallaba entre los dos, acercó el rostro de Flacila y la besó. -No quiero hablar más de este asunto, mi amor, y si vuelves a mencionar a tu ex esposo desatarás mi peor ira. Y ya sabes lo que ocurre cuando exploto. -Pasó una mano por el cuerpo de la esclava. -Concentrémonos en diversiones más agradables, como nuestra pequeña y encantadora Leah. ¿No es encantadora, querida?, y está tan ansiosa por recibir nuestras tiernas atenciones… ¿Verdad que sí, Leah?
– Oh, sí, mi señor -respondió la muchacha, arqueándose hacia él. -Anhelo vuestras caricias.
Justino Gabras sonrió perezosamente a aquella bonita y sumisa criatura. Entonces, al ver que su esposa aún no estaba satisfecha, dijo con aspereza:
– Tendrás tu venganza, Flacila. ¿Qué prefieres? ¿Un golpe rápido que permita a Aspar devolvérnoslo? ¿O esperar el momento oportuno y entonces destruirles a los dos? Quiero que te sientas satisfecha, querida. Elige ahora y zanjemos este asunto que ya empieza a aburrirme.
– ¿Sufrirá? Quiero que sufra por haberme rechazado.
– Si esperas el momento oportuno y me dejas planearlo debidamente, sí, sufrirá. La vida de Aspar se convertirá en un infierno, te lo prometo, pero has de tener paciencia, Flacila.
– Bien -accedió ella. -Esperaré el momento propicio, Justino. Aunque estoy impaciente por destruir a Aspar, tu habilidad para el mal es infinita. Confío en ese dominio de la perversidad que posees. Ahora, dime, ¿quién de los dos poseerá a Leah primero? -Flacila miró a la muchacha y sonrió. -Realmente es encantadora, mi señor. No es virgen, ¿verdad?
– No, no lo es. Me agradaría que la tomaras tú primero, Flacila. Me gusta verte con otra mujer. Lo hacemos muy bien, debo admitirlo, y eres más tierna con una de tu propio sexo que con los hombres jóvenes que tanto te gustan y a los que sin embargo maltratas.
Ella sonrió con picardía.
– Los hombres -dijo- tienen que ser castigados por las mujeres, pero las mujeres deben ser mimadas por sus amantes de ambos sexos. Una mujer mimada se entrega más que una maltratada, Justino.
– Entonces Aspar debe de mimar mucho a esa Cailin -respondió él con crueldad. -Él la miraba con ojos de amor, y su mirada le era correspondida por esa adorable y bella jovencita. Si la ama como tú crees, te aseguro que ella también le ama.
– Y saber eso -dijo ella, extrañamente tranquila- hará que nuestra venganza sea mucho más dulce, Justino, mi amor, ¿no es cierto?
Él se echó a reír.
– Eres tan perversa como yo, Flacila. Me pregunto qué pensaría de ti tu amiga la emperatriz si conociera tu verdadero carácter. ¿Se extrañaría? Algún día la tendré en mi cama, ¡lo juro! Está a punto para la rebelión, ya lo sabes. León prácticamente la tiene olvidada y pasa todo el tiempo que debería estar follando con ella rezando de rodillas por un heredero, o eso al menos dicen los rumores de la corte.
A la tarde siguiente, un pequeño grupo formado por el hermano de Verina, ésta y dos doncellas de confianza zarpó en el yate imperial para una breve excursión por las costas occidentales de la ciudad y disfrutar del incipiente verano. Era una tarde perfecta para ello, y el suyo no era el único barco de vela que surcaba las aguas azul-verdosas del Propontis aquella tarde. Había suficiente brisa para impulsar suavemente la nave. El sol brillaba cálidamente en un cielo despejado. Basilico había navegado en este pequeño mar interior desde que era niño y conocía bien la costa y sus corrientes. Su habilidad le ahorraba llevar un capitán que más tarde podría ser sobornado para obtener información. Las dos mujeres que acompañaban a la emperatriz habrían muerto por ella. Su lealtad era tanta, que podía confiarse en que no hablarían ni bajo torturas.