– Van a saber que hemos venido juntos.
– Sólo te he pedido que me eches una mano -le recordó él-. No hay nada malo en ello…
Caley respiró hondo y apretó los dedos en el bolsillo del abrigo. La idea de recorrerle el cuerpo con las manos, de poder tocarlo y desvestirlo con plena libertad, hacía que la cabeza le diera vueltas. Sabía lo que iba a pasar y no tenía miedo. Lo único que podía sentir era una impaciencia abrumadora.
Jake abrió la puerta y pasó al interior. Caley lo siguió y oyó cómo se cerraba la puerta tras ella. Al instante siguiente sintió las manos de Jake en su cara. Sus labios se encontraron y un segundo más tarde estaban devorándose mutuamente.
– Llevo pensando en ti todo el día -murmuró él contra su boca.
– ¿Qué pensabas? -preguntó ella con la respiración entrecortada.
– En lo que pasaría cuando volviéramos a estar solos.
– Dímelo… ¿Qué imaginabas?
Estaba tan oscuro en el interior del cobertizo que no podían ver nada, pero Caley sentía el calor que emanaba de él, y se estremeció al sentir sus labios en la fría mejilla.
– Imaginaba que estabas frente a mí y que empezabas a desnudarte lentamente. Y luego te tocaba para comprobar si era tan maravilloso como había soñado.
Caley se quitó el abrigo y lo dejó caer al suelo. A continuación, se quitó el jersey por encima de la cabeza y lo arrojó a un lado. Llevaba una camiseta interior que apenas podía protegerla del frío, pero, curiosamente, no se percató de la baja temperatura. El corazón le latía tan rápido que ni siquiera se le puso la piel de gallina.
Jake le acarició el brazo desnudo, agarró su mano y la besó en la palma.
– Espera aquí -murmuró-. La caja de fusibles está en el armario.
Desapareció en la oscuridad y Caley se apoyó de espaldas contra la puerta. Oyó unos ruidos en el otro extremo de la habitación y un momento más tarde se encendió una cerilla. La llama iluminó el interior del cobertizo, proyectando trémulas sombras en las paredes. Jake encendió una linterna y la dejó en la mesita junto a la cama. Se giró hacia Caley y le hizo un gesto para que se acercara.
Caley se frotó los brazos. De repente se sentía invadida por el frío y los nervios. Todo parecía más sencillo en la oscuridad, como si fuera un sueño y los dos cuerpos sólo se sintieran por el tacto. Pero ahora que podía ver la cama y los ojos de Jake, todo le parecía muy real.
– Déjame ver si puedo encender la calefacción -dijo él.
Pasó junto a ella y metió medio cuerpo en el armario. Pulsó un interruptor y se inclinó sobre el radiador.
– Funciona.
Entonces volvió junto a ella, quitándose el abrigo mientras se acercaba. Era el chico que Caley siempre había conocido. Todos sus rasgos seguían siendo los mismos… las oscuras pestañas, las cejas, los penetrantes ojos azules, la nariz recta y los labios sensuales. Pero con los años sus facciones se habían hecho más duras y atractivas, y era imposible apartar la vista de él.
Alargó los brazos y empezó a desabotonarle la camisa, exponiendo su piel desnuda.
– ¿Qué estamos haciendo? -murmuró, presionando los labios contra su pecho.
– No tengo ni idea -respondió él-. Pero no quiero parar.
Él deslizó las manos hacia su espalda y Caley se estremeció por las sensaciones que le provocaba su roce.
– Esto va a ser imposible -dijo, frotando suavemente el rostro contra su cuello.
– ¿Por qué va a ser imposible? -la llevó lentamente hacia la cama-. Tenemos luz, calefacción y una cama muy cómoda. Lo que ocurra aquí sólo será entre tú y yo. Lo prometo.
– Esto podría cambiarlo todo -dijo Caley mientras él la besaba en el cuello.
Jake la agarró por la cintura y los dos cayeron sobre la cama.
– Cuento con ello -dijo.
Caley entrelazó los dedos en sus cabellos y sonrió.
– En realidad, no creo que debamos hacerlo. Tú no estás preparado, y yo no pienso en ti de esa manera.
Él frunció el ceño y se apartó.
– ¿No?
– No tengo esa clase de sentimientos por ti, Jake -murmuró ella con voz profunda, enfatizando la imitación.
Una lenta sonrisa curvó los labios de Jake, quien le había dicho aquellas mismas palabras aquella noche en el lago.
– Te mentí -dijo él-. Créeme, sentía esas cosas por ti.
– ¿En serio? -preguntó ella, aturdida por su confesión.
– Durante mucho tiempo.
– ¿Cuánto tiempo?
– ¿Recuerdas aquel bikini rojo a rayas? Tenías catorce años…
Caley asintió.
– Desde entonces. Recuerdo que te vi con ese bikini en el lago, y luego estuve pensando en ti aquella noche, en tu cuerpo, en tu piel suave, en tus pechos perfectos… Y luego… bueno, ya sabes.
– ¿Luego qué?
– ¿Cómo que qué? ¿Es que tengo que decirlo? Luego me desahogué como hacen los jóvenes de vez en cuando… y como también hacen los hombres adultos -se rió entre dientes-. Desde aquel verano en adelante, estar cerca de ti era una tortura.
Caley sonrió, satisfecha por la información. Al parecer, el enamoramiento había sido recíproco. Y aquello suponía una diferencia. ¿Por qué no cumplir las fantasías de ambos?
– ¿Y en qué más pensabas? -le preguntó, besándolo en el pecho.
Él presionó la boca contra su hombro y la mordisqueó ligeramente.
– Por aquel entonces no tenía mucha experiencia. Técnicamente aún era virgen. Pero me imaginaba cómo estarías desnuda -le subió la camiseta y la besó desde el vientre hasta la parte inferior de los pechos.
Caley se incorporó, sentándose a horcajadas sobre sus caderas, y se quitó la camiseta. Recordaba haber hecho lo mismo once años atrás. Pero entonces había estado tan nerviosa que el corazón casi se le había salido del pecho. Ahora, en cambio, el anhelo de sus caricias parecía lo más natural del mundo.
Jake sonrió y le tomó un pecho en su mano, acariciándole el pezón con el pulgar. Y entonces, de un solo movimiento, se incorporó para abrazarla por la cintura y empezó a besarle el cuello. Descendió por la clavícula hasta los pechos mientras le desabrochaba el sujetador, y finalmente se introdujo el pezón endurecido en la boca.
Ella se arqueó hacia atrás, conteniendo la respiración mientras él la hacía descender. Recordó lo fascinada que había estado siempre con su cuerpo, cómo admiraba sus cambios de verano en verano mientras él se convertía lentamente en un hombre. Y ahora estaba tan desesperada por tocarlo como lo había estado en su juventud. Le desabrochó frenéticamente los botones de la camisa y se la quitó por los hombros hasta que su pecho estuvo completamente desnudo.
Se retiró y lo miró fijamente mientras se quitaba el sujetador. Con los dedos recorrió lentamente la línea de vello que discurría desde la clavícula hasta el vientre. Su cuerpo estaba enteramente formado, con todos sus músculos desarrollados y bien torneados. Un cuerpo que cualquier mujer sabría apreciar.
Caley se inclinó para besarlo en el pecho y le succionó suavemente un pezón. Lo que empezó como una simple curiosidad se había transformado en una sensación deliciosamente íntima. Él soltó un débil gemido y murmuró su nombre, provocándole a Caley un estremecimiento por toda la piel y un nudo en la garganta.
– ¿Tienes frío? -le preguntó él.
– No -mintió ella.
Él se rió por lo bajo, volvió a agarrarla por la cintura y apretó los cuerpos en un cálido abrazo. Se besaron durante un largo rato, entrelazando las manos y las lenguas. Era todo lo que ella siempre había pensado, y aún más. No era sólo sexo. Era… confianza.
– Pasa la noche conmigo -le pidió él, presionando la frente contra la suya.
– Aquí no.
– ¿Dónde?
– En el hotel. Allí tendremos más intimidad.
– ¿Y qué pasa con Emma?
– Su habitación está en el segundo piso, y la mía está en el tercero. Hay una escalera trasera. Nadie te verá entrar.