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«Y de muerte», quiso añadir Henry, pero se limitó a decir:

– Quiero que conviertas toda la cantidad en libras.

– Debo advertirte en contra de esa idea -dijo Bill-. La kora se ha fortalecido más durante la pasada hora. En cualquier caso, tal decisión debería ser autorizada por el Alto Comisionado.

– El Alto Comisionado se encuentra en Dorset, pasando sus vacaciones anuales. En su ausencia, soy el diplomático de mayor rango, al mando de la misión.

– Es posible -repuso Bill-, pero de todos modos he de hacer un completo informe para que el Alto Comisionado lo estudie a su regreso.

– No esperaría menos de ti, Bill -dijo Henry.

– ¿Estás seguro de lo que haces, Henry?

– Sé muy bien lo que hago -fue la respuesta inmediata-. Y ahora que lo dices, también quiero que las koras depositadas en el Fondo de Contingencia sean convertidas en libras.

– No estoy seguro… -empezó Bill.

– Señor Paterson, no debo recordarle que hay otros bancos en St. George, que durante años han manifestado su interés por agenciarse la cuenta del gobierno británico.

– Cumpliré sus órdenes al pie de la letra, primer secretario -replicó el director del banco-, pero desearía que constara en acta mi desacuerdo.

– Aun así, deseo que esta transacción sea llevada a cabo antes del cierre del banco -dijo Henry-. ¿Me he expresado con claridad?

– Perfectamente -dijo Bill.

Henry tardó cuatro horas más en llegar a la capital. Como todas las calles de St. George estaban vacías, supuso que la noticia de la muerte del presidente ya habría sido anunciada, y que se había impuesto el toque de queda. Le detuvieron en varios controles (agradeció el hecho de que la bandera británica ondeara en el capó) y le ordenaron que volviera a casa de inmediato. Lo cual significaba que no tendría que pasar por la tómbola de la señora Davidson para recoger el cheque de doscientas koras.

En cuanto Henry llegó a casa, encendió la televisión, y vio que el presidente Narango, vestido de uniforme, se dirigía a su pueblo.

– Tengan la seguridad, amigos míos -estaba diciendo-, de que no hay nada que temer. Es mi intención levantar el toque de queda lo antes posible. Pero hasta entonces, no salgan a las calles, pues el ejército ha recibido órdenes de tirar a matar.

Henry abrió una lata de judías estofadas y no salió de casa en todo el fin de semana. Lamentó faltar al cumpleaños de Bill, pero creyó que, en conjunto, era lo mejor.

Su Alteza Real la princesa Margarita inauguró la nueva piscina de St. George en su viaje de regreso de los Juegos de la Commonwealth, celebrados en Kuala Lumpur. En su discurso desde el borde de la piscina, dijo que estaba impresionada por el altísimo trampolín y por las modernas casetas.

Destacó el trabajo del Rotary Club y les felicitó por el liderazgo que habían demostrado durante toda la campaña, en particular el presidente, el señor Bill Paterson, que había recibido la Orden del Imperio Británico por sus servicios, con motivo del cumpleaños de la reina.

Por desgracia, Henry Pascoe no estuvo presente en la ceremonia, pues había ocupado recientemente su puesto de Alto Comisionado en las Ascensión, un grupo de islas que no están de paso a ningún sitio.

LA MUJER RECLINADA

– Tal vez se preguntarán por qué esta estatua lleva el número «13» -dijo el conservador, y una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro.

Yo me encontraba detrás del grupo y supuse que nos iban a endilgar una conferencia sobre bocetos preliminares de artistas.

– Henry Moore -continuó el conservador, con una voz que no dejaba lugar a dudas sobre su convencimiento de que se estaba dirigiendo a un puñado de turistas ignorantes, capaces de confundir cubismo con terrones de azúcar, y que no tenían otra cosa mejor que hacer en un día de fiesta que visitar un local del National Trust [9]-ejecutaba sus obras, por lo general, en copias de doce. Para ser justo con ese gran hombre, murió antes de dar la aprobación al único vaciado de un decimotercer ejemplar de una de sus obras maestras.

Miré el inmenso bronce de una mujer desnuda que dominaba la entrada de Huxley Hall. La magnífica figura curvilínea, con la marca de fábrica del agujero en mitad de su estómago, la cabeza apoyada en una mano, contemplaba impertérrita a un millón de visitantes al año. Para citar el catálogo, era un Henry Moore clásico, 1952.

Continué admirando a la dama inescrutable, con el deseo de acercarme y tocarla, una segura señal de que el artista había conseguido su propósito.

– Huxley Hall -continuó el conservador- ha sido administrado por el National Trust durante los últimos veinte años. Esta escultura, La mujer reclinada, es considerada por los especialistas uno de los más perfectos ejemplos de la obra de Moore, ejecutada cuando estaba en la plenitud de sus facultades. La sexta copia de esta escultura fue adquirida por el quinto duque, un hombre de Yorkshire, como Moore, por la principesca suma de mil libras. Cuando el edificio pasó al sexto duque, descubrió que no podía asegurar la obra maestra, porque no podía permitirse el lujo de pagar la prima.

»El séptimo duque se encontró en una situación todavía peor: ni siquiera podía permitirse el mantenimiento del edificio, ni de los terrenos que lo rodeaban. Poco antes de su fallecimiento, evitó legar al octavo duque la carga de los impuestos de herencia cediendo el edificio, su contenido y las quinientas hectáreas de terreno al National Trust. Los franceses nunca han entendido que, para eliminar la aristocracia, los impuestos de herencia son mucho más eficaces que la revolución.

El conservador rió de su bon mot, y una o dos personas que se hallaban delante del grupo le corearon cortésmente.

– Bien, volvamos al misterio de la decimotercera copia -continuó el conservador, al tiempo que apoyaba la mano sobre el amplio trasero de La mujer reclinada-. Antes, debo explicar uno de los problemas que el National Trust afronta cada vez que asume la propiedad de una casa ajena. El Trust es una empresa de beneficencia registrada. En la actualidad, posee y administra más de doscientos cincuenta edificios y jardines históricos en las islas británicas, además de trescientas mil hectáreas de tierra y ochocientos cincuenta kilómetros de línea costera. Cada propiedad ha de cumplir el criterio de ser «de interés histórico o belleza natural». Al asumir la responsabilidad de mantener las propiedades, también aseguramos y protegemos su estructura y contenidos sin arruinar al Trust. En el caso de Huxley Hall, hemos instalado los sistemas de seguridad más avanzados disponibles, y contratado guardias que trabajan día y noche. Aun así, es imposible proteger todos nuestros cuantiosos tesoros las veinticuatro horas del día, todos los días del año.

»Cuando se denuncia un robo, informamos a la policía de inmediato, por supuesto. En nueve ocasiones de cada diez, el objeto es devuelto al cabo de pocos días.

El conservador hizo una pausa, convencido de que alguien preguntaría el motivo.

– ¿Por qué? -preguntó una mujer norteamericana, vestida con unos bermudas a cuadros, que estaba delante del grupo.

– Una buena pregunta, señora -dijo el conservador con aire condescendiente-. La razón es que a la mayo ría de los delincuentes de poca monta les resulta imposible desprenderse de un botín tan valioso, a menos que haya sido robado por encargo.

– ¿Robado por encargo? -preguntó la misma norteamericana al instante.

– Sí, señora -dijo el conservador, muy contento de poder explayarse-. Hay bandas de delincuentes que operan en todo el mundo, y se dedican a robar obras maestras para clientes que se refocilan en el hecho de que nadie pueda volver a verlas jamás, mientras puedan disfrutar de ellas en privado.

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[9] Patrimonio Nacional de Inglaterra (N. del T.)