– ¿Tienes hambre? -le preguntó Cailin. Había comida en la mesa. -Has trabajado duro.
– Más tarde -respondió él. -Se conservará. -Se quitó la túnica y le indicó con un gesto que hiciera lo mismo.
Cailin se desnudó y observó con voz suave:
– Tienes hambre de otra cosa.
– He esperado mucho -dijo él, -pero al verte así ahora, ovejita, me doy cuenta de que no puedo esperar ni un instante. Me temo que no estoy para delicadezas.
Cailin vio que casi temblaba y que su órgano masculino estaba erecto y ansioso. Le acarició con suavidad y él se estremeció.
– Te enseñaré un placer que aprendí en Bizancio -le dijo ella. -En cierto modo, es similar a algo que hicimos cuando esperaba a Aurora.
Le sorprendió descubrir que ella le deseaba tanto como él a ella, a pesar de no haber realizado ningún juego preparatorio. Cogió la mano de su esposo y le condujo al espacio para dormir, pero en lugar de entrar en él, Cailin se arrodilló sobre el lecho y le dijo:
– Encuentra mi conducto de mujer, mi amor. Penétrame de este modo y experimentarás un gran placer.
Ella le notó buscar concienzudamente y sintió la punta de su miembro, húmeda y palpitante. Las grandes manos de Wulf le agarraron la cadera con firmeza y la penetró, gimiendo con placer al darse cuenta de que había penetrado en ella más que nunca. Por un momento se limitó a disfrutar de la sensación de calor y dureza. Luego, incapaz de evitarlo, empezó a contraer y soltar las nalgas, embistiendo con creciente ímpetu a Cailin, notando que su conducto femenino se expandía para ajustarse a su miembro sudoroso y palpitante. Hundió los dedos en la suave piel de Cailin y apretó con fuerza para obtener más de ella.
Arrodillada, Cailin arqueó el cuerpo, elevando las caderas de modo que él pudiera penetrarla aún más. Cuando lo hizo ahogó un grito, pues había olvidado lo bien dotado que estaba Wulf, pero al punto las rítmicas embestidas del ardiente miembro empezaron a excitarla con frenesí. Gimió cuando él le llenó el conducto, asombrada del tórrido calor que Wulf emitía. El fuego que éste le provocaba le hizo exhalar un leve grito. La simultánea culminación de su pasión explotó casi con tanta rapidez como había comenzado. Él se desplomó sobre ella, gimiendo de alivio.
Cailin casi se asfixiaba en el lecho de plumas bajo el peso de Wulf, pero logró apartarse. Se puso de espaldas y se quedó inmóvil para que el corazón calmase sus frenéticos latidos. Por fin dijo con suavidad:
– Casi había olvidado la maravilla de amante que eres. Has restaurado mi memoria admirablemente.
Él levantó la cabeza y dijo:
– Seguro que no volverás a olvidarlo, ovejita.
Ella se inclinó y le dio un leve tirón a un mechón de pelo.
– No lo olvidaré -prometió con fingida seriedad, -pero a cambio tienes que prometerme que nunca dejarás que vuelvan a raptarme.
Se apartó a un lado y le indicó a Wulf que se tendiera junto a ella, acogiéndole en sus brazos con la cabeza sobre su pecho.
– Jamás te dejaré marchar, Cailin -musitó él. -¡Jamás!
Volvieron a hacer el amor, esta vez de un modo más suave. Ella le cogió el rostro en las manos y le besó apasionadamente cuando llegaron a la cúspide del placer. Luego, agotados, se quedaron dormidos.
Despertaron en plena noche sintiéndose famélicos. Cailin había subido cordero asado, pan, queso, manzanas y vino. Compartieron el festín y volvieron al espacio para dormir, donde se besaron, se acariciaron y se amaron un poco más.
La felicidad que habían recuperado al reencontrarse pronto se transmitió a todos los habitantes de la casa.
Aurora, que antes era tan reservada y parecía siempre asustada, ahora era una niña feliz que reía y era adorada por sus padres. Sus desagradables recuerdos se estaban borrando de su mente, gracias a su tierna edad, y su tercer cumpleaños fue celebrado con un gran festejo y mucha animación. Aurora no era esperada hasta finales de agosto, pero había elegido nacer el diecinueve de ese mes.
El día de su tercer cumpleaños amaneció claro y cálido. La cosecha de grano estaba almacenada en los graneros en el interior del recinto amurallado. Los trabajadores se preparaban para recoger manzanas para elaborar sidra.
De pronto el vigía gritó:
– ¡Jinetes en la colina!
Inmediatamente, las puertas de Caddawic se cerraron y atrancaron. Los jinetes descendieron por la colina lentamente mientras en la casa llamaban a Wulf para que bajara y acudiera enseguida a un buen punto de observación del muro.
Los ojos azul oscuro de Ragnar Lanza Potente se entrecerraron de irritación cuando vio las defensas recién construidas en torno a la casa. Demasiado tarde, comprendió su error al retirar a su espía. Cuando se halló más cerca observó que el muro que rodeaba Caddawic era muy resistente. Y los campos alrededor de la casa habían sido cosechados. Pero ¿dónde estaban los graneros? En el interior de aquellas malditas murallas, sospechó, y a salvo de él. Ragnar no era un hombre de gran intelecto, pero sabía que recuperar aquellas tierras no iba ser una empresa fácil. Al levantar la vista vio a Wulf sobre el muro, observándole.
Ragnar sonrió y con voz atronadora dijo:
– ¡Buenos días, Wulf Puño de Hierro! No habrás cerrado tus puertas por mí, ¿verdad? Somos vecinos y deberíamos ser amigos.
– Los amigos no aparecen al amanecer con un grupo de hombres armados -replicó Wulf. -Dime qué quieres, Ragnar Lanza Potente.
– Sólo es una visita de cortesía. ¿No abrirás las puertas para que pueda entrar, amigo?
– No somos amigos -repuso Wulf con frialdad. -Si deseas entrar en Caddawic puedes hacerlo, pero has de dejar a tu tropa fuera de mis muros. Somos una comunidad pacífica y no queremos problemas.
– Muy bien -accedió Ragnar, decidiendo que tenía que echar un vistazo en el interior de Caddawic si quería apoderarse de ella más adelante. Desmontó y entregó las riendas a su ayudante.
– Mi señor -dijo el hombre, que se llamaba Haraldo, -no se fíe.
– Descuida -le contradijo su amo. -Si estuviéramos en la posición contraria, no me fiaría, pero Wulf Puño de Hierro es un hombre de palabra.
La puerta se abrió para que Ragnar entrara y luego bajaron las fuertes barras de hierro impidiendo la entrada a todo intruso. Ragnar observó que las puertas estaban forrados de hierro. Caddawic estaba bien defendida. El pozo se hallaba en el centro del patio, y había varios graneros alejados de los muros.
– Esto es prácticamente inexpugnable -dijo Wulf como respuesta a los pensamientos de Ragnar cuando se reunió con él. -¿Has comido? Entra en la casa, Ragnar.
Las puertas de la casa también eran de sólido roble y tenían tiras de hierro con largos clavos de hierro. Los dos hombres entraron en la casa. No era como la suya, sucia y llena de humo, observó Ragnar. El humo de los hoyos para el fuego salía directamente por varios agujeros practicados en el techo. Las esteras que cubrían el suelo estaban limpias y llenas de hierbas aromáticas que exhalaban su fragancia cuando eran aplastadas por los pies. Varios perros bien alimentados se acercaron a oliscarle y regresaron a su lugar junto al fuego. Los dos hombres se sentaron ante la mesa. Enseguida los siervos, callados y con aspecto de satisfacción, empezaron a servirles, trayendo fuentes de comida y jarras de cerveza.
Los ojos de Ragnar se abrieron de par en par al ver la variedad de comida que le ofrecían. En su casa no le alimentaban de aquel modo. Había un potaje denso y caliente, pan recién hecho, huevos duros, trucha a la parrilla, jamón, mantequilla dulce, queso duro y un bol lleno de manzanas y peras.
– ¿Esperabas invitados? -preguntó a su anfitrión.
– No -respondió Wulf. -Mi esposa siempre sirve una buena mesa, ¿la tuya no?