– ¿Y conseguiste escapar de mi recuerdo con tus combates, con una jarra de vino o en los brazos de otras mujeres?
– Siempre has permanecido conmigo, Cailin. En mis pensamientos y en mi corazón. No pude escapar de ti.
La estrechó entre los brazos, aspirando su perfume y frotando la mejilla contra su cabeza. La piedra en que el corazón de ella se había convertido empezó a desmigajarse.
– ¿Qué quieres de mí, Wulf? -le preguntó con ternura.
– Nos hemos reencontrado, mi dulce ovejita. ¿No podríamos volver a empezar? Los dioses han hecho posible este reencuentro.
– ¿Con qué fin? ¿Qué ganaríamos con ello?
Él le levantó el rostro levemente y su boca la besó con suavidad. Sus labios eran cálidos y muy suaves, y cuando el beso se hizo más apasionado, el corazón de Cailin estuvo a punto de partirse en dos. ¡Todavía le amaba! Pero ¡también amaba a Aspar! ¿Qué podía hacer?
– Ya no sé qué está bien y qué está mal -dijo. -Oh, basta, Wulf. No puedo pensar.
– ¡No lo hagas! -exclamó él. -Dime que no me amas, Cailin, y te ayudaré a escapar de Villa Máxima ahora mismo. Me iré de Constantinopla y jamás volverás a verme. Quizá sería mejor así. Nuestro hijo está perdido para siempre, y la vida que llevas aquí es mejor para ti. La capital de la civilización te sienta bien, ovejita. Ya conoces el duro destino que nos espera en Britania.
Sin embargo, a pesar de sus palabras, la retenía entre sus brazos como si no pudiera soltarla.
Cailin guardó silencio durante lo que pareció una eternidad y luego dijo:
– Wulf, puede que el niño todavía esté vivo. De alguna manera lo percibo. ¿Qué clase de padres seríamos si ni siquiera fuésemos a buscarlo?
– ¿Y ese Flavio Aspar, el hombre con quien tienes que casarte? ¿Lo que hay entre vosotros no es suficiente para que te quedes con él?
– Hay muchas cosas entre nosotros -respondió ella con calma. -Más de las que puedes imaginar. Abandonaré muchas cosas para regresar a Britania contigo, Wulf, pero allí también nos esperan muchas cosas.
»Están nuestras tierras, de las que estoy segura que Antonia se ha apoderado de nuevo, y la esperanza de recuperar a nuestro hijo. La tierra no significa demasiado para mí. Me importa mucho más el amor de Aspar. Sin embargo, nuestro hijo inclina la balanza en tu favor.
»Una vez, hace mucho tiempo, nos prometimos en matrimonio. Ese matrimonio no sería reconocido por los que se hallan en el poder en Bizancio, ya que no se celebró en el seno de su Iglesia, pero los votos que hicimos en nuestra tierra son sagrados. No voy a negarlos ahora que sé que vives. Soy una Druso Corinio, y se nos enseña que cumplamos nuestras promesas no sólo cuando nos conviene sino siempre.
– Yo no soy un deber a cumplir -replicó él, ofendido.
Cailin percibió su tono y le sonrió.
– No. Wulf, no eres un deber, sino mi esposo, a menos que prefieras renunciar ahora a los votos que nos hicimos mutuamente en casa de mi abuelo aquella lejana noche de otoño. Sin embargo, recuerda que si me niegas a mí, niegas también a nuestro hijo.
– ¿Estás segura de lo que dices, ovejita?
– No, Wulf, no lo estoy -respondió ella con sinceridad. -Aspar ha sido muy bueno conmigo. Le amo y sé que le haré daño cuando le abandone; pero también te quiero a ti, y está nuestro hijo.
– ¿Y si no podemos encontrarle?
– Entonces habrá otros -respondió Cailin con suavidad.
– Oh, Cailin… -susurró él. -Quiero amarte como nos amamos en otro tiempo.
– Eso se espera de nosotros, ¿no? La puerta está atrancada y nos dejarán en paz hasta la mañana, pero debes quitarte esa túnica corta. ¡Por los dioses! Deja poco a la imaginación y prefiero verte sin ella.
Cuando los dos estuvieron desnudos a la vacilante luz de las lámparas, Cailin le contempló con avidez. Había olvidado muchas cosas, pero de pronto sus recuerdos acudían a su mente. Alargó el brazo y le acarició una cicatriz curva que tenía en el pecho.
– Esto es nuevo -observó ella.
– Me la hicieron en la escuela de Capua -dijo Wulf y extendió el brazo derecho hacia ella, -y ésta en los juegos de primavera en Rávena, el año pasado. Me hallaba bloqueando a un hombre que luchaba con red, y él esgrimió su daga. Murió bien.
Cailin se inclinó y le besó la cicatriz del brazo.
– Nunca más volverás a la arena, Wulf. Te perdí una vez, y no quiero perderte de nuevo.
– No hay ningún lugar seguro -señaló él. -Siempre acecha el peligro, amada mía.
Entonces le cogió el rostro con las dos manos y la besó en los labios, los ojos y las mejillas. Su piel era tan suave… Ella murmuraba en voz baja, la cabeza echada hacia atrás, tenso el cuello. Él le lamió ardientemente la garganta, deteniendo sus dedos en la base del cuello para sentir el pulso que latía.
– Te amo, ovejita-susurró. -Siempre te he querido.
De pronto Cailin pareció inflamarse de deseo y le cubrió de besos con sus labios y su lengua. Rozó la cicatriz del pecho con su boca y él gimió como si le doliera. Ella se irguió y se miraron profundamente a los ojos durante lo que pareció una eternidad. No había palabras para expresar lo que sentían. A continuación Cailin le acarició el miembro suavemente, deslizando los dedos hacia atrás para rozar con la mano su bolsa de vida.
– Vas a lisiarme, cariño -dijo él.
– No eres ningún novato -repuso ella- y no estaría mal que pusiera en práctica las cosas que he aprendido para nuestro mutuo placer.
Se puso de rodillas ante él y le besó el vientre y los muslos; luego le cogió el miembro en la boca y se aplicó hasta que él suplicó que parara y la puso en pie para besarla apasionadamente.
La guió hasta la tarima y se tumbaron en el colchón, los cuerpos entrelazados, sin dejar de besarse. Ella ya no era la muchacha tímida que Wulf había conocido. Sus manos eran atrevidas y le acariciaban con pericia. No sabía si sentir sorpresa o placer, pero al final cedió a éste. Había perdido una esposa joven y dulce y había recuperado una mujer apasionada. Acogiéndola en su brazo, empezó a acariciarle el cuerpo y ella se acurrucó junto a él ronroneando como una gatita, alentándole a seguir y gimiendo suavemente a medida que se excitaba.
Él le acarició con ternura los pechos y se inclinó para lamerle los pezones. El sabor de ella le excitaba y siguió lamiéndole la suave piel, recorriéndole el cuerpo entero con la lengua: entre los senos, por la garganta, hasta el vientre.
Cailin gemía y casi sollozaba.
– ¿Sabes complacer a una mujer como yo te he complacido?
– Sí -respondió él con voz ronca, y bajó la cabeza para llegar a su pequeña joya y penetrarla profundamente.
– ¡Aahhh…! -exclamó ella arqueando el cuerpo.
La estaba volviendo loca y percibía que él lo sabía. Entonces Wulf se colocó sobre ella y la penetró lenta y ardientemente, hasta lo más profundo. A continuación, descansó un momento mientras su miembro viril latía en su interior. Luego le cogió las caderas y la embistió rítmicamente hasta que sus gemidos resonaron en los oídos de Wulf. A Cailin se le cerraban los párpados pero se obligó a mantener los ojos abiertos y mirar a Wulf a la cara mientras la poseía.
Él lo hizo con ternura, besándole el rostro, murmurándole palabras de amor y deseo al oído. Ella estaba saciada y sin embargo quería más. Había olvidado la pasión que había existido entre ellos, pero ahora él había reavivado el fuego que había en ella y siguió haciéndolo a lo largo de toda la noche, en la que hicieron el amor muchas veces, incapaces de sentirse saciados durante mucho rato.