Empezó a dar brincos mientras vitoreaba a su hermano, y con sus botes le provocó una dolorosa reacción a Jake. Maldiciendo en voz baja, se dio la vuelta y la tiró al suelo, agarró un puñado de nieve y se lo restregó contra el rostro.
– No sabes perder -gritó ella, forcejando con él. Consiguió derribarlo de espaldas y le sujetó los brazos a ambos lados de la cabeza.
– Bésame -murmuró él.
Caley frunció el ceño.
– Aquí no. Nos verán todos.
Jake le apartó la nieve del cabello.
– ¿Dónde? ¿Cuándo?
– Más tarde -dijo ella-. Después de cenar.
– Reúnete conmigo en el cobertizo.
Caley sacudió la cabeza, se puso en pie y echó a correr hacia sus compañeros. Se dio la vuelta y lo miró con una sonrisa burlona.
– Vais a perder… -tarareó-. A perder… a perder…
Ejecutó una pequeña danza, meneando el trasero. Jake no pudo evitar reírse. Dios… era increíblemente sexy. Mientras veía cómo se alejaba, pensó cómo sería pasar una noche con ella. Tener todo el tiempo del mundo para seducirla. Para desnudarla lentamente y hacerla gemir de placer con sus caricias. Caley había sido la protagonista de sus fantasías adolescentes. Pero aquellos juegos juveniles no podían ni compararse a las cosas que se imaginaba ahora.
– ¡Jake!
Levantó la mirada y vio a Brett.
– Concéntrate en el partido -gritó su hermano.
Estuvieron jugando durante una hora, y al final el trofeo fue a parar a los Lambert, gracias al touchdown que Marianne, la mujer de Evan, consiguió en el último minuto.
De regreso a casa, Jake se quedó atrás deliberadamente, manteniendo la vista fija en Caley. ¿Cómo habrían sido las cosas entre ellos si hubiera aceptado su proposición once años atrás? ¿Estarían allí, en aquel mismo lugar, deseándose mutuamente? ¿O se mirarían con vergüenza y remordimiento, en vez de excitación e impaciencia?
Tal vez las cosas hubieran salido tal y como se suponía que debían salir aquel verano. Pero lo que estaba pasando ahora entre ellos aún estaba en manos del destino. Y todo empezaría o terminaría aquella noche, en el cobertizo de las barcas.
Las dos familias se juntaron en el gran salón de los Burton para compartir el chili y el pan de maíz. Después de la cena, Jake y Caley se unieron a Sam y Emma en una partida de Monopoly, pero Caley apenas podía concentrarse, especialmente por la manera con que Jake le rozaba el pie bajo la mesa. Mantuvo la vista en el tablero, intentando controlar su desbocado corazón. Otros hombres la habían tocado de la forma más íntima posible, y ella apenas había reaccionado. Pero Jake sólo necesitaba acariciarle el pie con el suyo para hacerla arder de deseo.
– Park Place -anunció Sam cuando la ficha de Emma cayó en su propiedad-. Vamos a ver… Serán mil doscientos dólares, por favor.
Jake se echó a reír al observar el dinero acumulado por Sam.
– Parece que tienes bastante para comprarte esa motocicleta.
Sam fulminó a su hermano con la mirada, y Emma frunció el ceño al instante.
– ¿Qué motocicleta?
– Sam va a comprarse una motocicleta cuando estéis casados -dijo Jake, barajando sus tarjetas de propiedad-. Nuestra madre no se lo ha permitido hasta ahora, pero cuando sea un hombre casado no podrá impedirle nada, puesto que serás tú quien esté al mando -clavó la mirada en Emma, esperando su respuesta.
A Caley le pareció un extraño giro en la conversación. Le frunció el ceño a Jake, pero él se limitó a sonreír y se puso a contar su dinero.
– No puedes tener una moto -dijo Emma-. Son muy peligrosas. No te lo permitiré.
– Pero, Em, sería muy útil. No podemos permitirnos dos coches. Y la gasolina sería más barata.
– No -rechazó Emma rotundamente-. No voy a permitirlo.
Sam se irguió en la silla como un crío enfurruñado.
– ¿Qué quieres decir con eso? No eres mi madre.
– Sam debería tomar sus propias decisiones -murmuró Jake.
Caley le dio un puntapié bajo la mesa.
– ¡Ay! -exclamó con una mueca de dolor. Sam y Emma lo miraron y él sonrió forzadamente-. Un calambre. Demasiado ejercicio en la nieve -agarró su dinero y se lo tendió a Caley-. Me retiro.
Caley alternó la mirada entre las adustas expresiones de Sam y Emma y la sonrisa de satisfacción de Jake, y supo que había iniciado aquella discusión a propósito.
– Yo también me retiro.
– Jake tiene razón -dijo Sam-. Soy un hombre adulto. Puedo hacer lo que quiera.
– ¿Quién va a pagar esa motocicleta? -preguntó Emma-. Yo no, desde luego. Y si crees que puedes usar el dinero de la boda, estás muy equivocado.
Caley se levantó rápidamente y siguió a Jake a la cocina. Él dejó su vaso en el fregadero y se despidió de sus padres, que estaban jugando a las cartas con los padres de Caley.
– Voy a bajar al cobertizo a ver si puedo encender la calefacción. Vamos a necesitar ese espacio.
– Y yo voy a volver al hotel -dijo Caley-. Tengo que hacer algunas llamadas. Os veré a todos mañana.
A nadie pareció extrañarle que se marcharan los dos al mismo tiempo. Jake la ayudó a ponerse el abrigo y salieron juntos por la puerta principal.
Una vez en el exterior, la agarró de la mano y la llevó hacia el sendero que conducía al lago.
– Jake, tal vez deberíamos… ¿Adónde vamos?
– Al cobertizo. Me vendrá bien un poco de ayuda para encender la calefacción. Puedes sujetar mis herramientas.
Caley se echó a reír y echó a andar junto a él. El frío aire nocturno agudizaba sus sentidos, y sintió cómo le daba un vuelco el corazón al pensar en lo que pasaría cuando estuvieran a solas. Caley nunca se había considerado una mujer apasionada. Siempre había podido controlar sus deseos. Pero con Jake no podía dejar de pensar en el sexo.
Su intención era mantener la compostura, pero toda su resistencia se venía abajo en cuanto él la tocaba. Su lado más racional podía enumerar una larga lista de razones por las que no debía acostarse con Jake, pero el pulso empezó a latirle con fuerza y su cerebro fue incapaz de seguir pensando con coherencia. No podía hacer otra que dejarse llevar y abandonarse a las poderosas sensaciones que la consumían. No se había sentido igual desde aquella noche con Jake en el lago, once años atrás.
Pero ¿de verdad estaba dispuesta a hacer eso? Durante los últimos meses se había sentido vacía por dentro, como si su vida ya no pudiera hacerla feliz. Sería muy fácil llenar aquel vacío con Jake. Y quizá se sintiera mejor por una temporada. Aun así, se resistía a creer que necesitara a un hombre para ser feliz. Seguramente lo único que necesitaba era sexo.
Al menos ahora era lo bastante madura para saber la diferencia entre el deseo y el amor. Aunque sucumbiera a la atracción física, podría seguir manteniendo el control de sus emociones. Jake era la última persona en el mundo de la que se permitiría enamorarse. Era el único hombre que podía romperle el corazón. Y eso lo convertía en un riesgo muy peligroso.
Y sin embargo, no tenía miedo. Al contrario, se sentía completamente libre y liberada. Por fin podía dar rienda suelta a sus deseos y comprobar hasta dónde llegaba su pasión por Jake. Ya no tenía que seguir fingiendo. Él la deseaba y ella lo deseaba, y ninguno de los dos tenía necesidad de negarlo.
La sombra del cobertizo de los Burton se recortaba en la loma, junto a la orilla. La parte baja albergaba el pequeño velero de los Burton y su vieja lancha, pero el piso superior estaba acondicionado para acoger invitados. Era un pequeño apartamento completamente amueblado, provisto de cocina y cuarto de baño. Los postigos estaban cerrados por el invierno, lo que confería a la casa un aspecto frío y hostil.
Jake le sujetó la mano mientras ella subía con cuidado los escalones cubiertos de nieve. Caley miró por encima del hombro y vio las huellas a la luz de la luna.