– Vaya -comentó Frank en tono apreciativo tras observarme con detenimiento-, quizá sean las manos más bonitas que he visto nunca.
– Es extraordinario -apuntó Cooper con entusiasmo, inclinándose hacia delante para observarnos a mí y a la joven anónima por encima de sus gafas-. Las posibilidades son de una entre varios millones.
– ¿Alguien aprecia alguna diferencia? -preguntó Frank.
Nadie dijo nada. Sam apretaba la mandíbula.
– Caballeros -anunció Frank dibujando una floritura con el brazo-, son idénticas.
– Lo cual no implica necesariamente que tengamos que explotar esa coincidencia -alegó Sam.
O'Kelly aplaudió a cámara lenta, en ademán sarcástico.
– Felicidades, Mackey. ¡Eso sí que es un truco de magia! Y ahora que todos sabemos qué aspecto tiene Maddox, ¿podemos retomar el caso?
– ¿Os importa que me siente otra vez? -pregunté. Las piernas me temblaban como si hubiera estado corriendo y estaba enfadadísima con todos los presentes en aquella estancia, yo incluida-. A menos que me necesitéis como musa.
– Claro que no, siéntate -dijo Frank, mientras buscaba un rotulador para la pizarra blanca-. Bien, resumiendo, esto es lo que tenemos hasta el momento. Alexandra Janet Madison, alias Lexie, registrada como nacida en Dublín el 1 de marzo de 1979, como bien debería saber yo, que fue quien la inscribió en el Registro Civil. En octubre de 2000 -empezó a esbozar una cronología con trazos rápidos- se matriculó en el University College de Dublín para cursar un posgrado en Psicología. En mayo de 2001 abandonó la universidad debido a una enfermedad relacionada con el estrés y se refugió con sus padres en Canadá para recuperarse. Ahí debería haber acabado su historia…
– Un momento. ¿Me liquidaste con un ataque de nervios? -pregunté.
– Tu tesis te había superado -me explicó Frank con una sonrisa-. El mundo académico es un mundo difícil; no fuiste capaz de soportar la presión, de modo que te retiraste. Tenía que desembarazarme de ti de algún modo.
Volví a recolocarme contra la pared y le hice un puchero; Frank me guiñó un ojo. Había jugado con aquella chica años antes de que apareciera en escena. Cualquier desliz que tuviera con un viejo conocido que empezara a sonsacar información, cualquier pausa fuera de lo normal, cualquier reticencia a encontrarse con alguien de nuevo podía solucionarla con un: «Bueno, ya sabes, sufrió una crisis nerviosa…».
– Pero en febrero de 2002 -continuó Frank mientras cambiaba el rotulador azul por el rojo-, Alexandra Madison reapareció en escena. Obtuvo su expediente en el University College de Dublín y lo utilizó para matricularse en el Trinity en un posgrado en Lengua y Literatura inglesas. No tenemos ni idea de cómo es realmente esta joven, de lo que hacía antes de eso o de cómo tropezó con la identidad de Lexie. Le hemos tomado las huellas dactilares, pero no aparecen en el sistema.
– Quizá deberíamos ampliar la red -apunté-. Existe una posibilidad nada desdeñable de que no sea irlandesa.
Frank me miró con expresión inquisitiva.
– ¿Por qué dices eso?
– Cuando un irlandés quiere ocultarse, no se queda por aquí. Se va al extranjero. De ser irlandesa, podía haber tropezado con alguien del club de bingo de su mamá en menos de una semana.
– No necesariamente. Llevaba una vida bastante ermitaña.
– Además -proseguí sin subir el volumen de voz-, yo me parezco a mi familia francesa. Nadie piensa que sea irlandesa hasta que abro la boca. Y si yo no debo mi fisonomía a este país, lo más probable es que ella tampoco.
– Maravilloso -exclamó O'Kelly algo apesadumbrado-. Operaciones Secretas, Violencia Doméstica, Inmigración, los ingleses, la Interpol, el FBI… ¿A alguien más le apetece participar en esta fiesta? ¿La Asociación de Mujeres del Ámbito Rural de Irlanda, por ejemplo? ¿La Diócesis de San Vincente de Paúl?
– ¿Existe alguna posibilidad de identificarla por la dentadura? -preguntó Sam-. ¿O de ubicarla en un país, como mínimo? ¿Se puede determinar eso mediante un estudio dental, por cómo se le han practicado los empastes y demás?
– Ocurre que esa jovencita tenía una dentadura impecable -contestó Cooper-. Por supuesto, yo no soy ningún especialista en la materia, pero no tenía empastes, ni puentes, ni extracciones ni ninguna otra intervención identificable.
Frank me miró arqueando una ceja en señal de interrogación. Le respondí con la mayor cara de desconcierto de la que fui capaz.
– Tenía dos incisivos inferiores ligeramente superpuestos -añadió Cooper- y también una muela superior claramente desalineada, lo cual implica que de niña no llevó aparatos. Me aventuraría a afirmar que las probabilidades de identificarla por la dentadura son prácticamente nulas.
Sam movió la cabeza en un gesto de frustración y volvió a fijar la vista en su cuaderno de notas. Frank seguía repasándome de arriba abajo, y empezaba a ponerme nerviosa. Me aparté de la pared, abrí la boca todo lo que pude y señalé mis dientes. Cooper y O'Kelly me miraron horrorizados.
– No, no tengo empastes -le aclaré a Frank-. ¿Lo ves? Aunque tampoco creo que eso importe mucho.
– Buena chica -dijo Frank con aprobación-. No dejes de pasarte la seda dental.
– Encantador, Maddox -terció O'Kelly-. Gracias por compartirlo con nosotros. De manera que en otoño de 2002 Alexandra Madison se matriculó en el Trinity y en abril de 2005 aparece asesinada a las afueras de Glenskehy. ¿Sabemos a qué ha dedicado el tiempo entre tanto?
Sam se removió en su silla, alzó la vista y dejó su bolígrafo sobre el cuaderno.
– A cursar su doctorado, principalmente -aclaró-. Un tema relacionado con mujeres escritoras y seudónimos; la verdad es que no logré entenderlo del todo. Le iba fantásticamente bien, según afirma su supervisor; iba un poco retrasada con el calendario, pero lo que escribía estaba bien. Hasta septiembre vivía en una habitación amueblada en una calle que corta con la South Circular Road. Se sufragaba los gastos a base de créditos para estudiantes, becas y trabajando en el departamento de Lengua y Literatura inglesas y en Caffeine, una cafetería del pueblo. No tiene antecedentes policiales ni deudas conocidas, salvo el préstamo para pagar las tasas de los tres años de universidad; su cuenta bancaria no refleja movimientos turbios, no se le conocen adicciones ni novio ni ningún ex novio. -Cooper enarcó una ceja-. Tampoco enemigos ni peleas recientes.
– Así que no tenemos ningún móvil -concluyó Frank, de cara a la pizarra-, ni tampoco sospechosos.
– Sus seres más cercanos -continuó Sam sin alterarse- eran una pandilla de estudiantes de posgrado: Daniel March, Abigail Stone, Justin Mannering y Raphael Hyland.
– ¡Fuá! Vaya nombre -comentó O'Kelly-. ¿Qué es, marica o británico?
Cooper cerró los ojos un instante con un gesto de desagrado, como un gato.
– Es medio inglés -puntualizó Sam; O'Kelly emitió un gruñidito de petulancia-. Daniel tiene dos multas por exceso de velocidad y Justin una; aparte de eso, están limpios como los chorros del oro. No saben que Lexie utilizaba una identidad falsa o, si lo saben, no lo han mencionado. Según dicen, estaba distanciada de su familia y no le gustaba hablar de su pasado. Ni siquiera saben de dónde era originaria; Abby cree que probablemente de Galway, Justin que de Dublín y Daniel me ha mirado con altanería y me ha soltado que «no revestía el menor interés» para él. Y lo mismo ocurre con su familia. Justin piensa que sus padres estaban muertos; Rafe dice que estaban divorciados; Abby, que era hija ilegítima…
– Y quizá ninguno esté en lo cierto -lo interrumpió Frank-. Ya sabemos que nuestra joven no era trigo limpio.
Sam asintió.
– En septiembre, Daniel heredó de su tío abuelo, Simon March, la casa de Whitethorn, cerca de Glenskehy, y todos se mudaron allí. El pasado miércoles por la noche, los cinco estaban en casa, jugando al póquer. Lexie fue la primera en perder y salió a dar un paseo alrededor de las once y media; se ve que los paseos nocturnos formaban parte de su rutina; la zona es segura, aún no había empezado a llover y los demás no pensaron que hubiera nada malo en ello. Acabaron de jugar pasada la medianoche y se fueron a dormir. Todos coinciden al describir la partida de cartas: quién ganó, cuánto ganó, en qué mano… con ligeras divergencias aquí y allá, pero nada digno de mencionar. Los hemos entrevistado a todos varias veces y no se han contradicho en ningún momento. O son inocentes o están organizados de un modo que raya en lo enfermizo.