Cuando Aelfa hubo terminado de comer, Wulf le preguntó:
– ¿Has recordado algo más que pueda ayudarnos a averiguar de dónde eres? Seguro que tu familia está preocupada.
– Quizá es una esclava fugada -sugirió Cailin.
– No lleva collar -replicó Wulf. -¿Le viste alguna marca de propiedad en el cuerpo?
Cailin negó con la cabeza.
– No consigo recordar nada de mí misma -dijo Aelfa con una voz dulce y melodiosa. -¡Oh, tengo miedo! ¿Por qué no puedo recordar?
– Ya lo harás -le dijo Cailin, viendo que Aelfa se disponía a echarse a llorar de nuevo. Los hombres ya estaban bastante embobados sin necesidad de lágrimas. -¿No tenías trabajo en los campos? -preguntó Cailin a su esposo. -No te preocupes por Aelfa. Se quedará conmigo y estará a salvo. Corio, ¿tu padre no querrá que le ayudes en casa? Nos alegra que hayas venido a visitarnos, pero vete y no vuelvas hasta Beltane.
– ¿Todas las mujeres son tan impacientes cuando están a punto de parir? -preguntó Corio a Wulf cuando salían de la casa. -Nunca había visto a Cailin perder los estribos. -Luego se despidió de su primo y dijo: -¿No te parece que Aelfa es la criatura más exquisita del mundo? Me parece que me he enamorado de ella. ¿Es posible, Wulf?
Wulf se echó a reír.
– Sí, lo es -admitió. -Si me entero de algo te mandaré recado.
Pero Aelfa seguía sin recordar nada de su vida, aparte de su nombre. Wulf creía que todo apuntaba a que era de noble cuna, y quería alojarla en la buhardilla, no abajo. Cailin, extrañamente poco caritativa, se negó.
– La buhardilla sólo es para el amo y su familia -dijo con aspereza. -Aelfa no es de la familia. Estará bien abajo. Además, alojarla con nosotros provocaría rumores desagradables.
¿Para quién?, quiso preguntarle él, pero la expresión de Cailin era tan severa que se abstuvo. Debía tener en cuenta que el nacimiento del niño estaba próximo y Cailin estaba ansiosa de que naciera.
– Tú eres el ama de esta casa -la tranquilizó, y le sorprendió ver que Cailin le miraba furiosa. Nunca la había visto de aquel modo. Cuando estaba embarazada de Aurora no se enfadaba con tanta facilidad.
– La muchacha tiene que quedarse -dijo Cailin. -Va contra las leyes de la hospitalidad echarla de Caddawic debido a las misteriosas circunstancias de su llegada. No obstante, no es de la familia y no permitiré que se la trate como a tal, y menos que eso sea malinterpretado.
Él se vio obligado a ceder y Aelfa se instaló en la rutina de sus vidas. Era cortés y agradable con todos, pero a Cailin le parecía que lo era más con los hombres. No sabía qué le hacía recelar de Aelfa, pero su voz interior era fuerte. Mucho tiempo atrás había aprendido a no acallarla, ni siquiera cuando no comprendía lo que le advertía. Cailin sabía por sus experiencias pasadas que todo le sería revelado en su momento. Hasta entonces permanecería alerta y en guardia. Su familia y todo lo que ella amaba volvía a estar amenazado. ¿Nunca podrían disfrutar de auténtica paz?, desesperó en silencio.
Al otro lado de la casa, Aelfa estaba sentada en el suelo con Nellwyn, riendo mientras jugaban con Aurora. Formaban un cuadro encantador, aunque eso fuera precisamente lo que Aelfa pretendía, pensó Cailin con ceño, preguntándose por qué los otros no podían ver en la muchacha a la conspiradora que era. A su debido tiempo, aquella vocecita la aconsejaría sabiamente. A su debido tiempo.
CAPÍTULO 17
Jamás habría una celebración de Beltane sin que Cailin recordara la tragedia sobrevenida a su familia. La alegría del festival siempre estaría teñida de tristeza. Cuando ella y Wulf regresaron a Britania el año anterior, la fiesta había quedado aplazada para ellos debido a que estaban demasiado ocupados reconstruyendo sus vidas. Este año, sin embargo, era diferente. Los campos ya exhibían el verdor de la nueva cosecha. Había un aire de nueva esperanza que ella no recordaba haber sentido en toda su vida.
El tiempo era perfecto, y a pesar del inminente nacimiento de su hijo, Cailin se levantó temprano para recoger ramas floridas para decorar la casa. Se llevó a Aurora y, a su regreso, observó a Nellwyn y a Aelfa holgazanear cerca de las puertas de la casa y coquetear con los hombres que estaban de guardia. Llamó con aspereza a Nellwyn para que se llevara a Aurora y regañó a Aelfa por su ociosidad. Luego entró presurosa en la casa y oyó risas a sus espaldas; pensó que probablemente habían sido provocadas por alguna grosería dicha por Aelfa.
Cailin no comprendía por qué la muchacha no había recuperado la memoria. No estaba tan malherida cuando la encontraron. En realidad, ni la cabeza ni la cara habían recibido ningún golpe. La habían tratado con gran bondad durante las semanas que llevaba viviendo con ellos. Cailin sospechaba que la joven sabía muy bien quién era su gente y de dónde procedía, pero no quería revelarlo por miedo a que la echaran de su cómodo lugar en Caddawic, pues obviamente ésta era mejor que todas las demás moradas. Cailin se dio cuenta de que no quería que Aelfa permaneciera mucho tiempo en Caddawic. Si la chica no podía o no quería recordar, habría que encontrarle un marido en una de las aldeas antes de que el verano terminara. Cailin estaba dispuesta a entregarle la dote, pero Aelfa tenía que marcharse.
– ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Fuego!
Aurora, acurrucada en brazos de su madre, señaló con sus deditos las hogueras de Beltane que elevaban sus llamas al otro lado de las colinas.
– Sí, Aurora, ya lo veo -respondió Cailin.
– Qué bonito. ¡Mira a papá!
Cailin sonrió mientras Wulf saltaba el fuego, riendo, y luego otros hombres y mujeres le siguieron.
– ¡Salta, mamá! -pidió Aurora.
– No, preciosa, este año no -sonrió Cailin. -Estoy demasiado gorda. El año que viene -prometió.
Aelfa saltó las llamas y Cailin tuvo que admitir, aunque de mala gana, que era hermosa. Los hombres se arremolinaban alrededor como abejas en un bote de miel. Corio había venido de la aldea Braleah sólo para verla, pero Aelfa no parecía atraída hacia él, para decepción del joven. Los dos favoritos de Aelfa eran soldados, Alberto y Branhard, que competían por su atención. A Cailin le dolía ver la expresión de dolor en Corio, pero también sabía que podía tener a alguien mejor que Aelfa si realmente deseaba una esposa. Observó, medio divertida y medio molesta, que Aelfa desaparecía en la oscuridad con uno de sus admiradores y poco después regresaba para volver a marcharse con el otro.
– Tiene la moral de un pájaro -dijo Cailin a Wulf. -Antes de que termine la noche hará que esos dos se peleen.
– Es joven y estamos en Beltane -respondió él sin darle importancia.
– Por lo que he visto esta noche, tenemos que encontrarle un marido, y cuanto antes mejor -repuso Cailin con seriedad. ¡Por todos los dioses! ¡Hablaba como una anciana! ¿Qué le ocurría?
– Sospecho que tienes razón, ovejita -respondió él, para sorpresa de ella. -Es una doncella demasiado encantadora para dejarla correr libremente mucho tiempo. No puedo discutir con mis hombres por una muchacha bonita. La discordia es una debilidad que no podemos permitirnos. Ragnar ha seguido el consejo que le di y está expandiendo su territorio hacia el sur. Su hermano Gunnar se ha unido a él. No me cabe duda de que, incitado por Antonia, será lo bastante necio para volver sus ojos a nuestras tierras en algún momento. Debemos permanecer fuertes.
Aurora, medio dormida, le pesaba en los brazos a Cailin.
– Nellwyn -llamó a la niñera, -llévate a Aurora y acuéstala. -Luego se volvió hacia su esposo. -Pregunta a Orrford si hay algún joven que busque esposa. Si haces elegir a Aelfa entre Albert y Branhard, se pelearán por ella. No está enamorada de ninguno de los dos, más bien juega con ellos. Corio está enamorado de ella, pero no es la mujer que le conviene. Es mejor que la enviemos lejos de Caddawic y Braleah. De ese modo, ninguno de sus admiradores de aquí podrá verla mucho tiempo, si es que la ve alguna vez. Cuando termine el verano, Aelfa tiene que estar casada.