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– Navega en línea recta hacia Sicilia -indicó Wulf. -Queremos llegar a Britania antes de la primavera.

Durante casi siete días no vieron tierra, pero por fin la punta de la bota de Italia y Sicilia, con sus accidentadas montañas, apareció en el horizonte a izquierda y derecha. El barco cruzó el estrecho de Messina en aguas del mar Tirreno. Se detuvieron varias veces para repostar agua, pero el capitán prefería anclar en trechos desiertos de la costa para no tener que pagar tasas portuarias.

– Los aduaneros son verdaderos ladrones. Siempre afirman que han encontrado contrabando en el barco, en especial si estás de paso. Entonces te confiscan la carga. ¡Menudos bribones! -exclamó indignado.

Recorrieron la costa de Italia por Temesa, Nápoles, Ostia, Pisa y Génova. Al fin se acercaban a su destino y Cailin sintió un gran alivio. Quería darse un baño y suponía que en Marsella habría baños públicos.

El primer día a bordo había repasado la ropa que Casia había preparado para ella, y para su sorpresa encontró dos bolsitas de monedas. Una contenía veinte solidi de oro y la otra estaba llena de folies de cobre. Se las enseñó a Wulf y él asintió en silencio.

– Hay una tabla suelta bajo mi jergón -le dijo ella en voz baja. -Lo esconderé debajo, pero siempre tendrá que haber alguien en la cabina para que no nos lo roben. Esto y mis joyas es todo lo que tenemos para proseguir el camino cuando lleguemos, y cuando estemos en Britania necesitaremos lo que quede para volver a empezar. Confío en el capitán, pero los dos marineros me dan mala espina. No me gusta la manera en que miran a Nellwyn.

– Nellwyn es una hermosa muchachita. Si no va con cuidado, los perros se la comerán. Es tu esclava. Habla con ella. No me corresponde a mí hacerlo.

– ¿Por qué pareces irritado? -le preguntó ella. -Eres como un viejo gato con las uñas sacadas. ¿No te alegra que nos hayamos reencontrado?

– No puedo creer en nuestra buena fortuna -respondió él con sinceridad. -Te creía muerta y te he recuperado. Has decidido regresar a Britania conmigo en lugar de casarte con un hombre rico y poderoso. Sin embargo, no hemos estado solos desde que nos reencontramos, ¡y no es probable que lo estemos en meses! Eres bella, Cailin, y te deseo.

– Tendrás que aprender a tener paciencia -dijo ella y sofocó una risita maliciosa. -Y yo también.

Cuando por fin entraron en el puerto de Marsella, el capitán les dijo que normalmente había caravanas de mercaderes que viajaban por los caminos romanos de Galia hacia la costa frente a Britania. Wulf encontraría viajeros en la posada La Flecha Dorada.

– No se os ocurra ir solo, señor. Hay demasiados bandidos y tenéis una esposa que proteger. Un hombre corpulento y fuerte como vos será bien acogido en cualquier grupo. Y si las mujeres están dispuestas a ayudar en las tareas, mucho mejor.

Wulf dio las gracias al capitán por su consejo y, con las bolsas de monedas y las joyas de Cailin a buen recaudo, el trío abandonó el barco. Cailin y Nellwyn iban vestidas como mujeres humildes y se cubrían la cabeza con la capucha de la capa. Siguieron a Wulf por las bulliciosas calles del puerto hasta la posada, donde Wulf preguntó por las caravanas que partían hacia la costa norte de Galia.

– Dentro de un par de días saldrán varias, señor -respondió el posadero. -¿Adonde vais? ¿Viajáis solo?

– Necesitamos llegar a Gesoriaco -contestó Wulf. -Mi esposa y su criada viajarán conmigo. Venimos de Bizancio.

– Y vais a Britania, supongo -observó el posadero.

Wulf asintió.

– Soy un hombre corpulento, como puedes ver -dijo al posadero. -Y serví en las legiones. Soy bueno con la espada y mi esposa y su criada saben cocinar. No seremos ningún estorbo.

– ¿Podéis pagar? -No parecían mendigos, pero, en aquellos días, nunca se sabía.

– Si es un precio razonable -respondió Wulf. -Nuestro paso por Bizancio nos resultó caro. ¿Nuestro servicio no será suficiente? Si debemos pagar, espero recibir la comida a cambio.

– Estáis de suerte -dijo el posadero. -Hay una gran caravana de mercaderes que parte mañana hacia Gesoriaco. Parte del grupo se quedará en otras ciudades a lo largo del camino, pero la caravana principal se dirige a la costa norte. Conozco al patrón, un tipo corpulento de pelo rojo que en estos momentos está bebiendo en mi patio. Siempre le va bien un hombre de más. Decidle que Pablo os recomienda. Regatead vos mismo.

– Os lo agradezco, señor -dijo Wulf. -¿Podéis alquilarme una habitación para mi esposa, su criada y yo para esta noche? Y necesitamos saber dónde están los baños públicos. Después debo comprar caballos para el viaje.

– No dispongo de habitaciones privadas, pero las mujeres pueden colocar un jergón en el granero con las otras. Vos tendréis que dormir aquí, como todos los hombres.

Mientras Cailin y Nellwyn se bañaban, Wulf fue al mercado y compró dos caballos para ellas. Uno era un animal castrado de color castaño, fuerte y de bella estampa, y el otro una robusta yegua negra lo bastante fuerte para transportar a ambas mujeres en caso de ser necesario. Regresó a la casa de baños donde Cailin y Nellwyn le esperaban. Su preciado tesoro y los caballos permanecieron a su cargo mientras Wulf se quitaba los cuarenta días de navegación de la piel. Luego regresaron juntos a la posada, donde Wulf se presentó al patrón de la caravana, que se llamaba Garhard. Pronto los dos hombres se pusieron de acuerdo, pues Garhard era un hombre de decisiones rápidas. Les costaría dos folies a cada uno. Wulf ayudaría a proteger la caravana y las dos mujeres cocinarían. A cambio, viajarían seguros y se les permitiría comer de la olla común.

– Si queréis vino, traedlo -indicó Garhard. -Y vosotros mismos os procuraréis platos y cucharas. Además, no quiero que las mujeres se prostituyan por unas monedas; eso causa problemas entre los hombres.

– Las mujeres son mi esposa y su criada -señaló Wulf. -No se prostituyen, y si tus hombres las miran de soslayo o les hablan de modo irrespetuoso, tendrán que habérselas conmigo.

– Bien. Partimos al amanecer.

Se apresuraron a regresar al mercado, donde Cailin compró platos y cucharas de madera y una copa que compartirían. Vio a una mujer que vendía jergones y compró tres, así como unas mantas.

– Deberíamos tener un carro -dijo Cailin a su esposo. -La yegua puede tirar de él, y guardaremos en él nuestras cosas. No podemos llevarlo todo encima. Tú estás acostumbrado a dormir en el suelo, pero Nellwyn y yo no. Y necesitaremos provisiones de agua, un brasero y carbón. Estamos casi en invierno, Wulf, y cuanto más al norte vayamos, más frío hará. Un carro nos ofrecerá protección frente al mal tiempo y los animales salvajes.

Él se echó a reír.

– Has vivido como una joven reina en Bizancio y creía que habías olvidado estas cuestiones prácticas, pero veo que no. Ven, vamos a comprar lo que consideres necesario.

Partieron justo antes del alba. Las dos mujeres conducían el pequeño carro cubierto de tela. Habían metido allí todas sus posesiones, junto con provisiones extra para complementar la olla comunal. Los pellejos de agua colgaban del carro.

La caravana viajó por los caminos romanos pasando por Arélate, Luguduno, Augustoduno y Agendico para llegar a Durocortoria [Reims]. Tomaron el camino que torcía ligeramente más al norte, cruzando Samarobriva [Amiens] y llegando por fin a Gesoriaco [Boulogne-sur-Mer], un antiguo puerto naval. Habían tardado muchas semanas en llegar a su destino. Estaban ya a mediados de febrero.

Concertaron su siguiente paso con un comerciante costero. Les cruzaría las treinta millas marinas que separaban Galia y Britania hasta el puerto de Dubris [Dover]. Cuando salía el sol en Galia, que ahora quedaba detrás de ellos, llegaron a Britania la mañana del 20 de febrero.