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Junto a la peluquería, y frente al Consejo del pueblo, se ha instalado una gran pista de hormigón, que en el pueblo se llama plaza de la fiesta mayor. Sobre esa pista de hormigón bailan las parejas durante la fiesta mayor.

Desde que el pueblo se ha ido reduciendo debido a que la gente emigra, como mínimo, a la ciudad, las fiestas mayores son cada vez más grandes y los trajes regionales cada vez más solemnes, al punto de que los periódicos no pueden por menos de describir pormenorizadamente la fiesta mayor de cada pueblo, que en los periódicos se llama, si no localidad, al menos sí municipio. Como la fiesta mayor de cada pueblo se celebra en un domingo distinto, todas las parejas de un pueblo van, antes o después de su propia fiesta mayor -que en el pueblo se llama verbena-, a la fiesta mayor del pueblo vecino, lo que en el pueblo se llama hacer tercio. Pero como en el Banato todos los pueblos son pueblos vecinos, en todas las fiestas mayores participan las mismas parejas, los mismos espectadores y la misma banda de música. La juventud de todo el Banato acaba conociéndose gracias a esas fiestas mayores, y a veces hasta se llega al matrimonio entre gente de pueblos distintos, siempre que los padres se dejen convencer de que los novios, pese a no ser del mismo pueblo, son, no obstante, alemanes.

Junto a la peluquería queda la cooperativa de consumo, que en el pueblo se llama tienda y, en una superficie de cinco metros cuadrados, ofrece ollas, pañuelos de cabeza, mermelada, sal, barragán, pantuflas y una pila de libros de los primeros años sesenta. La vendedora es diabética y, sin duda, del pueblo vecino, porque allí hay una pastelería y existe el nombre Franziska.

En nuestro pueblo las mujeres se llaman Magdalena -Leni para los lugareños- o Theresia, es decir, Resi. Los hombres de nuestro pueblo se llaman Matthias -Matz para los lugareños- o Johann, es decir, Hans. Los apellidos de nuestro pueblo son nombres de oficios -Schuster, Schneider, Wagner- y de animales: Wolf, Bar, Fuchs [1]. Aparte de estos apellidos hay en nuestro pueblo otros dos -Schauder y Stumper- que nadie sabe de dónde proceden. Algunos de los denominados lingüistas del Banato han demostrado en sus investigaciones -llamadas investigaciones lingüísticas-, que estos apellidos surgieron de la deformación de otros apellidos. Pero en el pueblo hay también sobrenombres, o como les llaman aquí, apodos: «pastel en bote» y «cenaaoscuras», por ejemplo.

Junto a la cooperativa de consumo está la Casa de la cultura. Cuando llueve, la fiesta mayor se celebra en su interior; y los matrimonios se celebran en la Casa de la cultura llueva, truene o haga buen tiempo. La Casa de la cultura también tiene cuatro escalones, una sólida puerta de madera ciega con rejilla, un portón de entrada con arcos, unas ventanitas oscuras con persianas marrones, y sabandijas en el desván. En un pequeño espacio oscuro donde antes estaba el proyector de películas se ha instalado ahora -desde que ya nadie va al cine y, en cambio, los matrimonios son cada vez más frecuentes-una gran cocina, que en el pueblo se llama cocina económica, con una enorme caldera incorporada. Desde que sustituyeron el antiguo entarimado por un parqué, hasta los invitados más viejos bailan de nuevo polka, y ya no valses o foxtrot, en los matrimonios.

Junto a la Casa de la cultura está el correo. El correo tiene dos empleados: el cartero, que en el pueblo se llama estafetero, y la telefonista, que en el pueblo se llama cartera y es la mujer del cartero. Como muy raras veces tiene que ocuparse del teléfono, la cartera sella la correspondencia que llega, y, por la tarde, cuando se ha vaciado el buzón, también la que sale. La cartera conoce todas las cartas por dentro y por fuera y está al tanto de los pensamientos más secretos de la gente del pueblo.

Junto al correo queda el puesto de policía. El oficial, que en el pueblo se llama «el azul», entra de vez en cuando en un pequeño espacio -que en el pueblo se llama despacho y en el que hay un escritorio vacío y una silla-, se dirige a la ventana, la abre y ventila el cuarto hasta que acaba de fumar su cigarrillo extranjero. Luego la cierra, cuelga de nuevo el candado en la puerta y se encamina al correo. Allí se pasa horas charlando con la cartera detrás del pupitre.

El pueblo tiene tres callejas laterales, más conocidas como las callejas de atrás, pues una queda detrás de la escuela y termina en la Cooperativa de producción agrícola (cpa), la segunda está detrás de la Cooperativa de consumo y termina en la Granja estatal, y la tercera queda detrás del correo y termina frente al cementerio.

Las callejas laterales son hileras de casas. Las casas de esas hileras están todas pintadas de color rosado y tienen el mismo zócalo verde y las mismas persianas marrones. Sólo se diferencian entre sí por la numeración. Muy temprano, cuando aún está clareando, se oye en las callejas laterales el cacareo de las gallinas y los graznidos y silbidos de los gansos. Cuando ya es de día fuera, día claro y con sol, como se dice en el pueblo, el cacareo y los graznidos y silbidos son dominados por las voces de las mujeres, que en el pueblo se llaman amas de casa y conversan por sobre vallas y huertos, lo que en el pueblo se llama cotillear. Los huertos están siempre bien es cardados y desyerbados, o, como se dice en el pueblo, bien cuidados.

Las casas del pueblo son limpias. Las amas de casa limpian, friegan, barren y cepillan el día entero, lo que en el pueblo se llama ser casero y económico. Los sábados cuelgan en las vallas sus alfombras persas, que en el pueblo se llaman las persas y son del tamaño de medio patio. Allí son batidas, cepilladas y peinadas antes de volver al cuarto de estar, que en el pueblo se llama recibimiento. En el recibimiento hay muebles barnizados y oscuros de madera de cerezo o tilo, chapados de nogal o palo de rosa.

Sobre los muebles hay chucherías que en el pueblo se llaman bibelots y representan animales muy diversos, desde escarabajos y mariposas hasta caballos. Muy apreciados son los leones, las jirafas, los elefantes y los osos polares, animales que no existen en la región del Banato -que en los periódicos se llama provincia del Banato, y en el pueblo, el interior del país-, pero que viven en otros países, o, como dicen los lugareños: en el extranjero.

El hombre más viejo del pueblo sueña hace años con ir al extranjero, que en el pueblo se llama occidente, a visitar a un viejo amigo de su época de prisionero de guerra, y poder ver allí un león de verdad.

En las ventanas cuelgan cortinas de nilón blancas que en el pueblo se llaman cortinas de encaje. Muchas amas de casa se hacen traer esas cortinas de encaje por parientes que viven en el extranjero, y compensan el hermoso regalo con algunos kilos de salchicha hecha en casa, o con una pierna de jamón ahumado. Las cortinas ya lo valen, dicen, pues como los cuartos no están habitados, o, según dicen en el pueblo, están bien cuidados, les quedan para sus hijos y sus nietos, que en el pueblo se llaman los hijos de los hijos.

Las casas tienen un patio dividido en dos partes, que en el pueblo se llaman patio de entrada y patio interior. En el patio de entrada, bajo los altísimos emparrados de uvas y entre los rosales podados, acechan los llamativos enanos de jardín y las grandes ranas verdes, que en el pueblo se llaman ranas de jardín. En el patio interior están las aves de corral y los oscuros y humeantes chamizos en los que se cocina, se come, se lava, se plancha y se duerme, y que en el pueblo reciben el nombre de cocina de verano. Según los menús que hayan previsto para su semana, la gente del pueblo la divide en días de carne y días de harina. Todos comen con grasa, sal y pimienta. Pero cuando el médico rural les prohíbe la grasa, la sal y la pimienta, comen sin grasa, sal ni pimienta, y dicen, mientras comen, que la salud está por encima de todo y que la vida pierde su encanto cuando no se puede comer de todo, y añaden: «El buen yantar, las penas hace olvidar».

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[1] Los apellidos mencionados significan, por orden de aparición: zapatero, sastre, carretero, lobo, oso y zorro. (N. del T.)