Выбрать главу

– Me verás mucho antes -murmuró el profesor, mientras sir Toby se precipitaba al primer taxi.

Sir Toby echó un vistazo a sus notas mientras esperaba al primer testigo. El caso había empezado mal. La acusación había podido presentar un montón de pruebas contra su cliente que no estaba en posición de refutar. No le hacía la menor gracia el contrainterrogatorio de una retahíla de testigos que, sin duda, corroborarían esas pruebas.

El juez en esa ocasión, el señor Fairborough, cabeceó en dirección al fiscal.

– Llame a su primer testigo, señor Lennox.

El señor Desmond Lennox, QC, se levantó poco a poco.

– Con sumo placer, Su Señoría. Llamo al profesor Harold Bamford.

Un sorprendido sir Toby alzó la vista de sus notas y vio que su viejo amigo caminaba con aire seguro hacia el estrado de los testigos. El jurado londinense miró intrigado al hombre de Leeds.

Sir Toby se vio forzado a admitir que el señor Lennox establecía bastante bien las credenciales de su testigo experto, sin referirse ni una sola vez a Leeds. A continuación, el señor Lennox procedió a ametrallar a Harry con una serie de preguntas, que terminaron convirtiendo a su cliente en un cruce entre Jack el Destripador y el doctor Crippen. [2]

– No haré más preguntas, Su Señoría -dijo por fin el señor Lennox, y se sentó con una expresión relamida en la cara.

El juez Fairborough miró a sir Toby.

– ¿Tiene más preguntas para este testigo? -preguntó.

– Desde luego, Su Señoría -contestó sir Toby, al tiempo que se levantaba-. Profesor Bamford -dijo, como si fuera su primer encuentro-, antes de entrar en el caso que nos ocupa, creo que sería justo decir que mi docto amigo el señor Lennox se ha preocupado con creces de establecer sus credenciales como testigo experto. Tendrá que perdonarme si vuelvo al tema, con el fin de aclarar un par de pequeños detalles que me han desconcertado.

– Por supuesto, sir Toby -dijo Harry.

– El primer título académico que recibió en… veamos, sí, la Universidad de Leeds. ¿Cuál fue la materia que estudió?

– Geografía.

– Qué interesante. No se me habría ocurrido considerar esa disciplina una buena preparación para alguien que llegaría a ser un experto en armas de fuego. Sin embargo -continuó-, permítame que pase a su doctorado, que le fue concedido por una universidad norteamericana. ¿Puedo preguntar si ese título académico está reconocido en Inglaterra?

– No, sir Toby, pero…

– Le ruego que se limite a contestar a las preguntas, profesor Bamford. Por ejemplo, ¿las universidades de Oxford o Cambridge reconocen su doctorado?

– No, sir Toby.

– Entiendo. Y, como el señor Lennox se ha encargado de subrayar, todo este caso puede depender de sus credenciales como testigo experto.

El juez Fairborough miró al defensor y frunció el ceño.

– Será el jurado quien tome esa decisión, basada en los hechos presentados, sir Toby.

– Estoy de acuerdo, Su Señoría. Solo deseaba establecer el crédito que los miembros del jurado deberían conceder a las opiniones del testigo experto de la Corona.

El juez volvió a fruncir el ceño.

– Pero si usted cree que he dejado claro este punto, Su Señoría, proseguiré -dijo sir Toby, y se volvió hacia su viejo amigo-. Ha dicho al jurado, profesor Bamford, como experto, que en este caso concreto la víctima no pudo cometer suicidio, porque la pistola fue encontrada en su mano.

– Exacto, sir Toby. Un error muy común, cometido por lo general en películas de escasa entidad y programas de televisión, es mostrar a las víctimas aferrando todavía la pistola después de haberse disparado.

– Sí, sí, profesor Bamford. Ya nos deleitó con sus grandes conocimientos sobre series televisivas cuando mi docto colega le estuvo interrogando. Al menos, hemos descubierto que es experto en algo. Pero me gustaría regresar al mundo real. Quiero aclarar una cosa, profesor. Usted no está insinuando, ni siquiera por un momento, al menos en eso confío, que su aportación demuestra que la acusada puso la pistola en la mano de su marido. En ese caso, profesor Bamford, usted no sería un experto, sino un vidente.

– No he llegado a esa suposición, sir Toby.

– Le agradezco su apoyo, pero dígame, profesor Bamford: debido a su experiencia, ¿se ha encontrado con algún caso en que el asesino pusiera la pistola en la mano de la víctima, con el fin de sugerir que la causa de la muerte era el suicidio?

Harry vaciló un momento.

– Tómese su tiempo, profesor Bamford. El resto de la vida de una mujer depende de su contestación.

– Me he encontrado con casos similares en el pasado -volvió a vacilar-, en tres ocasiones.

– ¿En tres ocasiones? -repitió sir Toby, intentando fingir sorpresa, pese al hecho de que él había intervenido en los tres casos.

– Sí, sir Toby -dijo Harry.

– ¿Y en estos tres casos, el jurado emitió un veredicto de no culpable?

– No -dijo Harry en voz baja.

– ¿No? -repitió sir Toby, y se volvió hacia el jurado-. ¿En cuántos de los casos fue declarado el acusado no culpable?

– En dos de los casos.

– ¿Y qué pasó en el tercero? -preguntó sir Toby.

– El hombre fue condenado por asesinato.

– ¿Y sentenciado…? -preguntó sir Toby.

– A cadena perpetua.

– Me gustaría saber algún detalle más de este caso, profesor Bamford.

– ¿Adónde nos conduce todo esto, sir Toby? -preguntó el juez Fairborough, con la vista fija en el abogado defensor.

– Sospecho que estamos a punto de descubrirlo, Su Señoría -dijo sir Toby, al tiempo que se volvía hacia el jurado, cuyos ojos estaban ahora clavados en el testigo experto-. Profesor Bamford, haga el favor de informar al tribunal sobre los detalles de este caso particular.

– En ese caso, la reina contra Reynolds -dijo Harry-, el señor Reynolds cumplió once años de su sentencia antes de que surgieran nuevas pruebas, y demostraran que no había podido cometer el crimen. Más tarde, fue absuelto.

– Espero que perdonará mi siguiente pregunta, profesor Bamford, pero la reputación de una mujer, para no hablar de su libertad, se halla en juego en esta sala. -Hizo una pausa y miró con semblante serio a su viejo amigo-. En este caso en particular, ¿prestó testimonio por la parte acusadora?

– Sí, sir Toby.

– ¿Como testigo experto de la Corona?

Harry asintió.

– Sí, sir Toby.

– ¿Y un hombre inocente fue condenado por un crimen que no había cometido, y terminó cumpliendo once años de cárcel?

Harry asintió de nuevo.

– Sí, sir Toby.

– ¿Sin «peros» en este caso concreto? -preguntó sir Toby.

Esperó una respuesta, pero Harry no habló. Sabía que había perdido toda credibilidad como testigo experto en aquel caso particular.

– Una última pregunta, profesor Bamford: en los otros dos casos, para ser justo, ¿los veredictos de los jurados apoyaron su interpretación de las pruebas?

– Sí, sir Toby.

– Recordará, profesor Bamford, que el fiscal ha hecho gran hincapié en el hecho de que, en el pasado, su testimonio ha sido crucial en casos como este; de hecho, para citar textualmente al señor Lennox, «el factor decisivo en demostrar las tesis de la acusación». No obstante, hemos averiguado que en los tres casos en los cuales fue encontrada una pistola en la mano de la víctima, usted alcanza un porcentaje de error del treinta y tres por ciento como testigo experto.

Harry no hizo ningún comentario, como ya esperaba sir Toby.

– Y como resultado, un hombre inocente pasó once años en la cárcel. -Sir Toby devolvió su atención al jurado-. Profesor Bamford -dijo con voz serena-, esperemos que una mujer inocente no vaya a pasar el resto de su vida en prisión por culpa de la opinión de un «testigo experto» que se equivoca el treinta y tres por ciento de las veces.

вернуться

[2] Un caso muy famoso de la era victoriana. El doctor Crippen asesinó y despedazó a su esposa. (N. del T.)