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– No con tanta variedad -admitió Ragnar, y se sirvió generosamente de todo lo que se le ofrecía.

Mientras comían reinó el silencio. Cuando terminaron y los criados despejaron la mesa, Wulf dijo:

– Si tenías intención de retomar estas tierras, quítatelo de la cabeza. Me pertenecen.

– Sólo mientras puedas retenerlas -dijo Ragnar sonriendo.

– Las retendré más tiempo del que va a durar tu vida -fue la fría respuesta de Wulf. -Esta casa y las tierras al norte y al este son mías. Y lo seguirán siendo. Búscate las tierras del sur.

– ¿Has conquistado las tierras de los dobunios? -preguntó Ragnar sorprendido.

– Me han jurado lealtad -dijo Wulf con una leve sonrisa. -Mientras tú pasabas los meses de verano conspirando y planeando, yo los he pasado haciendo cosas. Vete a casa y dile a Antonia Porcio que abandone sus codiciosos planes. Me cuesta imaginar por qué la tomaste por esposa. Es una mujer malvada. Si no lo sabías, estás advertido. No me cabe duda de que quiere estas tierras para su hijo Quinto y hará lo que sea para lograr su objetivo. Incluso te destruirá a ti si puede.

– Pareces conocer muy bien a mi esposa -dijo Ragnar con sequedad.

– Antonia me robó a mi hija y vendió a mi esposa como esclava, y después me dijo que las dos habían muerto. Se ofreció a mí, desnudándose en el atrio de su villa y ofreciéndome sus senos. La encontré particularmente desagradable.

– A veces lo es -admitió Ragnar, -pero también es la mejor hembra que jamás he tenido. Te lo aseguro.

– Entonces te felicito por tu buena fortuna, pero aun así te aconsejo que vayas con cuidado. No hay necesidad de que nos peleemos. Hay tierra más que suficiente para todos. Quédate en el sur y habrá paz entre nosotros.

Su invitado hizo un gesto de asentimiento y dijo:

– ¿Dónde está tu esposa, Wulf? Espero que no esté enferma.

– No, pero se está ocupando de los preparativos para celebrar el día del nacimiento de nuestra hija. Es la primera vez que podemos celebrarlo juntos. Como sabes, ni siquiera sabíamos que teníamos una hija hasta hace unos meses.

Ragnar enrojeció.

– Eso no fue culpa mía -se disculpó. -Yo creí a Antonia cuando me dijo que la niña era suya. Es rubia como ella. Además, ¿por qué no iba a creerla?

– No te hago responsable de ello -le tranquilizó Wulf.

– Bien, tengo que irme -dijo Ragnar poniéndose en pie. La actitud de Wulf empezaba a irritarle. -Gracias por la comida. No te quepa duda de que tendré en cuenta tus palabras.

Cuando Ragnar abandonó Caddawic, sus pensamientos eran un poco confusos. Wulf Puño de Hierro le había dado un buen consejo. Las tierras del sur eran ricas, y las pobres almas que las cultivaban no podrían resistir la fuerza de su poderío. Aquellas tierras podrían ser suyas con pocas pérdidas de vidas por su parte. No temía a la muerte ni a la batalla, pero en Britania había algo que le hacía desear la paz más que la guerra. No lo entendía pero tampoco le hacía infeliz.

Sin embargo, Antonia no lo vio de ese modo.

– ¿Por qué ibas a conformarte con menos de lo que puedes poseer? -le espetó con desdén.

En favor de ella, pensó, había que decir que no tenía miedo de su ira. Se sabía a salvo mientras avanzaba su gestación. Él no pegaría a una mujer que llevaba a un hijo en su seno, aunque los dioses sabían que esa mujer en particular le mortificaba profundamente. Sus dos esposas sajonas también eran mujeres fuertes, pero poseían cierta dulzura. Antonia era amargamente dura de corazón y sólo mostraba dulzura hacia su hijo. El muchacho, pensó Ragnar, era una cobarde comadreja que se escondía siempre tras las faldas de su madre.

– ¿Qué quieres de mí? -preguntó él irritado. -¿Por qué voy a pelear con Wulf por sus tierras cuando las del sur son ricas y más fáciles de conquistar? ¿Quizá esperas que Wulf me venza y así recuperar el control de esas tierras para tu hijo? Quítate esas ideas de la cabeza, esposa. Pronto mi hermano y su familia se reunirán con nosotros. Si muero de muerte no natural, Gunnar vendrá para vengarme y para quedarse con estas tierras para él y nuestros hijos.

Antonia se quedó atónita. Era la primera vez que le oía hablar de su hermano, pero acostumbrada como estaba al engaño, ocultó su sorpresa con una dulce sonrisa.

– No me habías dicho que tenías un hermano, Ragnar, ni que vendría a reunirse con nosotros. ¿Tiene esposas e hijos? ¿Cuándo llegará? He de preparar una bienvenida adecuada.

La carcajada de Ragnar resonó en su espacio para dormir.

– Por Odín, Antonia, eres hábil, pero te conozco. No esperabas que yo tuviera familia, pero los sajones somos buenos criadores, como atestigua tu vientre -le dijo, dándole unas palmaditas en el estómago. -Tenías algo planeado pero ahora tramarás otro hábil plan para sustituirlo. Muy bien, si esto te divierte, hazlo. Las mujeres encinta son dadas a estas cosas, y me parece inofensivo.

Bajó la cabeza y le besó un rollizo hombro. El vello del pecho le rozó los senos.

Antonia le acarició la barba con aire pensativo. Le odiaba, pero era el hombre más viril que jamás había conocido.

– No seas necio, Ragnar -dijo por fin. -Toma las tierras del sur. A fin de cuentas, Wulf Puño de Hierro te ha dado un buen consejo. Incluso yo lo admito. Engaña a tu enemigo y dale una falsa sensación de seguridad, y cuando menos lo espere aprópiate también de sus tierras. ¿Por qué conformarse con ser un propietario menor cuando podrías ser un rey?

Cuando pronunció estas palabras, el niño que llevaba en su seno dio unas fuertes patadas y Ragnar sintió el movimiento bajo la mano que apoyaba en el vientre de Antonia.

– Es un presagio -dijo casi con temor. -¿Por qué el niño se ha puesto tan inquieto en tu seno, Antonia? Seguro que es una señal de alguna clase.

– Nuestro hijo sabe que digo la verdad, esposo mío -dijo ella. -O quizá son los dioses que te hablan a través del bebé.

«Qué tonto es», pensó Antonia. Si los dioses existieran, y francamente Antonia no estaba segura de que así fuera, ¿por qué iban a preocuparse por un hombre tan estúpido y supersticioso como aquella bestia que yacía a su lado?

– Mi hermano y su familia llegarán dentro de unos días -dijo él por fin. -Sólo tiene una esposa y nunca ha podido tener más, pero ahora, por supuesto, eso cambiará. Es más joven que yo, pero tuvo su primer hijo con su esposa cuando tenía catorce años. Tiene ocho hijos vivos. Seis varones.

– Qué estupenda familia -dijo Antonia con sequedad, pensando que ya vivía mucha gente en aquella horrible casa que había construido para sustituir a su hermosa villa, la villa que él había destruido. Diez personas más aumentarían el bullicio y la suciedad. ¡Por los malditos dioses! Echaba de menos su baño, con su adorable vapor rejuvenecedor y su deliciosa agua caliente. Cuánto se burlaban de ella las otras esposas de Ragnar cuando insistía en lavarse en una pequeña bañera de roble llena de agua caliente. Pero no le importaba. ¡Apostaría a que la muy zorra de Cailin Druso poseía mejores instalaciones de baño! -Ragnar -dijo a su esposo, que ya casi dormía.

– ¿Qué quieres? -gruñó él.

– Si Caddawic está realmente tan bien fortificada que no puede ser tomada por la fuerza, tendremos que pensar en otra manera de apoderarnos de ella.

Él meneó la cabeza.

– No hay manera. Ese maldito Puño de Hierro la ha construido muy bien y es inexpugnable. Incluso tienen asegurado el suministro de agua. No soy hombre que admita fácilmente la derrota, Antonia, pero Caddawic no puede ser conquistada. ¡Simplemente no se puede!

– Déjame contarte una historia de los tiempos antiguos, Ragnar -dijo Antonia con paciencia, pero él la hizo callar con un gesto.

– En otro momento, mujer -gruñó y la atrajo hacia sí. -Tengo otras cosas pensadas para ti y necesito dormir. Por la mañana podrás contarme tu fábula, pero ahora quiero follarte.