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Agotados al fin, se sumieron en un frágil sueño que al poco fue perturbado por un golpe en la puerta de la cámara.

Wulf se puso en pie de un salto. La lámpara del suelo y una de las pequeñas lámparas de aceite se habían extinguido. Wulf desatrancó la puerta y la abrió. Ante él aparecieron Casia y Joviano.

– ¿Qué queréis? -gruñó.

– Justino Gabras ha enviado a buscar a Flavio Aspar -chilló Joviano con voz horrorizada. Cailin gritó desde la cama:

– ¡Mi ropa, Joviano! Tengo que vestirme ahora mismo y, por piedad, encuentra algo respetable que Wulf pueda ponerse para conocer al general.

– Yo tengo tu ropa, Cailin -dijo Casia. -¡Ven conmigo!

– ¿Lo de anoche lo dijiste en serio? -le preguntó Wulf.

– Sí -respondió Cailin con una sonrisa. -Regresaremos a Britania a reclamar nuestras tierras y recuperar a nuestro hijo. ¡Claro que lo dije en serio!

Siguió a Casia con paso rápido.

– ¡Estás loca! -le dijo Casia poco después, mientras la ayudaba a vestirse. -¿Renunciarás a ser la esposa de Aspar y todo lo que Bizancio puede ofrecerte por ese sajón? ¡Ningún hombre es tan maravilloso en la cama!

Cailin rió.

– Él sí, pero no se trata de eso, Casia. Wulf es mi esposo y tenemos un hijo al que hemos perdido. Pero seguramente lo recuperaremos en Britania.

– Es una locura -repitió Casia. -¿Cómo regresaréis a Britania? ¿De dónde sacaréis el dinero? Las probabilidades de encontrar a vuestro hijo son mínimas, Cailin. ¿No has pensado en Aspar? Le destrozarás.

Cailin exhaló un profundo suspiro.

– ¿Crees que no lo sé? ¿Qué harías tú si te encontraras atrapada entre el amor de dos hombres? No puedo tenerles a los dos, o sea que tengo que decidirme por uno, por doloroso que sea.

Una esclava entró y les dijo:

– Flavio Aspar y el príncipe Basilico os esperan en el atrio, señoras.

– ¿Basilico? ¡Oh, por todos los dioses! -gimió Casia.

Cuando llegaron al atrio, encontraron a Justino Gabras con ellos, y también estaban Joviano y Wulf.

– ¿Lo veis? -exclamó Justino. -¿Qué os había dicho? Cuando se nace puta nada puede remediarlo. Me sorprendió verlas llegar anoche y quedarse luego para entretener a los gladiadores como sólo ellas saben hacerlo.

– ¡Con qué facilidad mueves tu lengua viperina, Justino Gabras! -dijo Cailin con frialdad.

– ¿Niegas que has pasado la noche en los brazos de este sajón, o que Casia la ha pasado con el Huno?

– ¿Niegas que nos obligaste a hacerlo, despojándonos de nuestra ropa y haciéndonos jugar al escondite en los jardines hasta que nos atraparon y fuimos entregadas como trofeos a los gladiadores?

– Yo no os traje aquí por la fuerza -replicó Gabras. -Vinisteis por voluntad propia, pero cuando se descubre vuestra lujuriosa conducta decís que os han violado.

– ¡Silencio! -bramó Flavio Aspar. Cailin contuvo el aliento pues nunca le había visto tan enfadado. Él la atravesó con la mirada. -¿Viniste aquí por voluntad propia ayer?

– ¡Fue culpa mía! -exclamó Casia. Se hallaba al borde de las lágrimas, lo que sorprendió a los hombres que la conocían.

El semblante de Aspar se suavizó un poco.

– Cuéntame la verdad, cariño -dijo volviéndose hacia Cailin. -Tú nunca me has mentido.

– Ni lo haré ahora, mi señor -contestó ella con aplomo. -Ayer, en los juegos, me pareció reconocer a uno de los gladiadores. Confié mis dudas a Casia y ella pensó que debíamos venir a Villa Máxima para que yo viese a ese hombre más de cerca y determinar así si realmente le conocía.

– Ella era reacia a venir -intervino Casia. -Estaba muy preocupada porque si alguien nos veía os perjudicaría.

– No necesito que me defiendas, Casia -advirtió Cailin a su amiga con serenidad. -Mi señor me conoce muy bien.

– Y cuando viste a este gladiador de cerca, Cailin Druso, ¿era realmente el hombre que creías que era? -preguntó Aspar.

– Sí, mi señor, me temo que sí. El gladiador al que se conoce por el Sajón es mi esposo, Wulf Puño de Hierro -dijo Cailin, y mientras los dos hombres digerían aquella sorprendente revelación, ella pasó a explicar lo que les había sucedido a ella y a Casia en manos de Justino Gabras.

Cuando hubo concluido su historia, Casia intervino rápidamente:

– El Huno no me ha poseído, príncipe. Al parecer aguanta muy mal el vino. Mi plan era emborracharle y golpearle en la cabeza, pero tras tomar tres copas del mejor vino chipriota de Joviano se echó a roncar como un oso tras un atracón.

Resultaba evidente que Basilico deseaba creer a Casia. El alivio se reflejó en su semblante cuando Wulf dijo:

– Probablemente dice la verdad, señor. Estos últimos meses he vivido con el Huno y es cierto que no aguanta bien el vino.

– ¿Y tú, Cailin Druso? -preguntó Aspar. -¿También emborrachaste al Sajón?

Cailin vio el dolor que asomaba a sus ojos, aunque hacía esfuerzos por ocultarlos, y juró en silencio que Gabras no obtendría esta victoria sobre Flavio Aspar.

– Wulf y yo hemos pasado la noche hablando, mi señor. Teníamos muchas cosas que contarnos, ¿verdad, Wulf?

El Sajón comprendió lo que pretendía Cailin y se preguntó si Flavio Aspar se tragaría la mentira que él iba a confirmar.

– Cailin dice la verdad, mi señor. Teníamos que poner en claro muchas cosas.

– ¡Mienten! -exclamó Justino Gabras. -¡Es imposible que haya pasado la noche con ella y no le haya hecho el amor!

– ¿Crees que soy un jovenzuelo, miserable reptil, que tiene que meter la espada en todo agujero que se le presenta? ¡Llamarme mentiroso, Gabras, es buscarse la muerte!

Justino Gabras palideció y dio un paso atrás.

– Has obrado mal, Gabras -dijo el príncipe Basilico. -Ahora vete de aquí, y si llega a mis oídos una sola palabra de este escándalo, me ocuparé personalmente de que tengas un fin de lo más desagradable. No tienes verdaderos amigos en Bizancio, y si quieres ver nacer a tu hijo debes olvidar todo lo ocurrido aquí.

– ¿No le castigarás? -preguntó Casia, aliviada de no ser el blanco de la irritación de su amante. -¡Mira todo lo que ha provocado!

Basilico se echó a reír.

– Está casado con Flacila Estrabo y eso ya es suficiente castigo.

Cuando Justino Gabras se volvió para marcharse, Focas Máxima surgió de entre las sombras.

– Un momento, mi señor Gabras. Queda la cuestión de la factura. Creo que sería mejor zanjarla hoy. Esta mañana os habéis creado poderosos enemigos y la duración de vuestra vida ya no es segura.

Cogió del brazo a Justino y se marchó con él.

Joviano, mirando a las cinco personas que se hallaban en su atrio, se preguntó qué iba a suceder a continuación. No tuvo que esperar mucho.

Aspar cogió a Cailin de la mano.

– Cuéntamelo todo -le dijo.

– He de regresar a Britania, mi señor -contestó ella yendo al grano, pero había lágrimas en sus ojos.

– Con qué facilidad me dejas, mi amor -repuso él con dolor y amargura.

– No -replicó Cailin. -No me resulta fácil abandonarte pues te amo, pero he reflexionado mucho lo que tengo que hacer. A los ojos de tu Iglesia ortodoxa no estoy casada y por tanto soy libre de casarme contigo, Aspar. Pero bajo las antiguas leyes matrimoniales de Britania soy la esposa de Wulf.

»En una ocasión la emperatriz me dijo que el amor en los que se hallan en el poder era una debilidad. No la creí, mi señor, pero ahora sí que la creo. ¿Y si el sajón no hubiera sido Wulf? ¿Qué habrías hecho al saber que me habían violado? ¿Y si el incidente me hubiera vuelto loca? El propio Gabras tenía la intención de poseerme, lo sé. ¿Cómo te habrías sentido al enterarte de que la mujer a la que amabas y tenías intención de hacer tu esposa había sido humillada de ese modo?