– Mira eso -dijo Flacila con indignación. -¿Cómo se atreven Aspar y Basilico a traer a sus prostitutas a nuestros juegos?
– Los juegos son para todos, querida -replicó Justino Gabras, mirando a Cailin ávidamente.
«Qué magnífica criatura -pensó. -Cuánto me gustaría disponer de ella aunque sólo fueran unos minutos.»
– No me parece correcto que el primer patricio del Imperio exhiba a su amante públicamente -insistió Flacila.
– Oh, Flacila -dijo Verina con una risita, -tus celos me sorprenden, en especial dado que ni tú ni Aspar os soportabais cuando estabais casados.
– No se trata de eso -replicó Flacila. -Aspar no debería exhibirse en público con una mujer de moral tan reprobable.
– ¿Por eso nunca se le vio contigo, querida? -preguntó su esposo, burlón, y para mortificación de Flacila, León y Verina se echaron a reír.
Ella prorrumpió en llanto.
– ¡Dios mío! -exclamó Justino Gabras. -No soporto las emociones desbordadas de las mujeres que están en época de crianza. -Sacó un trozo de seda blanco de la túnica y se lo entregó a su esposa. -Sécate los ojos, Flacila, y no hagas el ridículo.
– ¿Estás esperando un hijo? -preguntó Verina sorprendida, pero entonces pensó que eso explicaba la gordura que últimamente Flacila exhibía.
Ésta hizo un gesto de asentimiento y sorbió por la nariz.
– Dentro de cuatro meses -admitió.
Todos felicitaron a Justino Gabras.
– Podría ser peor -señaló éste. -Si la chica fuera la esposa de Aspar, tendría preferencia ante ti en la corte. En su actual situación es inofensiva.
Verina no pudo resistir la tentación que se le ponía al alcance de la mano. Sonrió con falsa dulzura.
– Me temo que es exactamente lo que va a ocurrir, mi señor. El emperador y el patriarca han autorizado a Aspar a que se case con Cailin Druso.
Flacila palideció.
– ¡No puedes permitirlo! -exclamó. -¡Esa joven no es más que una prostituta!
– Flacila -repuso Verina con calma, -te inquietas por nada. Admito que la presentación en sociedad de esa muchacha no fue nada convencional, pero pasó muy poco tiempo en Villa Máxima. Sus antecedentes son mejores que los de todas nosotras. Se comporta con una modestia que se ha ganado incluso el encomio de tu primo, el patriarca. Será una esposa excelente para Aspar y, créeme, con el tiempo todo lo demás quedará olvidado, en especial si tú sigues provocando escándalos como el de la primavera pasada. Tú eres mucho más puta, y también la mitad de las mujeres de la corte, que la pequeña Cailin Druso.
La emperatriz sonrió y cogió la copa de vino que le o I recia un criado.
Antes de que Flacila pudiera responder, su esposo la pellizcó en el brazo.
– Cierra la boca -le susurró. -No importa. -¡A ti no te importa! -espetó Flacila enojada. -Jamás daré preferencia a esa zorra presuntuosa. ¡Jamás!
– Oh, Flacila -dijo la emperatriz, -no te preocupes. ¡Mira! Los Verdes han ganado dos carreras seguidas esta mañana. -Se volvió hacia su esposo. -Me debes un nuevo collar de oro, mi señor, y un brazalete.
– ¡Oh, la odio! -masculló Flacila. -Cuánto me gustaría vengarme de ella.
– Bueno, ahora no puedes hacerlo, querida -le susurró su esposo. -Como amante de Aspar tenía cierta vulnerabilidad, pero como esposa, Flacila, es inviolable. ¡Mírala! Modesta y hermosa. Pronto será famosa por sus buenas obras. Y será una madre modelo, no me cabe duda. No le veo ningún defecto. Si lo tuviera, podríamos encontrar una manera de estropear la felicidad de Aspar, pero no es así. Tendrás que aprender a convivir con esta situación. No quiero que te preocupes innecesariamente o perderás a mi hijo. Si eso ocurre, Flacila, te mataré con mis propias manos. ¿Me entiendes?
– ¿Tanto significa para ti el niño, mi señor?
– ¡Sí! Nunca he tenido un hijo legítimo.
– ¿Y yo, mi señor? ¿No significo nada para ti, aparte de ser la hembra que te dará tu heredero?
– Eres la única mujer para mí, Flacila. Te lo he dicho muchas veces, pero si te complace oírlo decir de nuevo, bien. Nunca había pedido a una mujer que se casara conmigo. Es a ti a quien quiero, pero también quiero tener un hijo, querida. Ten cuidado de que tu mal genio no estropee una relación perfecta.
Ella volvió los ojos hacia la pista, sabiendo que Justino tenía razón y odiándole por ello. No se atrevió a volver a mirar hacia el palco de Aspar, pues no podía soportar ver a su ex marido y a Cailin juntos.
Las carreras de carros por fin terminaron. El intermedio entre las carreras y los juegos duraría una hora. En los tres palcos, los criados sirvieron un ligero almuerzo a sus amos. Cuando casi habían terminado de comer, apareció un guardia imperial en el palco de Aspar.
– El emperador y la emperatriz recibirán ahora vuestros leales respetos, señor, y también los de la señora -dijo, inclinando la cabeza en leve reverencia.
– No me lo habías dicho -reprochó Cailin a Aspar, indicando a Zeno que le acercara una palangana de agua perfumada para lavarse las manos. Se las secó deprisa con la toalla de hilo que el anciano le entregó.
– No sabía que nos recibiría hoy -respondió él. -Es un gran honor, mi amor. ¡Éste es el reconocimiento de nuestra relación! ¡No pueden echarse atrás, Cailin!
– Estás hermosísima -susurró Casia a su amiga. -He estado observando a Flacila. Los celos la consumen. Es una gran victoria para ti, amiga mía. ¡Saboréala!
Aspar y Cailin siguieron al guardia hasta el palco imperial donde se arrodillaron ante el emperador y la emperatriz. «Forman una pareja perfecta -pensó Verina mientras su esposo los saludaba. -Nunca había visto a un hombre mayor y a una mujer joven que encajaran tan bien. Casi estoy celosa del amor que se profesan.» La voz de León la sacó de sus elucubraciones.
– Y mi esposa también os da la bienvenida, mi señora, ¿verdad, Verina?
– Claro que sí, mi señor -respondió la emperatriz. -Aportaréis lustre a nuestra corte, señora. Me han dicho que sois de la ex provincia de Britania. Es una tierra brumosa, o eso me han informado.
– Es una tierra verde y fértil, majestad, pero quizá no tan soleada y luminosa como Bizancio. La primavera aquí llega antes y el otoño más tarde que en Britania.
– ¿Y echáis de menos vuestra verde y fértil tierra, señora? -preguntó la emperatriz. -¿Tenéis familia allí?
– Sí -respondió Cailin. -A veces echo de menos Liritania, majestad. Allí era feliz, pero -añadió con una dulce sonrisa- también soy feliz aquí con mi amado señor, Aspar. Dondequiera que él esté será mi hogar.
– ¡Bien dicho! -aprobó el emperador, sonriendo a Cailin.
Cuando la pareja hubo regresado a su palco, León comentó:
– Es encantadora. Creo que Aspar es un hombre muy afortunado.
Justino Gabras estrechó la mano de su esposa como advertencia, pues se dio cuenta de que estaba a punto de estallar.
– Respira hondo, Flacila -le sugirió con suavidad- y controla tu mal genio. Si somos apartados de la corte por culpa de tu comportamiento, lo lamentarás mientras vivas, ¡te lo juro!
La rabia poco a poco desapareció del rostro y el cuello de Flacila, que tragó saliva y asintió.
– Jamás volveré a ser feliz hasta que consiga vengarme de Aspar -susurró.
– Déjalo, querida -le aconsejó él. -No hay manera.
– Esa vaca gorda tendrá una apoplejía -se burló Casia maliciosamente en el palco de Aspar. -Está roja de ira. ¿Qué os han dicho el emperador y la emperatriz para que se haya enfadado tanto?
– No tiene motivo para estar enfadada con nosotros -respondió Cailin, y le contó la conversación que habían mantenido con la pareja real.
De pronto se oyó un resonar de trompetas y Casia exclamó con excitación.
– ¡Oh, los juegos están a punto de empezar! Ayer fui a visitar a mi amiga Mará en Villa Máxima y vi a los gladiadores. Justino Gabras ha alquilado la villa para todo el tiempo que dure su estancia. No está permitida la entrada al público. Dijo que quería que sus gladiadores disfrutaran de lo mejor mientras estuvieran en Constantinopla. Joviano está en la gloria con todos esos guapos jóvenes alrededor, y Focas, según me han dicho, está realmente satisfecho, tan elevado es el precio que Gabras le pagó. Espera a ver el campeón al que llaman el Sajón. Jamás he visto a un hombre más guapo. Castor, Pólux y Apolo palidecen a su lado. ¡Ooooh! -exclamó. -¡Ahí están!