– ¿Cuántos años tienes? -le preguntó Cailin.
– Uno más que tú.
Cailin se quedó sorprendida. Parecía mayor, pero no era de extrañar.
– ¿Cuánto tiempo mantendrás al príncipe como amante? -preguntó. -Quiero decir… bueno… estás acostumbrada a tener varios amantes. ¿No te aburre tener sólo uno?
Casia se echó a reír. Si esa pregunta se la hubiera hecho otra persona se habría ofendido, pero sabía que Cailin, sólo tenía curiosidad.
– Con un amante ya es suficiente -respondió. -En cuanto a tu otra pregunta, estaré con Basilico mientras eso nos satisfaga a los dos. Él y yo nunca nos casaremos como tú y Aspar. Yo no soy patricia.
– Ser patricia no me ha protegido del mal -replicó Cailin con voz suave. -Aunque en otro tiempo me quejaba de que la fortuna no me sonreía, me equivocaba. Perdí a mi esposo y mi hijo, pero he encontrado a Aspar. ¡Oh, Casia! ¡Él quiere tener hijos, a su edad! Casia se estremeció ligeramente. -Mejor tú, querida amiga, que yo. No soy muy maternal. Afortunadamente mi príncipe está satisfecho con los esfuerzos de su esposa para producir vástagos… cuando son suyos.
Se alejaron de la playa y fueron a sentarse junto al estanque del atrio, donde tomaron vino dulce y disfrutaron de los pasteles de miel que la esposa de Zeno, Ana, había preparado para ellas.
– La ciudad -dijo Casia- rebosa de excitación por los juegos que Justino Gabras organiza en el Hipódromo dentro de unos días. Ha hecho venir gladiadores para celebrar combates a muerte. ¡Apenas puedo esperar!
– Arcadio me lo contó -respondió Cailin. -Me alegro de no tener que verlo. ¡Me parece algo terrible!
– No lo es -dijo Casia. -Te acostumbrarías a ello. Es magnífico ver a los buenos gladiadores, pero en la actualidad escasean. La Iglesia no los aprueba, pero apuesto a que el patriarca y sus secuaces estarán allí, en su palco, con la misma sed de sangre que todos los demás. -Rió. -¡Son tan hipócritas! Lamento que no acudas. Tendré que sentarme en las gradas, pero no me perdería esos juegos por nada del mundo.
«Peleará el Sajón. Dicen que nunca ha perdido un combate. Al parecer no teme a la muerte, y sus otros apetitos son igualmente insaciables, según me han dicho.
Casia se quedó en Villa Mare tres días. El día antes de marcharse, llegó Arcadio con una carreta en la que traía el pedestal para la joven Venus y varios fornidos ayudantes que trasladarían la estatua del estudio a su sitio en el jardín. Las dos mujeres contemplaron, fascinadas, cómo acarreaban la obra de arte, haciendo esfuerzos por no reír al ver al escultor ir de un lado a otro dando órdenes airadas a los trabajadores. Por fin la joven Venus estuvo colocada sobre su base de mármol rosa y blanco, de cara al mar. Arcadio exhaló un suspiro de alivio.
– Bueno -dijo, -¿qué os parece? Casia estaba visiblemente impresionada y así lo expresó. Cailin se limitó a besar al escultor en la mejilla, lo que le hizo sonrojar de placer.
– Es maravillosa -coincidió con ellas. -Quedaos con nosotras esta noche -invitó Cailin. -Sí -dijo Casia. -Puedes volver a la ciudad por la mañana en mi litera, conmigo. Será un viaje más agradable que volver en la carreta con tus obreros, que huelen a cebolla y sudor.
Arcadio sintió un escalofrío al oír esta descripción tan gráfica y exacta.
– Me quedaré -dijo, y dio órdenes a su capataz de que se llevara a los hombres y regresara a Constantinopla. Luego volvió con las mujeres y dijo: -Los gladiadores llegaron ayer. Desfilaron por la ciudad con toda pompa, como si eso fuera necesario para estimular el interés por los juegos. El pueblo ya hervía de excitación. No puedo deciros cuántas mujeres se desmayaron al ver al campeón. Francamente, es la pieza masculina más magnífica que jamás he visto. Sería una lástima que le mataran, pero hasta ahora nadie lo ha conseguido.
Casia y Arcadio, gente de ciudad hasta la médula, conversaron animadamente toda la velada, llenando los oídos de Cailin con toda clase de cotilleos. Aunque era divertido, Cailin se sintió aliviada cuando por fin pudo acostarse. Por la mañana despidió a sus invitados. Se preguntó si tendría que involucrarse en los asuntos de la corte una vez ella y Aspar estuvieran casados. Tal vez Arcadio se equivocaba.
Por la tarde, nadó en el cálido y tranquilo mar y se tumbó desnuda en la playa, secándose al sol otoñal. La paz que reinaba era maravillosa y Cailin disfrutó de ella. Se quedó dormida y cuando despertó se sentía llena de renovadas energías y deseando que Aspar estuviera en casa de nuevo.
CAPÍTULO 13
Aspar regresó a Villa Mare a última hora de la noche siguiente y se llevó a Cailin a la cama de inmediato. Al amanecer, cuando hubieron saciado su deseo, se relajaron y él le contó el resultado de su misión.
– Llegué a Constantinopla ayer por la tarde -le dijo- e inmediatamente me presenté ante León. Las dificultades en Adrianópolis han sido superadas. En esa ciudad vuelve a reinar la paz, aunque no sé por cuánto tiempo. Tengo poca paciencia con los que discuten sobre el credo y el clan. ¡Qué tontos son!
– Son la mayoría -señaló Cailin, -pero estoy de acuerdo contigo, mi amor. La gente cree que la vida es un rompecabezas profundo y difícil, pero no lo es. Nos une un hilo: nuestra humanidad. Si dejáramos a un lado nuestras diferencias y tejiéramos nuestro destino con ese hilo, no existirían más enfrentamientos.
– Eres demasiado joven para ser tan sensata -bromeó él, besándola levemente. -¿Te gustaría saber cuál es mi recompensa por este reciente servicio a Bizancio?
Sonrió y la miró con un destello malicioso en los ojos.
El corazón de Cailin se desbocó. Pero no se atrevió a formular la pregunta y se limitó a asentir.
– El uno de noviembre te bautizará el propio patriarca, en la capilla privada del palacio imperial -anunció Aspar. -Luego nos casará. León y Verina serán nuestros testigos formales. Tendrás que adoptar un nombre bizantino, por supuesto.
Cailin ahogó un grito. Así pues, era cierto.
– Ana María -logró decir. -Ana en recuerdo de tu buena esposa, la madre de tus hijos, y María por la madre de Jesús.
– Has elegido bien -dijo él. -Todo el mundo lo aprobará, pero yo no dejaré de llamarte Cailin, mi amor. Para el mundo serás Ana María, la esposa de Flavio Aspar, pero yo me enamoré de Cailin y seguiré amándola toda la vida.
– Me cuesta creer que el emperador y el patriarca al fin hayan dado su consentimiento -dijo Cailin con lágrimas en los ojos.
– Ninguno de los dos es tonto, mi amor -señaló Aspar. -Tu presentación a la sociedad bizantina no fue lo que se dice convencional -sonrió, -y sin embargo León y la Iglesia saben que tu conducta desde que te compré y liberé ha sido mucho más circunspecta que la de la mayoría de mujeres de la corte, en especial a la luz del actual escándalo que rodea a la esposa de Basilico, Eudoxia. En cuanto a mí, he dado la vida por Bizancio, y si en mis últimos años no puedo tener lo que deseo, ¿de qué serviré al Imperio?
– ¿Les dijiste eso a ellos? -preguntó Cailin, sorprendida de que hubiera hablado con tanta franqueza ante el emperador y el patriarca.
– Sí, se lo dije -contestó Aspar, y luego rió entre dientes. -Sólo hice una insinuación, mi amor. Mi gran ventaja sobre el emperador es que no hay otro soldado de mi capacidad que pueda acaudillar los ejércitos del Imperio. Si me retirara de la vida pública… -Volvió a sonreír. -Lo he dejado a su imaginación. León no ha tardado en decidirse y ha convencido al patriarca. El emperador ha aprendido recientemente el valor de una esposa leal y virtuosa.