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– Muy bien -accedió ella. -Dejaré de hacer preguntas difíciles al padre Miguel y aceptaré mansamente lo que me diga con la humildad de una buena mujer cristiana. Aunque las reglas y normas impuestas por la Iglesia me parecen estúpidas, he de admitir que me gustan las palabras de Jesús de Nazaret. Es una de las pocas cosas a las que encuentro sentido. -Estrechó a Aspar con sus brazos. -Quiero ser tu esposa, Flavio Aspar. Quiero ser madre de tus hijos y pasear por las calles de Constantinopla con orgullo y ser la envidia de todos porque soy tuya.

Tras pasear por los jardines fueron hasta la playa, donde se quitaron la ropa y se metieron al cálido mar. Él le había enseñado a nadar y Cailin adoraba la libertad del agua. Riendo, retozó entre las olas hasta que al fin él la llevó hasta la orilla y le hizo el amor apasionadamente en el mismo lugar donde había reavivado la pasión de la joven. Sus gemidos de placer se mezclaron con los graznidos de las gaviotas que revoloteaban. Después, yacieron saciados y satisfechos, dejando que el sol secara sus cuerpos.

El vigésimo cumpleaños de Cailin ya había pasado. El verano transcurrió en una sucesión de largos y soleados días y noches calurosas y apasionadas. Cailin jamás había imaginado que un hombre pudiera ser tan viril, en especial un hombre de la edad de Aspar, y sin embargo el deseo de éste no se agotaba.

Basilico acudía con regularidad a visitarles con Casia, y cuando Aspar bromeaba con su amigo por su súbita afición al campo, Basilico afirmaba:

– Con este calor la ciudad es un horno, y he oído rumores de que hay una plaga. Además, aquí tenéis espacio más que suficiente para nosotros.

En secreto, Basilico también les llevaba noticias de Verina.

Aspar había visitado al patriarca para expresarle su desagrado ante cualquier plan para desplazar a la emperatriz por el asunto del heredero. Otra esposa no serviría de nada, dijo Aspar al religioso. La culpa era de León, que prefería una existencia ascética y sin complicaciones que le permitía gobernar con más sabiduría que si estuviera abrumado por los asuntos carnales. Había muchos hombres aptos para suceder a León, pero un emperador sabio y pío era una rara bendición sobre Bizancio. La emperatriz, dijo Aspar al patriarca, lo comprendía. Ella, virtuosa y devotamente leal, quería proteger a su esposo de las malas influencias. Perturbar la paz de su espíritu, observó Aspar, era perverso, injusto e impío.

Basilico informó que los sacerdotes que rodeaban al emperador habían sido otros que parecían ocuparse sólo de la vida espiritual del emperador. La emperatriz se sentía aliviada y agradecida de que le hubieran retirado la espada de Damocles que pendía sobre su cabeza. Envió recado, a través de su hermano, de que cumpliría su promesa. Había iniciado su campaña para influir en León favorablemente respecto a la boda entre el primer patricio del Imperio y Cailin Druso, una joven viuda patricia procedente de Britania que pronto iba a ser bautizada en la fe cristiana ortodoxa.

A principios de verano, Aspar fue enviado a Adrianópolis, pues el gobernador de la ciudad tenía dificultades con dos facciones rivales que amenazaban con la anarquía. Una de ellas estaba compuesta por cristianos ortodoxos y la otra por cristianos arios. Aspar, un ario que servía a un gobernador ortodoxo poseía la capacidad de moverse fácilmente entre estos dos mundos religiosos y era la persona idónea para establecer la paz. Flavio Aspar era respetado por ambas fes.

– Ojalá pudiera llevarte conmigo -dijo a Cailin la víspera de su partida, -pero en un asunto como éste he de poder moverme con agilidad y sin ningún impedimento. Esos fanáticos se pelean por las cosas más absurdas y si alguien no contiene su ira se perderán muchas vidas.

– Yo sería un estorbo -admitió ella. -Sin mí puedes actuar de manera decisiva, y es posible que tengas que hacerlo, mi señor. Matar y causar destrucción por una cuestión religiosa es una locura, pero sucede con frecuencia.

– Serás una esposa perfecta para mí -observó él con admiración.

– ¿Por qué? -repuso ella con picardía. -¿Porque comparto tu pasión, o porque no me quejo cuando debes marcharte?

– Por las dos cosas -respondió él con una sonrisa. -Tienes una habilidad innata para entender a la gente. Sabes cuan delgada es la línea por la que debo caminar entre esas facciones fanáticas de Adrianópolis y no me distraes de mi deber. Los que se han opuesto a nuestro matrimonio pronto reconocerán que estaban equivocados y que Cailin Druso es la esposa adecuada para Aspar.

– ¿No puedo distraerte de tus obligaciones? -Fingió sentirse ofendida y se colocó sobre él y le miró con ojos encendidos. Se pasó la lengua por los labios en gesto seductor, lentamente. Sus ojos se oscurecieron con la pasión y se acarició los pechos hasta que los pezones se pusieron erectos. -¿No puedo distraeros unos minutos, mi señor?

Él la observó con los ojos entrecerrados y una leve sonrisa en los labios. Sabía que su amor por ella era lo que la hacía descarada, y sin duda eso redundaba en beneficio de él. Cailin era tan joven y tan hermosa, pensó, acariciándole la espalda. A veces, cuando la miraba, se preguntaba si cuando se hiciera viejo ella le amaría aún, v el miedo le atenazaba las entrañas. Entonces ella le sonreía y le besaba dulcemente y, tranquilizado, Aspar se convencía de que Cailin siempre le amaría, pues era honrada y leal por naturaleza. La cogió por la cintura y la levantó ligeramente para permitir que su miembro endurecido se irguiera.

– Me distraes continuamente, mi amor -graznó mientras bajaba a Cailin lentamente sobre su sexo. Luego la penetró casi con rudeza y la besó apasionadamente, y a continuación le hizo dar la vuelta para penetrarla por atrás. -Estás condenada a pasar el resto de tus días distrayéndome, Cailin -gimió él al oído de la joven mientras la embestía con lentitud una y otra vez. -Te adoro, amor mío, y pronto serás mía para toda la eternidad! ¡Mi esposa! ¡Mi vida misma! ¡La dulce y luminosa mitad de mi alma oscura!

– Te amo, Flavio Aspar… -dijo ella medio sollozando, y luego se abandonó al mundo de cálidas sensaciones que él le provocaba.

Sentía frío y calor al mismo tiempo, y era tanto su amor que el corazón le palpitaba y parecía elevarse. Pero si su lugar estaba en el corazón y los brazos de él, ¿por qué tenía miedo? Luego llegó a la cima del placer y Cailin exhaló un leve grito y sus temores pronto se disiparon en la seguridad de los amantes brazos de Aspar. Ella se acurrucó feliz contra él y se quedó dormida.

Cuando despertó por la mañana, él ya había partido. Nellwyn le llevó una bandeja con yogur recién hecho, albaricoques maduros, pan recién preparado y una jarrita de miel.

– El maestro Arcadio pregunta si hoy posaréis para él. Dice que casi ha terminado y podrá marcharse el fin de semana si vos cooperáis. Creo que está ansioso por regresar a Constantinopla. El verano ha terminado y habla todo el rato de los juegos de otoño.

– Dile que le veré dentro de una hora -indicó Cailin a la criada. -Quiero que la estatua esté terminada y montada en su pedestal en el jardín antes de que regrese mi señor. Será mi regalo de boda para él.

– Jamás he visto nada igual -admitió Nellwyn. -Es tan hermosa, señora. Creía que sólo los dioses eran retratados así.

– La estatua representa a Venus, la antigua diosa del amor. Yo simplemente he posado en lugar de la diosa para Arcadio.

Cailin desayunó y, después de bañarse, se reunió con el escultor en el estudio de éste. Nellwyn le quitó la túnica y Cailin ocupó su lugar. El escultor trabajó un rato, pasando los ojos de la estatua de arcilla que había modelado a la propia Cailin. Cuando vio que ella empezaba a cansarse, paró. Cailin se puso la túnica antes de salir ambos a sentarse al sol y tomar zumo de naranja recién exprimido y un poco de pastel de sésamo que Zeno había servido.

– Echaré de menos vuestra compañía -dijo Cailin a Arcadio. -Me gustan vuestros perversos chismes y he aprendido mucho de las personas con las que me relacionaré cuando esté casada con Aspar.