– Tus necesidades son tan elementales… -siseó ella suavemente mientras él la penetraba con brusquedad. -Si eres tan buen guerrero como amante, esposo mío, no te costará tomar Caddawic una vez yo te haya enseñado cómo… ¡Aaaahhh, sí, Ragnar! ¡Sí, así…!
Caddawic. Ragnar pensaba en la casa mientras embestía infatigablemente a Antonia. Las tierras eran buenas, la casa sólida y Cailin un regalo exquisito. La había visto varias veces, pero no podía quitársela de la cabeza. ¡Qué fuego interior tenía! Él imaginaba que sería fuerte y dulce como sus esposas sajonas y lasciva como Antonia. Era una combinación perfecta y él estaba decidido a poseerla. Sin embargo, había tiempo. Ni ella ni Wulf Puño de Hierro irían a ninguna parte. Habían dejado bien claro que la tierra lo era todo para ellos. Tendría tiempo más que suficiente para conquistar las tierras del sur. Para establecer a su hermano y su familia en una propiedad cercana. Para encontrar a Gunnar una segunda esposa con una buena dote. Oh, sí, había mucho tiempo.
Llegó el otoño y Nuala dio a Río de Vino un hijo sano y robusto al que llamaron Barre. El nombre significaba puerta entre dos lugares. Nuala lo consideró adecuado, pues Barre en verdad era un puente entre la antigua Britania y la nueva Britania. Cailin estuvo presente en el parto y se maravilló del tamaño del niño y de lo fuerte que succionaba del pecho de su madre cuando se lo acercaron para que lo alimentara.
– Pronto tú también tendrás un hijo -bromeó Nuala. -Seguro que tú y Wulf no pasáis el rato en la buhardilla hablando, prima. -Soltó una risita. -¡Yo no lo haría!
– Acabas de parir y hablas como una desvergonzada -dijo Cailin fingiendo escandalizarse. -Para tu información, a Wulf le gusta mirarme cuando trabajo en el telar, Nuala. Y, por supuesto, también cantamos.
Nuala pareció sorprendida.
– ¡Bromeas! -exclamó.
– Te aseguro que es cierto -replicó Cailin con calma.
– Claro que lo es -intervino Wulf, que había oído las palabras de su esposa. -Cuando estamos juntos en la buhardilla, Cailin me hechiza y canta canciones apasionadas mejor de lo que puedas imaginar.
Nuala se echó a reír, comprendiendo que le estaban tomando el pelo. El bebé al que amamantaba cogió hipo y se puso a gemir.
– ¡Oh, mira lo que habéis hecho con Barre! -les regañó, de pronto maternal y cariñosa. -Ya está, corazoncito. No te inquietes.
En las fiestas de invierno, Cailin anunció que llevaba otro hijo en su seno, para júbilo de todos. Nacería, dijo, después de Beltane.
– Y es un niño -aseguró a Wulf, -estoy segura.
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó él sonriendo.
Ella se encogió de hombros.
– Simplemente lo sé -respondió. -Las mujeres intuimos estas cosas, ¿no es así? -Se volvió a las otras mujeres presentes en busca de apoyo, y todas asintieron. -¿Lo ves?
Llegó el invierno y las tierras que rodeaban la casa se quedaron blancas y silenciosas. Los días eran cortos y pasaban rápido. En las largas noches se oía aullar a los lobos alrededor de Caddawic, y los sabuesos de la casa respondían inquietos al notar la presencia de los depredadores tras las puertas de hierro y roble.
Wulf y Cailin estaban solos, pues los demás habían regresado a sus respectivas aldeas después de la fiesta de invierno. Cailin echaba de menos a Nuala. Nellwyn, aunque dulce y leal, no resultaba una compañía interesante para conversar junto al fuego. Sin embargo Aurora la adoraba y tácitamente, la ex esclava de Cailin se convirtió en la niñera de la niña. A Cailin no le importaba, pues en realidad no necesitaba una doncella personal. Su madre la había educado para ser una persona útil que podía hacerse las cosas por sí misma. Ahora, como ama de Caddawic, era responsable del bienestar de todos los que estaban a su cargo.
Por fin los días empezaron a ser más largos y el aire más cálido. La nieve se derretía rápidamente y la tierra poco a poco se iba calentando. Brotaron campanillas, narcisos, violetas y otras flores silvestres. Cailin se alegró de descubrir varios grandes ramos que crecían cerca de las tumbas de su familia. La lápida de mármol no se había terminado, y ahora era poco probable que se hiciera. Rezaba simplemente: FAMILIA DE GAYO DRUSO CORINIO. Cailin la miró y suspiró, llevándose la mano al vientre hinchado en gesto protector. ¡Cuánto habrían mimado a sus hijos sus padres y hermanos!
– Este hijo que llevo en mi vientre es un varón -les dijo. -¡Ojalá estuvierais aquí para verle cuando nazca! Se llamará Royse. Aurora está muy entusiasmada con el bebé. ¡Oh! -Cailin levantó la mirada cuando un brazo la rodeó por los hombros. -¡Wulf, me has asustado!
– Echas de menos a tu familia, ¿verdad? Yo ni siquiera recuerdo a mi madre. A menudo me pregunto cómo era.
– Hasta que les asesinaron, lo eran todo en mi vida -respondió Cailin. -No puedo evitar preguntarme cómo habría sido mi vida si no hubieran muerto. Mis padres, por supuesto, no habrían cambiado, pero mis hermanos sí. Ahora serían hombres cabales y con familia. ¡Cuánto habría disfrutado mi abuela con sus biznietos! Me parece que a quien echo más en falta es a Brenna… Todo esto debe de sonarte muy extraño.
– Lamento no haberles conocido -dijo él. Luego regresaron juntos a casa, donde su hija corrió a abrazarles.
Avanzada la primavera, una mañana abrieron las puertas del muro y encontraron a una joven acurrucada en el suelo. Avisaron a Wulf y a Cailin.
– ¡Por todos los dioses! -exclamó Cailin. -¡Esta chiquilla ha sido azotada cruelmente! ¿Está muerta? ¿Cómo ha venido a Caddawic?
La muchacha gimió y se dio la vuelta lo suficiente para revelar unas formas más maduras de lo que aparentaba. Era menuda y delgada, pero evidentemente mayor de lo que había parecido al principio.
Cailin se arrodilló y le tocó el brazo.
– ¿Me oyes, muchacha? ¿Qué te ha sucedido?
La chica abrió los ojos lentamente. Eran de color verde pálido y su expresión era de total confusión.
– ¿Dónde estoy? -susurró tan bajo que Cailin tuvo que inclinarse para oírla.
– Estás en Caddawic, la propiedad de Wulf Puño de Hierro. ¿Quién eres? ¿De dónde vienes y quién te ha maltratado con tanta crueldad? -Cambió de postura, pues le faltaba un mes para dar a luz y estaba incómoda.
La muchacha pareció vacilar y las lágrimas le resbalaron por su bonito rostro.
– ¿Cómo te llamas? -insistió Cailin.
La muchacha pareció pensar un momento y luego dijo:
– Aelfa… ¡Me llamo Aelfa! ¡Lo recuerdo! ¡Me llamo Aelfa!
– ¿De dónde vienes?
La muchacha pareció vacilar también y al cabo dijo:
– No lo sé, señora… -Más lágrimas resbalaron por sus mejillas.
– Pobre niña -dijo Wulf. -La paliza que le han dado sin duda le ha hecho perder la memoria. Con el tiempo irá recordando.
– La llevaré a la casa -dijo Corio, que el día anterior había llegado de Braleah.
Con cuidado levantó a la chica en brazos y cuando ésta apoyó la cabeza en su pecho, una extraña expresión cruzó el rostro del joven. Ninguna mujer había conquistado aún el corazón de Corio.
Entraron a la muchacha en la casa, donde Cailin la examinó con atención. Aparte de las magulladuras parecía estar bien, salvo por la pérdida de memoria. Cailin hizo entrar la tina y bañó ella misma a la muchacha. El pelo de Aelfa era suave, de un color dorado pálido, casi plateado. La vistió con una túnica y una camisa de su medida. Cuando la llevaron a la mesa, todos comprobaron que Aelfa no era una muchacha simplemente bonita, sino una belleza. Corio se quedó embelesado viéndola comer.
– Está embrujado -susurró Cailin a su esposo.
– Como lo estaría yo si no te hubiera conocido a ti, ovejita -respondió él.
Esta respuesta desconcertó a Cailin. No se creía capaz de sentir celos, pero los sintió. Miró de reojo a la chica. «Yo soy tan adorable como ella cuando no tengo aspecto de marrana a punto de tener cerditos -pensó. -No sé por qué los hombres se vuelven locos cuando ven a una hembra guapa e indefensa.»