– ¿Qué hay de la base? -preguntó Cailin. -Quiero que la coloquen en el jardín, delante del mar, antes de que Aspar regrese de Adrianópolis.
– Tengo un aprendiz en la ciudad trabajando en el pedestal, querida mía. El mármol es único, una mezcla de rosa y blanco. Desconozco su lugar de procedencia. Lo encontramos tirado bajo unas viejas prendas en la parte trasera de mi estudio, pero cuando lo vi supe que era la pieza perfecta para nuestra Venus. Venid a ver esto.
Cailin se había puesto la túnica y se acercó a contemplar su estatua. La joven Venus, como a Arcadio le gustaba llamarla, se alzaba con el cuerpo ligeramente curvado, un brazo al lado y el otro levantado, la palma extendida como si se protegiera los ojos del sol. El pelo estaba recogido en lo alto de la cabeza, pero aquí y allá algunos rizos se curvaban en torno al esbelto cuello y delicadas orejas. Había una débil sonrisa en el rostro. Su cara y forma eran prístinas y serenas.
– Es hermosa -opinó Cailin, francamente cautivada por la habilidad del escultor. Casi podía ver latir el pulso en la base de la garganta de la joven Venus. Cada uña de las manos y los pies era perfecta en su detalle, y había más.
– Vuestro sencillo homenaje es alabanza más que suficiente -dijo él. Veía la admiración por su talento y su arte en los ojos de Cailin. La sencillez de aquella joven resultaba estimulante, pensó Arcadio. De haber sido una mujer de la corte, se habría quejado de que no había captado su verdadera esencia y luego habría tratado de escatimarle los honorarios. Bueno, había sido un trabajo más que agradable. Al día siguiente regresaría a la ciudad y empezaría una serie de seis figuras para el altar de una nueva iglesia que se construía en Constantinopla. -Cuando el pedestal esté terminado, querida, vendré yo mismo a instalar la estatua. Creo que Flavio Aspar estará muy satisfecho con lo que hemos conseguido.
Tras su partida al día siguiente, Cailin descubrió que echaba de menos la compañía del escultor, que había resultado un compañero encantador y muy divertido. Nellwyn era una muchacha dulce pero simple. Cailin no podía hablar de temas profundos con ella. Sencillamente no los entendía. Aun así, resultaba agradable y Cailin se alegraba de su presencia.
La cosecha fue buena en la hacienda de Flavio Aspar, y mientras Cailin caminaba por los campos con Nellwyn, saludando a los obreros, volvió a considerar la posibilidad de que Aspar criara caballos para las carreras de carros. Los arrendatarios de la finca ya cultivaban heno y grano para el ganado. Gran parte de los pastos eran igualmente adecuados para los caballos. Si Aspar necesitaba aún más tierras, quizá podría obtenerlas de los propietarios, cargados de impuestos, cuyas propiedades limitaban con la suya. Se lo plantearía de nuevo cuando regresara.
Casia fue a visitarla para quedarse unos días y le llevó noticias de la ciudad.
– Basilico me ha jurado que León dará su consentimiento a tu boda cuando Aspar regrese. Los esfuerzos del general en Adrianópolis al parecer están resultando satisfactorios. León no tendrá que mermar su tesoro imperial para recompensarle -dijo riendo. -¿Arcadio ya terminó tu estatua?
– Hace unas semanas. Pronto volverá para instalar el pedestal en el jardín. Quiero que esté terminado antes de que Aspar regrese. ¿Te gustaría verla?
– ¡Claro que sí! -respondió la hermosa cortesana, riendo. -¿Crees que lo he mencionado sólo de paso? Me muero de curiosidad.
– Arcadio la llama la joven Venus -explicó Cailin al descubrir la estatua en el estudio del artista. -¿Qué te parece?
Casia quedó fascinada y por fin dijo: -Te ha reflejado perfectamente, Cailin. Tu juventud, tu belleza, esa dulce inocencia que asoma en tu rostro a pesar de todo lo que has sufrido. Sí, Arcadio ha captado tu esencia y si no fuera amiga tuya me sentiría muy celosa. -Cogió las manos de Cailin y, dándole un fuerte apretón, añadió: -Pronto no podremos continuar nuestra amistad.
– ¿Por qué? ¿Porque voy a ser la esposa de Aspar y tú eres la amante de Basilico? No, Casia, no seguiré sus crueles juegos. Continuaremos siendo amigas a pesar de mi cambio de posición social.
Los adorables ojos de Casia se llenaron de lágrimas y luego dijo:
– Jamás había tenido una amiga hasta que te conocí, Cailin. Espero que sea como tú dices.
– Yo tampoco he tenido nunca una amiga, Casia. Antonia Porcio fingía serlo, aunque siempre supe que no lo era. Las amigas no se traicionan. Sé que nosotras nunca lo haremos. Ahora cuéntame las últimas habladurías de la ciudad. Echo de menos la charla de Arcadio.
Salieron del estudio y se dirigieron a la playa, donde se sentaron en la arena y Casia le contó las últimas noticias de la ciudad.
– La esposa de Basilico, Eudoxia, por fin ha seducido a su joven guardia. Es el mismo que trajo a la emperatriz aquí. Su semilla es muy potente y la pobre Eudoxia se quedó embarazada prácticamente enseguida, a pesar de sus esfuerzos para evitarlo, según me han dicho. Basilico se puso furioso. Ella quería abortar, pero él no lo permitió. La ha enviado a casa de sus padres, en las afueras de Éfeso.
– No sé cómo se atreve a ser tan exigente, considerando la relación que tiene contigo -comentó Cailin con una leve sonrisa.
– Parece injusto -coincidió Casia, -pero has de recordar que existen reglas diferentes para los hombres y las mujeres. Basilico ha sido muy benévolo con Eudoxia porque ella es una buena esposa y buena madre. No es como Flacila. Por eso le ha permitido disfrutar de esa pequeña diversión. Sin embargo, quedar embarazada ha sido un descuido por parte de Eudoxia y ha provocado una gran vergüenza a Basilico. Eudoxia tenía que haber pensado en las consecuencias cuando actuó tan a la ligera. El niño tiene que nacer a principios de verano y será dado en adopción a una buena familia. La pobre Eudoxia se quedará en Éfeso hasta que nazca. No me importa. Basilico ahora es libre de pasar más tiempo conmigo. Sus hijos prácticamente son mayores y no le necesitan.
– Me pregunto qué piensan de su madre. -El hijo de Basilico conoce la verdad y quería matar al pobre guardia. Basilico le explicó que no se puede matar a un hombre por aceptar lo que se le ofrece libremente. En cuanto a las hijas del príncipe, no lo saben, o al menos él espera que no lo sepan. Les han dicho que su madre ha ido a Éfeso para cuidar de los abuelos, que están enfermos, y Basilico las envió al convento de Santa Bárbara para que estén a salvo hasta que regrese su madre. Solas, quién sabe qué travesuras podrían hacer. Las niñas tienen mucha inventiva.
– ¿De dónde eres? -preguntó Cailin mientras contemplaban el agua. -De Atenas, creo que oí decir en una ocasión. ¿Dónde está eso?
– Es una ciudad junto al mar Egeo, al sur de Constantinopla. Nací en un burdel que era propiedad de mi madre. Mi padre era oficial del gobierno destacado en esa ciudad. Recuerdo que no era muy apreciado por allí. Cuando murió, cerraron el negocio de mi madre. Yo sólo tenía diez años pero me vendieron como esclava. No sé qué les sucedió a mi madre y mi hermano pequeño. A mí me trajeron a Constantinopla y me compró Joviano para Villa Máxima. Tuve mucha suerte. Ya sabes lo bien que tratan a los niños en Villa Máxima. Les enseñan a leer y escribir y a hacer sumas sencillas. Aprenden modales y a complacer a los hombres y mujeres que frecuentan el establecimiento. Cuando tuve trece años mi virginidad fue subastada al mejor postor. Joviano y Focas nunca habían recibido, ni la han recibido después, una oferta tan elevada por una virginidad -dijo con orgullo. -Como me habían enseñado muy bien a complacer a los hombres, y como al parecer poseo un talento innato para eso, me hice muy popular. Joviano me advirtió que seleccionara a quién daba placer, pues tenía el derecho de rechazar a cualquier hombre. Resultó un excelente consejo. Cuanto más exigente parecía, más desesperaban los hombres por poseerme y más predispuestos a pagar el precio más elevado. Conseguí reunir algunos regalos magníficos de mis agradecidos amantes. -Sonrió. -Entonces llegó Basilico, y al cabo de poco tiempo quería de él más que una visita ocasional a mi cama. Le insinué si eso sería posible. Se ofreció a regalarme una casa en un buen distrito, y así compré mi libertad de Villa Máxima.