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»Tu valor para el Imperio habría terminado, mi señor, si eso hubiera sucedido. Yo soy tu punto débil, Flavio Aspar. Tus enemigos pueden llegar hasta ti y hacerte daño a través de mí, a través de los hijos que te habría dado. Fui una necia al creer que podríamos llevar una vida apacible como la que llevaron mis padres en su país. Tú eres importante para Bizancio, mi amor, y tu utilidad todavía no ha llegado a su fin. Además -le sonrió, -te gusta bastante ungir emperadores. Criar caballos y cultivar heno y cereales te habría aburrido.

»Debo abandonarte, mi amado señor, si quiero salvarte de tus enemigos. No hay otro modo, y en el fondo sabes que es cierto. Wulf y yo poseemos tierras en Britania que debemos reclamar, y un hijo perdido al que queremos encontrar. No puedo volver la espalda a eso, aunque me encuentro dividida entre los dos. Una vez dije que la Fortuna no era buena conmigo, pero lo ha sido demasiado, pues ¿qué otra mujer ha sido tan amada por dos hombres tan maravillosos? Es posible, créeme, que una mujer ame a dos hombres.

– Jamás habrías podido impedir que te amara, Cailin -dijo Aspar con tristeza, -pero si crees que debes abandonarme, no seré un obstáculo en tu camino. -Deseaba suplicarle que se quedara con él, decirle que ella no representaba ningún peligro para él; y que en caso contrario se arriesgaría si ello significaba tenerla a su lado. Pero dijo: -Llévate a Nellwyn contigo. Britania es su patria también, y yo no sabría qué hacer con ella si la dejaras aquí. Constantemente me recordaría a ti.

– Sí, me llevaré a Nellwyn.

– Ordenaré a Zeno que prepare tus cosas y las envíe aquí con la muchacha. A menos que quieras volver a Villa Mare y supervisar tú misma esa tarea, mi amor.

– No puedo llevarme nada, mi señor -dijo Cailin. -Dadas las circunstancias, no estaría bien.

– No seas tonta -le espetó la práctica Casia. -¡Necesitas ropa! Iré yo a Villa Mare y lo prepararé todo. Es cierto que no necesitas tus vestidos más elegantes, pero deberías llevarte una capa gruesa, algunas estolas sencillas, camisas y sandalias, pues tendrás que andar mucho antes de llegar a tu Britania.

Joviano, que había permanecido callado, habló.

– Focas y yo tenemos un pequeño barco mercante que partirá para Marsella con la marea de la tarde. No es lujoso, pero os llevará a Galia en pocas semanas. Puedo conseguiros un sitio, si lo deseáis.

– Es una excelente idea -dijo Aspar. «Será mejor que esto termine cuanto antes», pensó. -No olvides recoger las joyas, Casia.

– ¡No! -exclamó Cailin. -No puedo llevármelas.

– Sería peligroso llevar objetos de valor -observó Wulf.

– Las necesitarás para empezar de nuevo en Britania, Wulf Puño de Hierro -dijo Aspar dirigiéndose a él por primera vez. -El dinero no compra la felicidad, pero sirve para comprar otras muchas cosas, incluidos ganado y lealtad. Cailin y Nellwyn pueden coser las joyas en tus capas. Me ocuparé de que también dispongas de una bolsa de monedas.

– Mi señor… -Wulf no sabía qué decir.

– Te ordeno que cuides de ella, Sajón -dijo Flavio Aspar con aspereza. -¿Me entiendes? ¡Jamás le faltará nada!

Wulf asintió y se preguntó si, de haber elegido Cailin a Aspar, él habría sido tan amable. No estaba seguro.

Joviano se marchó para ocuparse de encontrarles sitio en el buque, el cual disponía de una pequeña cabina de madera en la cubierta, que el capitán y su segundo de a bordo compartían a menos que hubiera algún pasajero que pagara. Cuando eso sucedía, el capitán y su segundo dormían en hamacas en cubierta. El barco nunca viajaba lejos de la costa durante demasiado tiempo, pues no era lo bastante grande para llevar las provisiones necesarias.

Joviano hizo subir seis barriles de agua fresca a bordo especialmente para los tres pasajeros. También se ocupó de que hubiera una cabra que diera leche, una jaula de gallinas, varias cajas de pan, cuatro quesos y fruta. El buque iba a llevar rollos de tela de Constantinopla hasta Galia. También había algunos lujos escondidos entre la tela para que escaparan a los ojos del agente de aduanas, aunque éste estaba bien sobornado para hacer la vista gorda.

Casia fue a despedirla al barco y le entregó el atado de cosas que le había preparado, que incluía ropa, un peine, unas botas, las joyas y otros objetos. Nellwyn estaba atónita ante el giro de los acontecimientos, y entusiasmada por regresar a Britania.

Las posesiones de Wulf eran pocas y pronto habían sido recogidas. Los otros gladiadores aún dormían y probablemente no echarían en falta al Sajón hasta el día siguiente, cuando no apareciera para celebrar su combate.

– El pueblo tendrá una gran decepción cuando descubra que el gran campeón invencible ha desaparecido -observó Joviano. -Intentaremos que hagan responsable de ello a Gabras. Puede que se vuelvan contra él y quizá incluso le incendien el palacio. Ah, las posibilidades son ilimitadas. Querida Casia, no creo que mañana vayamos a los juegos.

– Yo sólo habría ido para ver al Sajón -dijo Casia con una leve sonrisa. Luego se volvió hacia Cailin y la abrazó: -Echaré de menos tu amistad y dulzura. Que los dioses te protejan, querida amiga. Cuando los vientos invernales maldigan esta ciudad, pensaré en tu regreso a tu amada Britania. Todavía la imagino una tierra salvaje, ¡y a ti te considero una desquiciada por ir allá! -Sorbió por la nariz.

– Y yo echaré de menos tus modales irreverentes y tu franqueza -dijo Cailin. -Pero en invierno no estaré de regreso en Britania. Quizá en primavera. Adiós, querida Casia. Que los dioses te sean favorables.

Se volvió hacia Aspar, que permanecía en silencio, y le cogió la mano, se la llevó a los labios y la besó.

– Si lamentas un solo momento de los que hemos vivido jamás te perdonaré, Flavio Aspar. Nuestro amor es real y es verdadero; pero el destino ha querido que vayamos en direcciones distintas. Jamás te olvidaré, mi amado señor.

– Tu recuerdo será imborrable -respondió él. -Jamás te olvidaré, Cailin Druso. Tú me enseñaste a amar y no estoy seguro de que pueda perdonártelo. Quizá sea mejor no saber amar que dolerse por la pérdida del amor. Que Dios te acompañe, mi preciado amor -concluyó, y la besó tiernamente en los labios provocando las lágrimas de Cailin.

– Maldito seas, Aspar -susurró.

– Nací bajo el signo del escorpión, mi amor. Muerdo cuando estoy dolido. Ahora vete antes de que me arrepienta de ser tan noble.

El barco zarpó del puerto del Bosforo, dio la vuelta al extremo de la ciudad y pasó por delante del palacio imperial. El día era claro y el agua relucía a su paso por la Torre de Mármol que señalaba el fin de las murallas de la ciudad. La embarcación surcaba las olas, empujada por una fresca brisa.

Wulf pasó un brazo por los hombros de Cailin y la atrajo hacia sí.

– Espero que ninguno de los dos lo lamente.

– No lo creo -dijo ella, y cuando la nave pasó por delante de Villa Mare, lanzó un silencioso adiós a Flavio Aspar.

Su amado señor sobreviviría, pensó, y volvió su rostro a la proa del barco. El viento le arrojaba los rizos a la cara. Por primera vez en mucho tiempo sabía quién era. Era Cailin Druso, una britana, descendiente de un tribuno romano y una multitud de antepasados celtas, y se dirigía a casa. ¡A Britania!

CAPÍTULO 15

Britania, 457.

Tardaron cuarenta días en llegar de Bizancio a la ciudad de Marsella, en Galia. El barco salió por el Helesponto y cruzó el mar de Tracia pasando por delante del monte Áthos y entró en el mar Egeo, avanzando por la costa griega más allá de Délos y las Cicladas. Cuando llegaron a Mitanni, el capitán se acercó a Cailin y Wulf y les dijo:

– El amo Joviano me ha instruido que siga vuestras instrucciones. Puedo navegar al norte a lo largo de la costa griega y luego cruzar hasta Italia en el estrecho que las separa, o navegar en línea recta por el mar Jónico hasta Sicilia y ahorrarnos la mitad de tiempo. El tiempo es bueno y seguirá así, pero estaríamos varios días sin avistar tierra. A veces se desatan tormentas de improviso; pero aun así yo os llevaría a salvo a Marsella. -Sonrió y explicó: -Obtengo un porcentaje de los beneficios de la carga.