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– Sí, bueno -repliqué, al tiempo que retiraba las copas de vino y las dejaba en el fregadero-. Hace mucho que no nos vemos.

– Cassie -dijo Frank a mis espaldas con una voz dulcísima-. ¿Qué te ha sucedido?

– Descubrí en Jesús a mi Salvador personal -contesté, dejando las copas con un golpetazo en el fregadero-, y no aprueba que la gente vaya por ahí volviéndose loca. Me hicieron un trasplante de cerebro, cogí la enfermedad de las vacas locas, me apuñalaron, me he hecho mayor y ahora tengo sentido común o comoquiera que te apetezca llamarlo. No sé qué fue lo que me pasó, Frank. Lo único que sé es que quiero vivir con un poco de paz y tranquilidad por una vez en mi vida, algo que este caso truculento y esa macabra idea tuya no me van a dar. ¿Queda claro?

– Tranquila, queda claro -respondió Frank, con una voz serena que me hizo sentir como una idiota-. Tú decides. Pero si te prometo no seguir hablando del caso, ¿me invitas a otra copa de vino?

Me temblaban las manos. Abrí el grifo y no contesté.

– Podemos charlar y ponernos al día. Como tú misma has dicho, hace mucho tiempo que no nos vemos. Nos quejaremos del tiempo y te enseñaré fotos de mi hijo, y tú puedes explicármelo todo sobre tu nuevo novio. ¿Qué ocurrió con el Fulano aquel al que veías entonces, el abogado? Siempre pensé que era un poco insulso para ti.

Lo que ocurrió con Aidan fue que yo trabajaba como agente secreto. Me dejó porque nunca acudía a nuestras citas y no le explicaba por qué ni le explicaba a qué me dedicaba durante el día. Me argumentó que mi trabajo me preocupaba más que él mismo. Aclaré las copas y las coloqué en el escurridero.

– A menos que necesites quedarte a solas para reflexionar sobre todo esto -añadió Frank preocupado-. Lo entiendo. Es, una decisión muy importante.

No pude reprimirme y solté una carcajada. Frank puede ser un capullo integral cuando le apetece. Si lo echaba de casa entonces, sería como decirle que estaba planteándome aquella chifladura suya.

– De acuerdo -dije-. Está bien. Tómate todo el vino que quieras. Pero si vuelves a mencionar el caso, te daré una buena zurra. ¿Ha quedado claro?

– Estupendo -replicó-. Normalmente tengo que pagar cuando quiero que me peguen.

– Pues yo te pego gratis cuando quieras.

Le lancé las copas, de una en una. Las secó con su camisa y alargó el brazo para agarrar la botella de vino.

– Cuéntame entonces -me alentó-. ¿Cómo es nuestro Sammy en las distancias cortas?

Nos terminamos la primera botella y descorchamos la segunda. Frank me contó todos los cotilleos de Operaciones Secretas, cosas que jamás llegan a oídos de las demás brigadas. Yo sabía exactamente lo que estaba haciendo, pero me gustaba, me gustaba volver a oír los nombres de todo el mundo, la jerga, las peligrosas bromas internas y las carreras profesionales rápidas, truncadas. Jugamos al «¿Te acuerdas de…?»: aquella vez en que yo estaba en una fiesta y Frank necesitaba pasarme una información, de modo que envió a otro agente encubierto para que fingiera ser un pretendiente mío desairado y encarnara a Stanley Kowalski [4] bajo la ventana, aullando «¡Lexiiiiiie!» hasta que yo me asomara; o la vez en que ambos estábamos enzarzados en una conversación para ponernos al día en un banco en Merrion Square y yo divisé a un alumno de la universidad dirigiéndose hacia nosotros y empecé a gritar como una desesperada que Frank era un viejo verde y me largué indignada. Me gustara o no, me alegraba de la visita de Frank. Antes siempre recibía visitas: amigos, mi ex pareja… Se repantingaban en el sofá y se quedaban hasta altas horas de la madrugada, con la música sonando de fondo y todos un poco achispados; pero hacía mucho tiempo que nadie, aparte de Sam, venía a mi casa y mucho más aún que no me reía como me estaba riendo, y me estaba sentando de fábula.

– ¿Sabes? -dijo Frank con aire meditativo, mucho después, escudriñando su copa-. Aún no has dicho que no.

No me quedaba energía para enfadarme.

– ¿He dicho algo que suene remotamente a un sí? -pregunté.

Chasqueó los dedos.

– Mira, tengo una idea. Mañana por la noche se celebra una reunión sobre el caso. ¿Por qué no acudes? Tal vez eso te ayude a decidir si quieres participar o no.

¡Bingo! Ahí estaba: el anzuelo camuflado entre los señuelos, el objetivo real tras todas las galletas de chocolate y los chismorreos y las preocupaciones por mi salud emocional.

– Por el amor de Dios, Frank -contesté-. ¿Te das cuenta de que se te ve el plumero?

Frank sonrió sin el menor bochorno.

– No puedes culparme por intentarlo. Hablo en serio, deberías venir. Los refuerzos no se incorporan hasta el lunes por la mañana, de manera que, básicamente, seremos Sam y yo exponiendo lo que tenemos hasta ahora. ¿No sientes curiosidad?

Evidentemente que la sentía. Toda la información que Frank me había facilitado no me había revelado lo único que yo quería saber: cómo había sido aquella chica. Apoyé la cabeza en el futón y encendí otro cigarrillo.

– ¿De verdad piensas que podemos resolver este caso? -pregunté.

Frank meditó su respuesta. Vertió vino en su copa y agitó la botella en mi dirección; negué con la cabeza.

– En circunstancias normales -contestó al fin, acomodándose de nuevo en el sofá-, diría que probablemente no. Pero no nos enfrentamos a circunstancias normales y tenemos un par de elementos a nuestro favor, aparte del más evidente. En primer lugar, a efectos prácticos, esa muchacha sólo existió durante tres años, así que no tendrías que aprenderte toda una vida. No tendrías ni padres ni hermanos, no te encontrarías con ningún amigo de la infancia y nadie te preguntaría si recuerdas el primer baile de la escuela. Además, durante estos tres años, su vida parece haber estado bastante circunscrita: salía con una pandilla reducida, estudiaba en un departamento pequeño y tenía un empleo. No tendrías que lidiar con amplios círculos de familiares, amigos y compañeros de clase.

– Estaba cursando un doctorado en Literatura inglesa -señalé-. Yo no tengo ni puñetera idea de literatura inglesa, Frank. Saqué un excelente en las pruebas de acceso a la universidad, pero eso es todo. Ni siquiera conozco la jerga.

Frank se encogió de hombros.

– Por lo que sabemos, Lexie tampoco la conocía y logró apañárselas. Y si ella pudo hacerlo, tú también. Una vez más, la suerte juega a nuestro favor: podría haber estado estudiando farmacia o ingeniería. Y si te hartas de su tesis, cariño, ¿qué se le va a hacer? Ironías del destino. Esa puñalada puede resultarnos muy úticlass="underline" podemos hacer que sufras estrés postraumático, amnesia o lo que nos plazca.

– ¿Tenía novio?

Existe un límite en lo que estoy dispuesta a hacer por mi trabajo.

– No, así que tu virtud estará a salvo. Y la otra cuestión que juega a nuestro favor: ¿sabes lo de todas esas fotos? Pues resulta que nuestra chica tenía un teléfono móvil con vídeo, que al parecer utilizaban los cinco como cámara para filmar sus batallitas. La calidad de la imagen no es espectacular, pero tenía una tarjeta de memoria cojonuda y está llena de grabaciones: ella y sus amigos saliendo de fiesta, en picnics, mudándose a su palacio, arreglándolo, todo, todo. De manera que dispones de un manual de su voz, su lenguaje corporal, sus gestos, el tono de sus relaciones… todo cuanto una chica podría desear. Y tú eres muy buena, Cassie. Eres una agente secreta sensacional. Combinémoslo todo y se podría decir que tenemos un porcentaje bastante elevado de posibilidades de resolver este caso. -Inclinó la copa para beberse las últimas gotas de vino y alargó el brazo para agarrar su chaqueta-. Ha sido divertido charlar contigo, cariño. Tienes mi número de móvil. Comunícame tu decisión acerca de la reunión de mañana por la noche.

Y desapareció, sin aguardar siquiera a que lo acompañara hasta la puerta. Sólo cuando la oí cerrarse a sus espaldas me di cuenta de que había caído en la trampa de preguntar: «¿Y qué hay de la universidad? ¿Tenía novio?», como si estuviera comprobando las posibles fisuras de aquel caso, como si estuviera planteándome aceptarlo.

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[4] Personaje de la obra de Tennessee Williams Un tranvía llamado deseo. (N. de la T.)