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– Iré a buscar a Joviano. Quédate aquí y no abras las cortinas para nada. Deja que piensen que la litera está vacía. -Bajó del elegante vehículo. -Pedro, no menciones a nadie que tengo compañía. No tardaré mucho.

– Muy bien, señora -respondió él. Casia cruzó presurosa el magnífico atrio de la villa. Un criado se adelantó y sus ojos se abrieron de par en par cuando reconoció a la joven.

– Buenas tardes, Miguel -saludó Casia. -Avisa al amo Joviano de mi presencia. Le esperaré aquí. ¿Has estado en los juegos? -preguntó en tono jovial. -¿No te ha parecido maravilloso el Sajón?

Miguel esbozó una leve sonrisa. Casia tenía buen ojo para los caballeros, y era evidente que no lo había perdido. Él inclinó la cabeza respetuosamente.

– Enseguida, señora. ¿Hago que os envíen un refresco mientras esperáis? Hace calor para ser otoño. ¿Un poco de vino frío, quizá?

– No, gracias -declinó Casia. -Sólo puedo quedarme el tiempo justo de hablar con el amo Joviano.

Se sentó en un banco de mármol, viendo marcharse al criado y rogando que Joviano no tardara en aparecer. ¡Por todos los dioses! ¿Por qué había sugerido ir allí?

Joviano salió al atrio al cabo de un minuto pero, para inquietud de Casia, no iba solo. Se maldijo a sí misma en silencio.

– ¡Casia, mi cielo! -La besó en ambas mejillas. -¿Qué te trae por aquí? Me sorprende verte.

– También yo estoy sorprendido -intervino Justino Gabras. -¿El príncipe Basilico ha venido contigo?

– No -respondió Casia con dulzura, recuperando la compostura. -Concedo ciertos favores al príncipe, señor, pero no soy de su propiedad. Tampoco él interfiere en mis amistades, muchas de las cuales son de muchos años. -Se volvió hacia Joviano. -¿Podemos hablar a solas?

Antes de que Joviano pudiera responder, Gabras dijo:

– ¿Secretos, cariño? Me sorprende. ¿Qué secretos puede tener una prostituta? Creí que todo lo relacionado contigo era ya de conocimiento público.

Casia sintió crecer la ira en su interior.

– Me pregunto cuánto tardaréis, mi señor, en morderos la lengua y morir envenenado -espetó. -Joviano, ¿dónde podemos hablar?

– No tan deprisa -terció Gabras, riendo. -Quiero conocer tus secretos. No te dejaré a solas con Joviano.

Joviano miró vacilante a Casia y ella se encogió de hombros.

– Muy bien. Si queréis saberlo, mi señor, he venido a echar un vistazo más de cerca a los gladiadores. ¿Satisfecho?

Justino Gabras soltó una carcajada.

– Todas las mujeres sois iguales -dijo. -¿Un vistazo, dices? ¿Eso es todo, Casia? Creo que lo que realmente quieres es probar sus espadas. ¿Cuál de ellos te gusta? ¿El Sajón? ¿El Huno? Si fueras residente de esta casa, esta noche podrías elegir entre ellos.

– Los hombres fornidos y sudorosos con grandes pollas y mentes infantiles no destacan precisamente como amantes -espetó Casia con rudeza. -Sin embargo, sus cuerpos son hermosos y a mí me gusta la belleza, mi señor. Desde nuestro palco en el Hipódromo no se veía bien, por eso he venido a Villa Máxima. Quizá he elegido un mal momento. Volveré mañana.

Joviano, asombrado por las palabras de Casia, por fin logró hablar.

– Sí, querida, será mucho mejor -coincidió. -Ha sido un día largo y están a punto de disfrutar de una buena comida y de la diversión que sólo Villa Máxima puede proporcionar. Vuelve mañana y te los presentaré a todos. Incluso podrás verles en los baños. -¿Qué pretendía Casia? Aquel comportamiento no era propio de ella. -Te acompañaré a la litera.

– Gracias, querido Joviano -dijo ella con una sonrisa.

– Y yo os acompañaré a ambos -declaró Justino Gabras.

– No es necesario, mi señor -repuso Casia.

– Insisto -dijo Justino Gabras sonriendo.

Cuando llegaron a la litera, Casia dijo:

– Volveré por la mañana, Joviano, para admirar esos hermosos cuerpos.

De pronto, Justino Gabras se inclino y apartó las cortinas de la litera. Sus ojos se desorbitaron y cogió a Cailin por los hombros.

– ¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? ¿La futura esposa de Flavio Aspar viene a visitar su hogar? ¿También has venido a ver a los gladiadores, mi pequeña? ¿Te apetece revivir los viejos tiempos?

Cailin se liberó de él y le clavó una mirada helada.

– Te equivocas -dijo Casia. -Después de los juegos llamaron a Aspar a palacio y yo me ofrecí a llevar a Cailin a Villa Mare, pero antes quise ver de cerca a esos hombres maravillosos. Cailin no quería venir, y como veis, se ha quedado en la litera, prácticamente escondida. ¡Si Aspar se entera no nos dejará ser amigas!

– Si Aspar se entera lo más probable es que anule la boda -declaró Justino Gabras con aire divertido.

– No lo creo, mi señor -dijo Cailin. -No he hecho nada malo, y mi señor Aspar sabe que no miento. Si le cuento la verdad me creerá.

– Probablemente -admitió Justino Gabras, -pero ¿y la corte imperial? ¿Y el patriarca? Están ansiosos por creer lo peor de ti, Cailin. -Rió. -Hoy mismo le decía a mi esposa que ahora eres inviolable. Pero me parece que estaba equivocado.

– ¿Quién creerá que hoy hemos estado aquí? -preguntó Casia. -Teniendo en cuenta quién es vuestra esposa, mi señor, ¿suponéis que alguien creerá vuestras historias? -Le apartó y cogió la mano de Cailin. -Vamos, tengo que llevarte a Villa Mare antes de que anochezca. Me quedaré a pasar la noche contigo. -¡No os mováis!

Justino Gabras aferró el otro brazo de Cailin con fuerza. Ya había ideado un plan perverso para desacreditarla.

– ¡Joviano! -pidió ayuda Casia. -Joviano no puede ayudaros, queridas amigas -dijo Cabras. -¿Qué esperáis que haga por vosotras? Halléis venido por voluntad propia, yo no os he obligado. Pero ahora os quedaréis y divertiréis a mis invitados.

– Mi señor Gabras -suplicó Cailin, -¿por qué hacéis esto? ¿Qué os ha hecho para que odiéis tanto a mi señor Aspar?

– No conozco lo bastante bien a Flavio Aspar para odiarle -respondió él con frialdad, -pero estoy cansado de oír a mi esposa gemir que quiere vengarse por su matrimonio sin amor. No, no me digas que ella no le amaba. Ya se lo repite ella misma suficientes veces, pero su odio hacia Aspar es muy fuerte, es la otra cara del amor, Cailin Druso. Seguro que ya lo sabes. La cólera de Flacila es tanta que temo por mi hijo. ¡Y quiero tener ese hijo! Hasta este momento no he podido dar a mi esposa lo que afirma desear ardientemente. Tu estupidez al venir aquí me ha dado una oportunidad que jamás había esperado tener. -Sonrió con crueldad. -Mañana a esta hora, Flacila tendrá su venganza y podrá descansar tranquila.

– Dejadla ir a ella y yo entretendré a vuestros invitados como deseéis -propuso Casia. -¡Pero soltad a Cailin, os lo ruego, mi señor Gabras! Joviano, ¿no dices nada?

– No puedo ayudarte -respondió Joviano, y los ojos se le llenaron de lágrimas. -Me mataría si lo intentara, ¿verdad, mi señor? Aunque me atreviera a buscar ayuda, cuando Aspar llegara aquí sería demasiado tarde. No deberías haber venido esta noche, Casia, y sin duda no deberías haber traído a Cailin.

– ¡Miguel! -Justino Gabras llamó al criado, que acudió enseguida. -Ayúdame a encerrar a nuestras invitadas hasta que estemos listos para ellas.

Arrastró a Cailin al atrio mientras ella forcejeaba en vano para escapar de sus fuertes manos.