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– Recorreré todas las aldeas -dijo Wulf. -Pero esperaré a que nazca el hijo que me has prometido, ovejita. Iré personalmente a buscar al joven adecuado para que Aelfa se case en Orrford.

– Bien -asintió Cailin, pero a pesar de estar de acuerdo su voz interior no callaba. Siguió estando en guardia sin saber por qué.

Royse Hijo de Wulf nació el decimonoveno día de mayo. A diferencia de su hermana, su entrada en este mundo fue rápida y fácil. Cailin despertó antes del alba y comprobó que había roto aguas. Al cabo de pocos minutos sintió los primeros dolores de parto, y cuando el cielo empezaba a iluminarse con el nuevo día, el bebé nació, llorando, el rostro enrojecido y agitando los bracitos. Nellwyn asistió a su ama durante el parto, pero Aelfa se desmayó al ver la sangre y tuvo que ser retirada de la estancia.

El hijo de Cailin y Wulf fue fuerte y sano desde el primer momento. Chupaba ávidamente los pechos de su madre y siempre parecía hambriento. Como le había sido negada la primera infancia de su hija, Cailin disfrutaba con su maternidad. Sin embargo, sensible a los sentimientos de Aurora, hacía participar a la niña en el cuidado de su hermano para que no se sintiera abandonada. Como hermana mayor, Aurora, que cumpliría cuatro años el verano siguiente, lo hacía admirablemente, yendo a buscar a su madre al menor llanto de su hermano, ayudando a vestirle, vigilándole con Nellwyn.

– Tiene mucha paciencia con él -observó Cailin. -Será un niño mimado, me temo. Ya la conoce.

– ¿Has visto lo fuerte que es? -observó Wulf con orgullo. -Algún día será un hombre muy corpulento. Quizá incluso más que yo.

Cuando Royse tenía seis semanas y Cailin se había recuperado completamente del parto, Wulf partió para visitar sus aldeas. Antes de marcharse, llamó a Aelfa a su presencia y a la de Cailin. Ella se acercó con aire sumiso, particularmente bonita con una túnica de color azul pálido que se había confeccionado con una tela que Cailin le había regalado por Beltane.

– ¿En qué puedo serviros, señor? -preguntó.

– ¿Todavía no te ha vuelto la memoria, muchacha? -le preguntó.

Los ojos verde pálido de Aelfa se nublaron.

– Ay, mi señor, no… He intentado recordar, pero no puedo. Oh, ¿qué será de mí?

– Es hora de que te cases -le respondió Wulf.

– ¿Casarme? -Aelfa pareció sobresaltarse. Evidentemente era algo en lo que ni siquiera había pensado. -¿Os casaríais conmigo?

Cailin siseó furiosa. ¡Qué caradura tenía aquella zorra!

– Yo no -respondió él, algo desconcertado también por la pregunta. -Mañana iré a visitar las aldeas que me pertenecen. Como no recuerdas nada de ti misma, y no nos hemos enterado de que se hubiera perdido ninguna muchacha mientras has estado con nosotros, hemos decidido que es hora de que inicies una nueva vida. Como señor de estas tierras, tu bienestar es responsabilidad mía… Por lo tanto, te buscaré un buen esposo y te casarás lo antes posible. Espero que antes de que termine el verano.

– Pero yo no quiero un esposo -protestó Aelfa. -A lo mejor ya tengo uno, mi señor. ¿Y si es así?

– ¿Lo es, Aelfa? ¿Tienes esposo? -La fulminó con la mirada. -Quizá huiste de un esposo que te pilló con un amante y te dio una paliza por tu infidelidad.

– No lo recuerdo, mi señor -insistió ella con terquedad.

– Entonces -dijo Wulf sonriendo con aire bondadoso, -creo que lo mejor es que te encontremos un buen hombre y comiences una nueva vida. ¿De acuerdo?

Aelfa permaneció callada un largo momento, y por fin dijo:

– Sí, mi señor, pero ¿no podríais casaros vos conmigo?

– Con una esposa tengo suficiente -respondió él conteniendo la risa, -¿verdad, ovejita? Miró a Cailin con ternura.

– Nunca necesitarás otra -señaló ella con calma. Cuando Nellwyn se enteró del destino de la otra muchacha, se quejó a su ama:

– ¿Por qué Aelfa tendrá esposo y yo no? ¿No os he servido bien, mi ama?

– Más que bien, Nellwyn -la tranquilizó Cailin. -Puedes tener un esposo en cuanto lo elijas, a menos, claro, que prefieras que mi señor y yo escojamos un buen hombre para ti. Aelfa está sola en el mundo y necesita nuestra ayuda; pero tú, Nellwyn, siempre me has tenido a mí, y cualquier cosa razonable que desees te la daré por tu leal servicio.

– Cuando Aelfa llegó -repuso Nellwyn, -pensé que era agradable, pero no lo es, mi señora. Bromea con los hombres para que se distraigan.

– Lo sé -declaró Cailin. -Por eso sugerí a mi señor que le encontrara un esposo en Orrford.

– ¿Orrford? -Nellwyn rió entre dientes. -Está lejos, mi señora, y no es muy grande. Hay muchas vacas. Más que personas, creo.

– ¿De veras? -Cailin alzó una ceja.

– Tendrá que trabajar mucho -prosiguió Nellwyn. -La vida es dura en Orrford, y cuando esté casada no podrá coquetear con otros.

– Tienes razón. Los esposos se ofenden si una esposa coquetea con otros hombres, Nellwyn. Aelfa tendrá que ser una esposa muy buena y digna, ¿no te parece? -Sonrió a su sirvienta.

Nellwyn emitió una risita y dijo:

– No creo que a Aelfa le guste eso ni Orrford, mi señora. Finge ser sumisa y modesta ante vos y mi señor, pero tiene la lengua afilada y a veces sucia. Me parece que no es lo que pretende. Sin embargo nunca me ha hablado de su pasado. Ni siquiera habla en sueños.

– Pronto Aelfa dejará de preocuparnos -dijo Cailin para tranquilizarla. -A finales del verano se habrá marchado de aquí para reunirse con un esposo.

– ¡Buen viaje! -exclamó Nellwyn. -No lamentaré verla marchar, mi señora.

De pronto Cailin intuyó algo.

– ¿Te gusta Alberto o Branhard? -preguntó a la muchacha.

Nellwyn enrojeció intensamente.

– ¡Oh, mi señora! ¿Cómo lo habéis sabido? Es Alberto, pero el muy necio no se fija en mí porque sólo tiene ojos para Aelfa, aunque ella juega con él. Los dos están confusos por su perversa conducta, pero es a Alberto al que amo.

– Hacia Samain la habrá olvidado, te lo prometo -dijo Cailin. -Entonces veremos si acepta casarse contigo.

Los ojos azules de Nellwyn se llenaron de lágrimas.

– ¡Oh, mi señora, gracias! Sería una buena esposa para Alberto. Lo sería. ¡El muy tonto!

Sí, pensó Cailin después de su conversación con Nellwyn, cuanto antes se marchara de Caddawic, mejor. Aun así, su conciencia no la dejaba en paz. ¿Estaba siendo justa, arrojando a aquella zorra a los brazos de algún pobre muchacho inocente? Pero Wulf conocía los defectos de Aelfa y elegiría al hombre adecuado. Corregir la conducta de Aelfa sería tarea del novio. Cailin esperaba que fuera lo bastante fuerte para ello.

Hacía una semana que Wulf había partido cuando, una tarde, Aelfa desapareció. «¿Se habrá escapado?», se preguntó Cailin.

Sin embargo, Aelfa reapareció antes de que se cerraran las puertas aquella noche. Cuando fue interrogada acerca de su paradero, dijo que había estado recogiendo bayas.

– Pero no has traído ninguna -observó Cailin con aspereza.

– No las he encontrado, mi señora.

– Miente -dijo Nellwyn cuando ella y su ama hicieron su ronda para cerciorarse de que se habían tapado todos los fuegos y atrancado la puerta y de que todo estaba en orden. -No se ha llevado ninguna cesta, mi señora. ¿Cómo podía recoger bayas sin una cesta donde echarlas?

– No podía -coincidió Cailin. -Es más que probable que haya ido a reunirse con un amante en la colina, la muy descarada.

– Alberto y Branhard se miraban con bastante rabia a la hora de la cena, mi señora -informó Nellwyn.

– Ahí está la respuesta. Esa chica está enfrentando a los dos, pero no sé con qué fin.

Cailin subió a la buhardilla donde Aurora y Royse ya dormían. Sacó al bebé de la cuna y le alimentó antes de acostarse. No podía imaginar una vida mejor que la que tenía. Wulf, sus hijos, Caddawic… A veces miraba el viejo suelo de mármol de lo que había sido el hogar de su infancia y los recuerdos afloraban a su mente. Últimamente había sucedido con frecuencia, y descubrió que ya no le resultaba doloroso. La mayoría de sus recuerdos eran buenos, y a pesar de todo lo sucedido esos recuerdos no podían serle arrebatados. Siempre los poseería, y de esa manera siempre tendría a su familia con ella.