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– ¿Por qué?

– Hablaremos de ello cuando estemos en un lugar privado. ¡Vamos! Cógeme antes de que venga alguien y se extrañe de que no estemos enzarzados en una apasionada batalla.

Él se acercó y le acarició la cara.

– Antonia dijo que habías muerto, y también nuestro hijo.

– Sospechaba que lo había hecho -dijo Cailin.

– Quiero saber la verdad.

– ¡Wulf, por favor! -le suplicó. -¡Ahora no! Gabras vendrá por nosotros. Es un hombre muy peligroso.

Las preguntas se arremolinaban en la cabeza de Wulf. ¿Cómo era que estaba viva? ¿Y por qué se encontraba en Bizancio? En sus ojos leyó que tenía miedo de verdad. La cogió en brazos y se la echó al hombro. Ella se puso a chillar y a golpearle con los puños mientras él la acarreaba por el jardín en dirección al lugar donde los otros esperaban.

– ¡Déjame en paz! ¡Suéltame, bruto! -gritaba Cailin. La sangre le subía a la cabeza y empezaba a sentirse mareada.

– Así que el otro conejito por fin ha sido atrapado -oyó decir a Gabras, que apareció en su campo de visión. -Nos has dado trabajo, querida. ¿Dónde estaba?

– En un árbol -respondió el Sajón. -Jamás la habría encontrado, pero la rama en que estaba ha cedido.

– Quiero ver cómo la posees -dijo Justino Gabras. -¡Aquí y ahora! -Sostenía una copa de vino.

– Sólo hago actuaciones públicas en la arena -repuso Wulf Puño de Hierro con calma.

– Quiero ver a esta mujer humillada -insistió Gabras.

«Este hombre es peligroso», pensó Wulf, y replicó:

– Por la mañana habré poseído a esta mujer de todas las maneras posibles, algunas de las cuales ni siquiera tú has imaginado, mi señor. Si no está muerta, será incapaz de arrastrarse para salir de la habitación donde yaceremos esta noche. -Se volvió hacia Joviano Máxima. -Quiero una habitación sin ventanas para que no moleste a nadie con sus gritos. Tiene que disponer de un buen colchón, y también quiero vino. Y un látigo. A menudo hay que recordar a las mujeres sus obligaciones, y ésta es demasiado rebelde. Es evidente que no sabe cuál es su lugar, ¡pero lo aprenderá! A los sajones nos gustan las mujeres dóciles y complacientes.

– ¡Por los dioses eres todo un hombre! -exclamó Justino Gabras con una sonrisa que iluminó sus facciones. -¡Dale lo que pide, Joviano Máxima! Esa puta está en buenas manos.

Unos momentos más tarde fueron acompañados a la misma habitación donde Cailin y Casia habían sido encerradas antes. Ahora, sin embargo, la habitación contenía una gran cama sobre una tarima, varias mesas bajas, una jarra de vino y dos copas, dos lámparas que ardían con aceite perfumado, una alta lámpara de suelo y, a los pies del colchón, el látigo que Wulf había pedido.

Joviano, que les había acompañado personalmente, parecía nervioso, y Wulf le sonrió con aire perverso.

– Cierra la puerta -pidió. -Quiero hablar contigo.

Joviano accedió con nerviosismo.

– Dile a Gabras que te he amenazado si no se nos concedía absoluta intimidad -dijo Wulf.

– ¿Qué quieres de mí, gladiador?

– Saber la naturaleza del peligro que Justino Gabras supone para Cailin Druso.

– Utilizará lo que ha ocurrido, lo que ocurrirá esta noche, para desacreditarla ante la corte imperial y el patriarca, que prohibirá entonces su matrimonio con el general Flavio Aspar. Eso es lo que pretende Gabras. El resto te lo puede contar la propia Cailin, si quieres escucharla.

– Es Wulf Puño de Hierro, mi marido -le susurró Cailin.

– ¿Que él es…? -exclamó asombrado Joviano Máxima. -¿Es verdad eso que dices, Cailin?

– Por esa razón he venido aquí, Joviano -admitió ella. -Cuando le vi en la arena no estaba segura. Tenía que cerciorarme antes de jurar mi fidelidad a Aspar.

Wulf y yo tenemos que hablar, y luego yo me quedaré en esta habitación hasta la mañana. Sin embargo, cuando amanezca, tendrás que ayudarme a regresar a Villa Mare. Y también a Casia. Si nos movemos con habilidad, podemos impedir que el príncipe Basilico se entere del incidente. Ella le ama.

Joviano hizo un gesto de asentimiento, aún no repuesto de la sorpresa.

– Sí, y el príncipe ama a Casia tanto como ella a él, pero no puede decírselo. Me lo contó una vez en que había bebido de más. Por la mañana se lo diré. Eso la consolará, supongo. Ahora debo dejaros o Gabras sospechará.

La puerta se cerró tras Joviano, y Wulf colocó la barra de madera que protegería su intimidad. El corazón de Cailin latía deprisa. ¡Verdaderamente era Wulf! Con manos temblorosas sirvió dos copas de vino y bebió nerviosa, mientras él se volvía y cogía su copa.

Se la bebió de un trago y dijo sin rodeo:

– Así que vas a casarte. Tienes aspecto de haber prosperado y de ser amada.

– Y tú, que me querías por mis tierras, no tardaste en abandonarlas. Me dijiste que estabas harto de pelear, pero quizá un gladiador gana más dinero, y no cabe duda de que tiene mayores privilegios que un soldado -replicó Cailin.

Había sido una locura ir allí, y más aún creer que todavía quedaba algo entre ellos.

– ¿Cómo llegaste a Bizancio? -preguntó él.

– En la bodega de un barco de esclavos, desde Marsella -respondió Cailin con aspereza. -Tuve que cruzar a pie toda Galia para llegar hasta aquí. Antes de eso, pasé el tiempo drogada en una pocilga para esclavos en Londres. -Bebió un sorbo de vino. -Creo que nuestro hijo vive, pero no sé qué hizo Antonia con él. ¿Alguna vez intentaste averiguarlo?

– Ella me dijo que tú y el niño habíais muerto en el parto -explicó él, y pasó a contarle lo que había ocurrido cuando fue a la villa de Antonia a buscarla.

– ¿Y nuestros cuerpos? -preguntó airada Cailin. -¿Ni siquiera exigiste ver nuestros cuerpos?

– Me dijo que os había incinerado; incluso me dio una cajita con vuestras supuestas cenizas. Las enterré con tu familia -terminó con aire indefenso. -Creí que lo habrías querido así.

El macabro humor de este comentario sorprendió a Cailin y se rió.

– Sospecho que enterraste una cajita con cenizas de madera o de carbón -dijo, apurando su copa y sirviéndose más.

– ¿Cómo es que conoces a Joviano Máxima? -preguntó él.

– Él me compró en el mercado de esclavos y me trajo aquí-respondió ella con frialdad. -¿Estás seguro de que quieres saber más?

«No es la misma Cailin que conocí y amé», pensó Wulf. Pero ¿cómo iba a serlo? Hizo un lento gesto de asentimiento y escuchó, y su expresión fue pasando de la ira al dolor y la compasión mientras ella le relataba su terrible peripecia. Cuando hubo terminado, él guardó silencio un largo momento y luego preguntó:

– ¿Permitiremos que Antonia Porcio destruya la felicidad de que disfrutábamos, Cailin?

– Oh, Wulf, nuestro tiempo ha pasado. Yo creía que te quedarías con las tierras de mi familia, que habrías tomado otra esposa y que tendrías otro hijo. ¿Cómo podría imaginar que volveríamos a encontrarnos aquí, en Bizancio, o en cualquier otro lugar del mundo?

Cailin suspiró y bajó la cabeza para ocultar las lágrimas que habían acudido a sus ojos.

– ¿O sea, que rehiciste tu vida? -preguntó él con amargura.

– ¿Qué podía hacer? -sollozó ella. -Aspar me rescató de este Hades de seda y me dio la libertad. Me acogió en su casa y me amó. Me ha ofrecido la protección de su nombre a pesar de todo. ¡He aprendido a amarle, Wulf!

– ¿Y has olvidado el amor que compartimos, Cailin? -preguntó con rencor y la atrajo bruscamente a sus brazos. -¿Has olvidado cómo eran las cosas entre nosotros, ovejita? -La besó en la ceja. -Cuando Antonia me dijo que tú y el niño habíais muerto quedé destrozado. No podía creerlo, pero como ya te he dicho, ella me entregó lo que afirmó eran vuestras cenizas. Regresé a casa y las enterré. Traté de seguir adelante, pero tú estabas en todas partes. Tu esencia impregnaba la casa y las tierras. Y sin ti no había nada. Nada tenía significado para mí si tú no estabas, Cailin. Una mañana desperté. Cogí el casco, el escudo y la espada y me marché. No sabía adónde iba, pero sabía que tenía que apartarme de tu recuerdo. Vagué por Galia y me dirigí a Italia. En Capua conocí a unos gladiadores en una taberna. Ingresé en la escuela que hay allí y cuando empecé a pelear pronto me convertí en campeón. No temía a la muerte. Ese temor es el mayor enemigo del gladiador, pero yo no lo tenía. ¿Por qué iba a tenerlo? ¿Qué tenía que perder que no hubiera perdido ya excepto mi vida, que para mí no tenía ya ningún valor?