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– ¿Qué haces?

La voz de Ragnar la dejó helada de miedo. Sus ojos se desorbitaron cuando le vio salir del espacio para dormir.

– ¿Cómo has llegado aquí? -preguntó.

El corazón le latía con violencia.

– He encontrado la escalera -respondió él, y ella se maldijo en silencio por no haberla escondido. -¿Qué haces? -repitió él, repasando su cuerpo con mirada lasciva.

Entonces Cailin recordó que estaba desnuda ante aquel hombre, pero no podía hacer nada para evitarlo. -Tengo que exprimir la leche de mis senos -dijo, -ya que mi hijo no está aquí para nutrirse con ella. -Habló con voz fría y sin reflejar emoción alguna.

Una lenta sonrisa iluminó el rostro de Ragnar. Se acercó a Cailin y le rodeó la cintura con sus grandes manos. La levantó en vilo y la colocó de modo que sus senos le quedaban sobre la cara. Luego la bajó ligeramente y se puso a chuparle los pezones.

Para Cailin aquello era una violación de su intimidad tan grande como la que estaba segura se produciría a continuación.

– ¡No! -exclamó en vano. Se retorció desesperadamente, pero no pudo separar la boca que se aferraba a su pecho.

Cuando hubo vaciado un seno, Ragnar la miró con una sonrisa.

– Me gusta su sabor -dijo. -Dicen que si un hombre toma la leche de los senos de su amante, se vuelve más potente que ningún otro hombre. -Luego su ávida boca se cerró alrededor del otro pezón. Cuando hubo succionado hasta la última gota de leche, la llevó al espacio para dormir y la arrojó bruscamente sobre el lecho de plumas. Horrorizada, ella le vio desnudarse. -Nunca he poseído a ninguna mujer completamente desnuda.

Presa del pánico, Cailin trató de escapar. Ragnar rió al ver sus esfuerzos. La sujetó con una mano y la montó a horcajadas, sentándose sobre su pecho.

– Abre la boca -ordenó, y cuando ella negó con la cabeza, le apretó la nariz hasta que, como no podía respirar, Cailin abrió la boca para aspirar aire. Al hacerlo, él le metió el miembro. -Si me muerdes -le advirtió- haré que te arranquen todos y cada uno de tus dientes. -Y ella le creyó. -Chúpala, zorra, tan a gusto como yo te he chupado a ti -le ordenó.

Ella intentó menear la cabeza, pero él se limitó a sonreír, alargó el brazo hacia atrás, encontró la pequeña joya de Cailin con los dedos y la pellizcó cruelmente. Cailin lanzó un grito de dolor y, vencida, empezó a cumplir el deseo de Ragnar.

– Ah, sí… mi pequeña zorra -gimió él mientras ella le excitaba. -Eres más hábil de lo que imaginaba.

Cerró los ojos con placer.

Cailin llevó los brazos por encima de la cabeza sin dejar de lamer y chupar el miembro de Ragnar. Una mano empezó a palpar con sigilo la paja bajo el lecho de plumas. Se movía con cuidado, aterrada por si llamaba la atención de él. ¿Dónde estaba? ¿Lo habría encontrado él?

– ¡Basta! -rugió Ragnar, retirando su palpitante miembro de la boca de la joven. -¡Esta cosita quiere encontrar su sitio!

Empezó a resbalar hacia abajo para acoplarse con ella.

¡Cailin no lo encontraba! Sus dedos buscaban desesperadamente. ¡Tenía que estar allí! Debía hacer algo para retrasar las intenciones de aquel bruto.

– Oh, mi señor -dijo con fingida complacencia. -¿No me darás un poco del mismo placer que yo te he dado a ti? ¡Oh, por favor! ¡Lo necesito!

Una sonora carcajada resonó en la estancia.

– ¡Tendrás lo que deseas, zorrita mía! ¡No te decepcionaré!

Le separó las piernas con brusquedad y hundió la cabeza entre ellas.

Cailin trató de bloquear la sensación que le producía la repulsiva lengua de Ragnar. Frenética, hurgó en la paja y cuando encontró el puñal que buscaba la afilada hoja le produjo un corte en la mano. Sintiendo alivio, Cailin cogió el arma sin hacer caso de la herida.

– ¡Ooohhh! ¡Así…! -gimió, recordando que él sin duda esperaba de ella alguna reacción a sus obscenos esfuerzos. -¡Oh, me gusta…! ¡Estoy lista para ti, mi señor!

Sin decir palabra, Ragnar se situó encima de ella.

– ¡Oh, bésame! -pidió Cailin, y cuando él se inclinó para hacerlo, ella le clavó el puñal varias veces en la espalda.

Con un gruñido de sorpresa, el hombre cayó de lado. Estaba herido, pero no mortalmente.

– ¡Maldita zorra! -gruñó. -¡Pagarás por lo que has hecho!

Cailin se puso a horcajadas sobre él, le agarró la cabeza por el pelo y con un movimiento rápido le cortó el cuello. La expresión de asombro desapareció de sus ojos tan deprisa que Cailin ni siquiera estaba segura de haberla visto realmente. Bajó del espacio para dormir y se quedó de pie, temblorosa, contemplando al hombre muerto, sin saber con certeza si en verdad lo estaba. Durante un largo momento tuvo miedo de que él le saltara encima, pero no fue así. Estaba muerto. Muerto de veras. Había matado a Ragnar Lanza Potente. Había matado a un hombre.

Cailin se echó a sollozar quedamente de puro alivio. Cuando por fin se calmó, se dio cuenta de que estaba cubierta de la sangre de aquel hombre. Sintió un escalofrío de repugnancia y, obligándose a hacer algo, cruzó la buhardilla, echó agua en una palangana y se lavó con frenesí hasta que por fin se vio limpia de nuevo. Lavarse y ponerse ropa limpia contribuyeron a que se sintiera un poco mejor. Evitó mirar hacia donde Ragnar yacía muerto en un charco de sangre. Se sentó junto a su telar, quedándose dormida de vez en cuando debido al agotamiento, hasta que los pájaros empezaron a cantar a la luz del amanecer. Cailin despertó de golpe y recordó lo ocurrido la noche anterior.

¿Qué iba a hacer? Cuando los hombres de Ragnar descubrieran que había matado a su jefe, y sin duda lo descubrirían, la matarían. Jamás volvería a ver a Wulf y a sus hijos. Lágrimas de nerviosismo empezaron a resbalarle por las mejillas. ¡No! No permitiría que la mataran como a un conejillo asustado.

Quizá podría huir de Caddawic antes de que el cadáver de Ragnar fuera descubierto. Era muy temprano y no se oía a nadie en el piso de abajo. Podía bajar y esconder la escalera de la buhardilla. Todos supondrían que Ragnar estaba descansando de los excesos de la noche. Despertaría a las otras mujeres y juntas cruzarían las puertas con una excusa u otra.

¡No! Aquello no saldría bien. Eran demasiadas para no levantar sospechas. No podía dejar a las otras mujeres allí, pues serían el blanco de la ira de los hombres de Ragnar. Iría a buscar a las dos chicas que se habían escondido en las cocinas y se reunirían con las otras mujeres en el sótano del granero. ¡Sí! Aquel plan era mejor. Allí nadie las encontraría, y no le cabía duda de que Wulf llegaría pronto.

Cailin apartó los baúles que cubrían la trampilla, corrió el cerrojo y bajó. Cerró la trampilla con sigilo y, una vez abajo, retiró la escalera. ¿Dónde podía esconderla? ¡La arrojaría al pozo! Jamás podría volver a la buhardilla. No después de lo que le había sucedido allí aquella noche. Una mano le cogió con fuerza el hombro y Cailin lanzó un grito de terror.

– ¡Ovejita! ¡Soy yo!

Ella se volvió, con el corazón latiéndole con violencia, y vio a Wulf. Detrás, los hombres de Ragnar estaban encadenados y rodeados por los hombres de Caddawic.

– ¡Oh, Wulf! -exclamó con un sollozo, desplomándose en sus brazos. Al cabo de unos instantes se recuperó y preguntó: -¿Cómo habéis entrado en Caddawic? ¿Los muros no estaban vigilados por los hombres de Ragnar?

– Hemos entrado por el mismo sitio por el que nuestros hombres salieron la otra noche. Hay una pequeña trampilla en una caseta de vigilancia. Conduce a un estrecho túnel que hay bajo nuestras defensas. Envié a Corio por los hombres. La otra noche salieron por ese túnel. Entonces me explicaron con detalle las defensas de Ragnar. Hemos venido por ahí.