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Los gladiadores entraron en la arena y desfilaron hasta llegar al palco imperial, donde se detuvieron. Con las armas levantadas, saludaron al emperador y a su generoso patrón con una exclamación lanzada al unísono:

– ¡Los que van a morir te saludan!

– Ése es el Sajón -indicó Casia señalando al más alto del grupo. -¿No te parece muy apuesto?

– ¿Cómo puedes saberlo? -bromeó Cailin. -Ese casco con visera prácticamente les oculta las facciones.

– Es cierto -admitió Casia, -pero tendrás que creerme. Tiene el pelo como el oro y los ojos azules.

– Muchos sajones son así -observó Cailin.

Aspar se inclinó hacia ellas y dijo:

– Los primeros combates se librarán con armas romas, mi amor. De momento no habrá derramamiento de sangre y podrás hacerte una idea de la habilidad que requiere.

– Me parece que lo preferiré a lo que viene después -respondió Cailin. -¿Todos tienen que luchar hasta que sólo uno de ellos sobreviva?

– No -respondió él. -Sólo se disputarán seis combates a muerte. Eso es lo que Gabras acordó. Hoy se celebrarán dos, mañana otros dos y otros dos el último día de los juegos. El Sajón, que es el campeón imbuido, peleará hoy y el último día. Su principal rival es un hombre llamado el Huno, que combatirá los tres días. Si sobrevive los dos primeros días, probablemente se enfrentará al Sajón el último día. Será un buen espectáculo.

– Me parece horrendo que alguien deba morir -insistió Cailin. -Son hombres jóvenes. Va contra las enseñanzas de la Iglesia permitir esta barbaridad, y sin embargo allí están el patriarca y todos sus sacerdotes, en su palco al otro lado del emperador, disfrutando del espectáculo.

Aspar le cogió una mano.

– Calla, amor mío, te van a oír -le advirtió. -La muerte forma parte de la vida.

La batalla había comenzado en la arena. Hombres jóvenes con pequeños escudos y espadas cortas peleaban encarnizadamente. La multitud se entusiasmaba con la exhibición, pero al final empezaron a cansarse.

– ¡Que venga el Sajón! ¡Que venga el Huno! -gritaba el gentío.

Luego sonaron las trompetas y los luchadores abandonaron corriendo la arena. Entraron los cuidadores y alisaron el terreno. El silencio envolvió el Hipódromo durante varios minutos. De pronto se abrió la puerta de los Gladiadores y aparecieron dos hombres. La multitud prorrumpió en gritos de excitación.

– Es el Huno -informó Aspar. -Peleará con un tracio.

– No lleva armadura -dijo Cailin.

– No necesita más que hombreras de piel, mi amor. Lucha con red, daga y lanza; los que luchan con red son los gladiadores más peligrosos.

El tracio, con casco y espinilleras en ambas piernas, llevaba un pequeño escudo y una espada de hoja curva. A Cailin le pareció injusto, hasta que los dos hombres empezaron a pelear. El Huno lanzó su red pero el tracio la esquivó, saltó detrás de su oponente e intentó clavarle el cuchillo. El Huno, se apartó a tiempo y sólo recibió un arañazo. Los hombres pelearon varios minutos mientras la multitud les alentaba a gritos. Por fin, cuando Cailin había empezado a pensar que exageraban la ferocidad de esos combates, el Huno dio un salto y, con un hábil movimiento de la muñeca, extendió su red. El tracio quedó atrapado en la telaraña. Desesperado, intentó cortarla con la espada mientras la multitud gritaba cada vez más fuerte, sedienta de sangre. El Huno clavó su lanza en el suelo, sacó su daga y se lanzó sobre el otro hombre. Fue tan rápido que Cailin ni siquiera estaba segura de haberlo visto, pero el suelo arenoso se manchó de sangre cuando el Huno cortó la garganta a su oponente y luego se alzó victorioso, agradeciendo los vítores de la multitud.

Era un hombre de estatura media, complexión robusta y completamente calvo salvo por una coleta negra que llevaba sujeta con una trenza de cuero. Dio la vuelta al ruedo con grandes pasos, aceptando lo que consideraba su derecho. Mientras lo hacía salieron cuatro cuidadores y dos de ellos se llevaron a rastras el cuerpo sin vida del tracio por la puerta de la Muerte; los otros dos arrojaron arena nueva sobre la sangre y la alisaron.

Cailin estaba asombrada.

– Ha sido tan rápido… -murmuró. -El tracio ni siquiera ha tenido tiempo de gritar.

– Los gladiadores no suelen ser crueles entre ellos -observó Aspar. -Son amigos o conocidos, pues viven, comen, duermen y fornican juntos. Los combates a muerte hoy en día son raros, y Justino Gabras debe de haber pagado mucho. O quizá estos gladiadores son hombres desesperados a quienes nada importa.

– Quiero regresar a casa -dijo Cailin con voz suave.

– ¡Ahora no puedes irte! -exclamó Casia. -El último combate del día está a punto de empezar y es el del campeón. El Huno es un aficionado comparado con el Sajón. Si hay demasiada sangre, no mires, pero tienes que verle sin casco. ¡Es como un dios, te lo aseguro! -dijo Casia entusiasmada.

Aspar rió y, volviéndose hacia Basilico, dijo:

– Creo que si estuviera en tu lugar me preocuparía por Casia. Está fascinada por ese gladiador.

– Es un hombre muy bello -se defendió Casia antes de que el príncipe dijera nada, -pero sé que normalmente los hombres como el Sajón sólo pueden ofrecer un cuerpo y un rostro hermoso. No tienen nada más, ni ingenio ni cultura. Después de disfrutar de un buen revolcón, es agradable quedarse tumbado y charlar, ¿no es cierto, mi señor?

Basilico asintió en silencio, pero le brillaban los ojos.

– ¡Oh, mirad! -exclamó Casia. -Ahí están los combatientes. No me gustaría ser el pobre diablo que peleará con el Sajón. Sabe que no tiene ninguna posibilidad.

– Qué triste para él -dijo Cailin. -Qué terrible ha de ser saber que se está frente a la muerte en este día tan hermoso.

Casia pareció apesadumbrada pero enseguida se animó y dijo:

– Bueno, siempre cabe la posibilidad de que tenga suerte y venza al campeón. ¿No sería emocionante? De cualquier modo, será un buen espectáculo, de eso puedes estar segura.

El Sajón y su oponente iban armados al modo samnita: casco con visera, una gruesa manga en el brazo derecho y una espinillera en la pierna izquierda, un grueso cinturón, escudos largos y espadas cortas. Saludaron al emperador y a su amo y de inmediato empezaron a pelear. A su pesar, Cailin estaba fascinada, pues aquel combate parecía más igualado que el anterior.

Se oía el entrechocar de las armas y el fragor de la lucha cuerpo a cuerpo. Cailin se dio cuenta de que en realidad el combate no era tan igualado. El rival del Sajón no estaba a su altura en cuanto a habilidad. El campeón saltaba y efectuaba una serie de maniobras y movimientos espectaculares para complacer a la multitud. Por dos veces el otro hombre quedó al descubierto, pero el sajón prefirió hacer una finta para distraer la atención. Por fin la multitud empezó a darse cuenta y empezó a gritar con indignación, ávida de sangre.

– No es su estilo -observó Basilico. -Él intenta dar un buen espectáculo pero la gente quiere sangre. Bien, ahora la tendrán, creo. Deberían haber reservado al Sajón para el último día, en lugar de hacerle pelear dos días. Es evidente que Gabras quería amortizar el dinero invertido.

El combate dio un nuevo giro, pues el Sajón empezó a atacar a su oponente con vigor mientras éste luchaba desesperadamente para salvar la vida. Sin embargo, el campeón no quería alargarlo más. De forma implacable lo hizo retroceder hasta el otro lado de la arena, recibiendo pocos golpes y protegiéndose diestramente con su escudo. Él Sajón daba golpe tras golpe hasta que por fin el hombre cayó al suelo, exhausto.