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– ¿La puñalada se la asestaron aquí? -pregunté.

Sam sacudió la cabeza.

– Es difícil de determinar. Aguardaremos el dictamen de la científica, pero la lluvia de anoche ha borrado la mayor parte de las pistas: no encontraremos huellas en el sendero ni un reguero de sangre, de eso puedes estar segura. Incluso así, me atrevería a afirmar que éste no es nuestro escenario del crimen principal. Esta muchacha se mantuvo en pie al menos un rato después de que la apuñalaran. ¿Ves esto? La sangre se derramó por la pernera del pantalón dibujando una línea recta. -Frank tuvo la amabilidad de desviar el haz de luz de la linterna hacia otro punto-. Y tiene barro en ambas rodillas y un desgarro en una de ellas, como si hubiera corrido y se hubiera caído al suelo.

– Buscando un lugar donde esconderse -aventuré.

Aquella imagen hizo que me recorriera un escalofrío, como si reviviera una pesadilla olvidada: el sendero zigzagueante en medio de la noche y ella corriendo al tiempo que resbalaba sin remedio sobre los guijarros y oía su propia respiración acelerada. Noté que Frank volvía a ponerse en pie lentamente, en silencio, observando.

– Es posible -dijo Sam-. Quizás el asesino la perseguía o ella creía que lo hacía. Podría haber dejado un rastro de sangre desde la puerta del tipo, pero nunca lo sabremos: de ser así, hace ya rato que ha desaparecido por completo.

Quería hacer algo con mis manos, frotármelas, atusarme el pelo, tocarme los labios, algo. Me las embutí en los bolsillos para tenerlas quietas.

– Y entonces encontró un refugio y se desplomó.

– No exactamente. Tengo la impresión de que murió allí, -Sam apartó las zarzamoras y señaló con la cabeza en dirección a un rincón de la estancia exterior-. Hemos encontrado lo que parece un charco de sangre de unas dimensiones considerables. No hay modo de saber exactamente cuánta se derramó (esperemos que la policía científica pueda ayudarnos a determinar este dato), pero si queda tanta incluso después de una noche como la pasada, me atrevería a decir que en su momento hubo muchísima. Probablemente se sentara apoyada en la pared; la mayoría de la sangre le ha empapado el jersey, el regazo y el culo de los tejanos. Si se hubiera tumbado, le habría resbalado hacia los lados. ¿Ves esto? -Señaló en dirección al suéter de la muchacha y entonces caí en la cuenta: aquello no era una estrella estampada-. Enrolló la parte de arriba del jersey y se lo apretó sobre la herida para intentar contener la hemorragia.

Acurrucada en aquel rincón, con una lluvia torrencial y la sangre cálida manando entre sus dedos.

– ¿Y cómo llegó aquí, entonces? -pregunté.

– El asesino debió de encontrarla al final -conjeturó Frank-, u otra persona. -Se inclinó sobre ella y levantó uno de sus pies tirando de la lazada de sus zapatillas deportivas. Un escalofrío me recorrió al verlo tocarla de aquella manera. Frank enfocó la linterna hacia el talón de las deportivas: estaba raspado y marrón, sucio de tierra-. La arrastraron. Pero ya estaba muerta, porque no se ha formado ningún charco de sangre debajo del cuerpo. Para cuando la trajeron aquí ya no sangraba. El tipo que la encontró jura que no la tocó, y yo le creo. Parecía a punto de vomitar; no se ha atrevido a acercarse a ella más de lo estrictamente necesario. Aun así, el asesino la debió de trasladar poco después de que muriera. Cooper dice que aún no se había producido el rigor mortis y no hemos encontrado moretones secundarios. Al parecer, no estuvo mucho tiempo fuera con esa lluvia. Apenas está húmeda. Si se hubiera pasado toda la noche al raso, estaría empapada.

Lentamente, como si mis ojos empezaran a acostumbrarse a la tenue luz, reparé en que todas las manchas oscuras y salpicaduras que había registrado como sombras y gotas de lluvia eran en realidad sangre. Había sangre por todas partes: regueros en el suelo, en los pantalones empapados de la chica y formando una costra en sus manos, hasta la altura de las muñecas. No me apetecía mirarla a la cara, mirar a la cara de nadie. Clavé la vista en su jersey y la desenfoqué hasta que aquella mancha con forma de estrella se desdibujó.

– ¿Habéis encontrado huellas?

– Ni una -respondió Frank-. Ni siquiera de ella. Con toda esta mugre lo normal sería que hubiera alguna pero, como ha dicho Sam, la lluvia las ha borrado. Lo único que tenemos en la otra habitación es un montón de barro con huellas que coinciden con las del tipo que nos ha llamado y su perro; por eso no me preocupaba traerte hasta aquí. Y lo mismo en el sendero. Y aquí. -Dirigió el haz de luz de la linterna a los límites del suelo, deteniéndose en los rincones cubiertos por capas de polvo demasiado lisas-. Éste es exactamente el aspecto que tenía todo cuando hemos llegado. Las huellas que ves alrededor del cadáver son nuestras, de Cooper y de los tipos de uniforme. Quienquiera que la arrastrara hasta aquí se tomó su tiempo para borrar su rastro. Hay una rama de aulaga rota en medio del campo, que probablemente arrancaron de ese enorme arbusto que hay junto a la puerta; me pregunto si la utilizaría para barrer el suelo al marcharse. Esperaremos a ver si la científica es capaz de encontrar sangre o huellas en ella. Y no tenemos huellas dactilares… -Me tendió otra bolsa de pruebas criminales-. ¿Ves algo raro?

Era una cartera blanca de piel falsa, con una mariposa bordada con hilo plateado. Tenía leves manchas de sangre.

– Está demasiado limpia -observé-. Hace un rato has dicho que la tenía guardada en el bolsillo delantero de los tejanos y que tenía el regazo empapado. En consecuencia, debería estar ensangrentada.

– ¡Bingo! El bolsillo está tieso a causa de la sangre, completamente empapado, así que… ¿cómo es posible que la cartera apenas se haya manchado? Y lo mismo ocurre con la linterna y las llaves: no tienen ni una sola gota de sangre, apenas unas cuantas manchas. Parece que nuestro chico rebuscó en sus bolsillos y limpió todas sus cosas antes de volver a meterlas en ellos. Haremos que la policía científica busque huellas dactilares en todo aquello susceptible de que las conserve durante un tiempo, pero dudo que encontremos nada de utilidad. Alguien ha sido muy, muy cuidadoso.

– ¿Hay indicios de agresión sexual? -pregunté.

Sam se estremeció. Hacía tiempo que a mí eso no me afectaba.

– Cooper no se atreve a asegurar nada con rotundidad hasta que le practique la autopsia, pero no hay ningún indicio en los exámenes preliminares que apunte en esa dirección. Tal vez la suerte nos sonría y encontremos sangre que no sea suya (en muchos apuñalamientos el homicida se hace algún corte) aunque, si te soy sincero, no creo que encontremos ADN.

Mi primera impresión, teniendo en cuenta al asesino invisible y la práctica ausencia de huellas, no era muy distinta. Tras pasar unos cuantos meses en Homicidios uno detecta «esos casos» de lejos. Con el último rincón lúcido de mi mente recordé que, al margen de lo que pareciera aquello, no era asunto mío.

– Genial -exclamé-. ¿Y qué tenéis? ¿Sabéis algo sobre ella, aparte de que estudia en el Trinity y andaba por ahí con un nombre falso?

– El sargento Byrne dice que es de por aquí -contestó Sam-. Vive en Whitethorn House, a algo más de medio kilómetro de aquí, con un grupo de estudiantes. Eso es todo lo que sabe de ella. Aún no he hablado con sus compañeros porque… -se interrumpió y señaló con un gesto a Frank.-… Porque yo le he suplicado que esperara-terminó Frank con soltura-. Se me ha ocurrido que podía intercambiar impresiones con vosotros dos antes de que empiece la investigación de verdad. -Arqueó una ceja para señalar hacia la puerta y a los tipos de uniforme-. Tal vez deberíamos ir a dar un paseo.

– No veo inconveniente -asentí. El cadáver de aquella muchacha estaba alterando el aire de aquella estancia, que parecía burbujear con un zumbido afilado similar al que emite la televisión cuando la silencias; costaba pensar con claridad-. Si nos quedamos en esta habitación demasiado tiempo, el universo podría transformarse en antimateria.