– No -dijo Cornelius-. Me pasaré por ahí esta tarde y los recogeré. Bueno, suponiendo que Pauline esté libre y me pueda acompañar a la ciudad.
– ¿Me he perdido algo? -preguntó Frank, algo perplejo.
– No te preocupes, Frank. Te pondré al día cuando nos veamos el jueves por la noche.
Timothy llegó a The Willows poco después de las ocho de la noche siguiente. Pauline le puso a pelar patatas de inmediato.
– ¿Cómo están tus padres? -preguntó Cornelius, con el fin de averiguar cuánto sabía el joven.
– Creo que bien, tío. Por cierto, mi padre me ha ofrecido el puesto de gerente de la tienda. Empiezo a primeros de mes.
– Felicidades -dijo Cornelius-. Estoy muy contento. ¿Cuándo hizo la oferta?
– La semana pasada -contestó Timothy.
– ¿Qué día?
– ¿Es importante? -preguntó Timothy.
– Creo que sí -replicó Cornelius, sin dar más explicaciones.
El joven guardó silencio un rato.
– Sí, fue el sábado por la noche -dijo por fin-, después de que viniera a verte. -Hizo una pausa-. No estoy seguro de que mamá esté muy complacida. Quería escribirte para darte la noticia, pero como iba a personarme en la subasta, pensé que te lo diría en persona. La cuestión es que no encontré el momento de hablar contigo.
– De modo que te ofreció el empleo antes de que se celebrara la subasta…
– Oh, sí -dijo Timothy-. Casi una semana antes.
Una vez más, el joven miró a su tío con semblante perplejo, pero no obtuvo la menor explicación.
Pauline depositó un plato de rosbif ante cada uno de ellos, mientras Timothy empezaba a revelar sus planes para el futuro de la empresa.
– Aunque papá seguirá como presidente del consejo -dijo-, ha prometido no interferir demasiado. Me estaba preguntando, tío Cornelius, ahora que posees el uno por ciento de la empresa, si querrías formar parte del consejo.
Cornelius pareció sorprendido al principio, después complacido, después dudoso.
– Tu experiencia me sería muy útil -dijo Timothy-, si quiero llevar adelante mis planes de expansión.
– No creo que tu padre considere una buena idea tenerme en el consejo -dijo Cornelius con una sonrisa irónica.
– No veo por qué -dijo Timothy-. Al fin y al cabo, fue idea suya.
Cornelius permaneció un rato en silencio. No esperaba averiguar más cosas sobre los jugadores después de que la partida hubiera terminado de forma oficial.
– Creo que ha llegado el momento de que subamos y descubramos si es Simón Kerslake o Raymond Gould el que llega a ser primer ministro -dijo por fin.
Timothy esperó a que su tío se sirviera un generoso coñac y encendiera un puro (el primero desde hacía un mes), y luego empezó a leer.
La historia le absorbió hasta tal punto que no volvió a levantar la vista hasta pasar la última página, donde encontró un sobre pegado con celo a la parte interior de la cubierta. Iba dirigida al «Señor Timothy Barrington».
– ¿Qué es esto? -preguntó.
Cornelius se lo habría dicho, pero se había quedado dormido.
El timbre de la puerta sonó a las ocho, como cada jueves por la noche. Cuando Pauline abrió la puerta, Frank le tendió un enorme ramo de flores.
– Oh, al señor Barrington le gustarán mucho -dijo el ama de llaves-. Las pondré en la biblioteca.
– No son para el señor Barrington -dijo Frank, y le guiñó el ojo.
– Desde luego, no sé qué les pasa a ustedes dos -dijo Pauline, mientras huía a la cocina.
Mientras Frank escarbaba en su segundo plato de guisado irlandés, Cornelius le advirtió de que sería su última cena juntos en The Willows.
– ¿Significa eso que has vendido la casa? -preguntó Frank, y alzó la vista.
– Sí. Esta tarde hemos intercambiado contratos, pero con la condición de que me traslade de inmediato. Después de una oferta tan generosa, no estoy en situación de discutir.
– ¿Cómo va la busca de un nuevo lugar?
– Creo que hemos encontrado la casa ideal, y en cuanto los inspectores hayan dado el visto bueno, haré una oferta. Necesitaré que prepares la documentación lo antes posible, para no ser un sin techo demasiado tiempo.
– Por supuesto -dijo Frank-, pero entretanto, será mejor que te instales conmigo. Sé muy bien cuáles son las alternativas.
– El pub del barrio, Elizabeth o Margaret -dijo Cornelius con una sonrisa. Levantó la copa-. Gracias por la invitación. Acepto.
– Pero con una condición -dijo Frank.
– ¿Cuál? -preguntó Cornelius.
– Que Pauline vaya incluida en el lote, porque no tengo la menor intención de dedicar mi tiempo libre a limpiar tus cosas.
– ¿Qué opinas de eso, Pauline? -preguntó Cornelius, mientras la mujer empezaba a despejar la mesa.
– Accedo a cuidarles, caballeros, pero solo durante un mes. De lo contrario, usted nunca se trasladaría, señor Barrington.
– Prometo que aceleraré los trámites legales -dijo Frank.
Cornelius se inclinó hacia él con aire conspirador.
– Ella odia a los abogados, pero creo que tiene debilidad por ti.
– Puede que ese sea el caso, señor Barrington, pero no impedirá que me vaya al cabo de un mes, si no se ha trasladado a su nueva casa.
– Lo mejor será que entregues el depósito lo antes posible -aconsejó Frank-. Siempre hay buenas casas en venta, pero las buenas amas de llaves escasean.
– ¿No es hora de que ustedes dos empiecen la partida, caballeros?
– De acuerdo -dijo Cornelius-. Pero antes, un brindis.
– ¿Por quién? -preguntó Frank.
– Por el joven Timothy -dijo Cornelius, al tiempo que levantaba la copa-, quien será director gerente de Barrington's, Chudley, el primero de mes.
– Por Timothy -dijo Frank, y alzó la copa.
– ¿Sabes que me ha pedido ser miembro de la junta? -preguntó Cornelius.
– Te gustará, y él sacará provecho de tu experiencia. Pero eso no explica por qué le regalaste todas las acciones de la empresa, pese a que no consiguió hacerse con el juego de ajedrez.
– Precisamente por eso quise dejar que tomara el control de la empresa. Timothy, al contrario que sus padres, no permitió que el corazón gobernara su cabeza.
Frank asintió en señal de aprobación, mientras Cornelius apuraba la última gota de vino de la única copa que se permitían antes de la partida.
– Bien, creo que debería advertirte -dijo Cornelius mientras se levantaba- de que el único motivo de que hayas ganado las tres últimas partidas seguidas es que tenía otras cosas en la cabeza. Ahora que esos asuntos están solucionados, tu suerte va a terminarse.
– Eso ya lo veremos -dijo Frank, mientras avanzaban por el largo pasillo.
Los dos hombres se detuvieron un momento para admirar el retrato de Daniel.
– ¿Cómo lo recuperaste? -preguntó Frank.
– Tuve que llegar a un acuerdo con Pauline, pero al final los dos obtuvimos lo que deseábamos.
– Pero ¿cómo…? -empezó Frank.
– Es una larga historia -contestó Cornelius-, y te contaré los detalles mientras tomamos el coñac, después de que haya ganado la partida.
Cornelius abrió la puerta de la biblioteca y dejó que su amigo entrara, con el fin de observar su reacción. Cuando el inescrutable abogado vio el juego de ajedrez ante él, no hizo el menor comentario, sino que caminó hasta el otro lado de la mesa y se sentó en su lugar habitual.
– Tú eres el primero en mover, si no recuerdo mal.
– Estás en lo cierto -dijo Cornelius, mientras intentaba ocultar su irritación. Empujó el peón reina hacia Q4.
– Un gambito de apertura ortodoxo, una vez más. Ya veo que esta noche tendremos que concentrarnos.
Llevaban jugando una hora, sin haber intercambiado ni una palabra, cuando Cornelius ya no lo pudo soportar.
– ¿Es que no sientes la menor curiosidad por descubrir cómo recuperé el juego de ajedrez? -preguntó.