– No servirá de nada -dijo él, metiéndose las manos en los bolsillos para no tocarla. ¿Cómo había conseguido resistirse la noche de su decimoctavo cumpleaños?-. Harán falta dos o tres hombres para sacar el coche de la nieve. Puedo ir a casa y volver con una cadena, o avisar a Teddy y a mis hermanos para espalar y empujar.
– Mi héroe -dijo Caley con una sonrisa burlona.
La sonrisa de Jake se esfumó. Apenas había pegado ojo y estaba cansado de aquel juego que se traían entre manos. ¿Por qué tenía que ser todo un desafío?
– ¿Tu héroe? Después de lo de anoche creía que ya no te gustaba.
Caley se encogió de hombros.
– Claro que me gustas. Eso no va a cambiar.
– No debería haber dicho esas cosas de tu hermana.
Ella suspiró y le tocó el brazo, como si quisiera asegurarse a sí misma que no había ningún problema entre ellos.
– Estoy tan preocupada como tú. Hoy voy a comer con mi hermana. Tenía la esperanza de hacerla reflexionar.
– ¿Sabes que aún no se han acostado?
Caley parpadeó con asombro.
– ¿Ah, no? ¿Los dos son vírgenes?
– No. Los dos han tenido sexo, pero no entre ellos. Lo están reservando para el matrimonio.
– Eso lo cambia todo -dijo Caley con ojos muy abiertos-. Quiero decir… Me parece una actitud encomiable, pero aun así me preocupa. El sexo es una parte fundamental en una relación. ¿Y si descubren que no son compatibles en la cama?
– Exacto -afirmó Jake-. Quizá tengamos que intervenir. Hablaremos con ellos y nos cercioraremos de que los dos saben dónde se están metiendo.
– Pero no tenemos ninguna autoridad moral en ese tema -dijo Caley-. Ninguno de nosotros ha estado casado. ¿Por qué habrían de escucharnos?
– Y tampoco hemos tenido sexo -añadió Jake-. Al menos, no entre nosotros.
– Bueno, pero tenemos más años y experiencia que ellos. Eso debería importar algo.
Jake lo pensó por un momento.
– Hemos crecido en el mismo ambiente que nuestros hermanos. Si el sexo fuera genial entre tú y yo, ¿no crees que también lo sería entre Sam y Emma?
– ¿Estas insinuando que nos acostemos y nos valgamos de la experiencia para impedir la boda? ¿Y si el sexo no fuera tan genial como dices?
– Oh, lo sería -le aseguró Jake-. Lo sé.
– ¿Cómo puedes saberlo?
– Por la forma en que me tocas. Y por la forma en que reaccionas a mi tacto. Sería genial. Tal vez Emma y Sam sientan lo mismo y por eso han decidido esperar.
Le puso una mano en la mejilla y le acarició el labio con el pulgar. Ella cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, esperando el beso. Pero él se contuvo, aunque sólo fuera para demostrar lo evidente. Sólo tenía que tocarla para hacerla arder de deseo. Se inclinó hacia ella y la besó ligeramente en los labios.
– ¿Ves? -murmuró-. Basta con un beso para que te derritas.
Caley sonrió y lo miró a los ojos. Bajó la mano hasta su cintura y frotó los nudillos contra la cremallera de los vaqueros.
– ¿Y qué me dices de ti? Sólo tengo que tocarte para…
Jake gimió.
– Desde anoche sólo puedo pensar en acostarme contigo. Si supiera que tengo que esperar otro día para volver a tocarte, haría un agujero en el hielo y me tiraría de cabeza al lago.
– No hagas eso -dijo ella en tono jocoso-. El agua está tan fría que el miembro se te encogería a límites drásticos.
La carcajada de Jake resonó en los árboles.
– ¿Le hablas así a los demás hombres de tu vida?
– Ahora mismo, tú eres el único hombre de mi vida. Y es muy fácil hablar contigo -hizo una pausa-. Eres mi amigo más antiguo, Jake. A ti puedo decírtelo todo… Supongo que no me había dado cuenta hasta ahora. No nos hemos visto en once años, y parece que nada haya cambiado. Y sin embargo, todo ha cambiado.
– Lo sé -dijo él-. Pero no todo ha cambiado a peor -volvió a besarla-. ¿Qué pasó anoche?
– No pude pegar ojo -admitió ella, apoyándose contra el capó del coche.
– Yo tampoco. Empiezo a pensar que nos iría mucho mejor si nos acostáramos -le puso las manos en la cintura y la miró fijamente a los ojos-. Sabes que no puedes vivir sin mí…
– Sé que no puedo sacar mi coche de la nieve sin ti -replicó ella.
Él dio un paso atrás y volvió a examinar la situación. Pero en ese momento apareció un coche de policía, que se detuvo al otro lado de la carretera. Un agente salió del vehículo y se dirigió hacia ellos.
– Me pareció que eras tú -dijo-. ¿Qué pasa, Caley?
– Hola, Jeff -lo saludó Caley con un gesto amistoso.
– Si me dices que has tenido un accidente mientras hablabas por el móvil, sabes que tendré que arrestarte.
– No estoy acostumbrada a conducir en estas condiciones. Patiné en la curva y acabé en el banco de nieve.
– Tengo una cadena en el coche. Servirá para sacar tu vehículo.
Jake vio cómo Caley le dedicaba una sonrisa encantadora al agente.
– ¿De verdad? Eso sería fantástico.
– Mi trabajo es servir al ciudadano -repuso él con una sonrisa torcida. Miró a Jake y asintió-. Puedes irte, amigo. Yo ayudaré a la señorita.
Caley se volvió hacia Jake.
– Eso nos hará ganar tiempo. Hemos tenido mucha suerte de que aparezca, ¿verdad?
Jake sintió una punzada de celos. Su reacción lo sorprendió. Recordaba haber sentido lo mismo cuando eran jóvenes y ella se fijaba en otros chicos. Pero había creído que aquella emoción estaba superada.
– ¿Os conocéis?
– Es Jeff Winslow. ¿No te acuerdas? Trabajaba en el puerto deportivo y vivía en el pueblo. Ahora es el jefe de policía.
– ¿Ése es Jeff Winslow? -de joven, Winslow se consideraba a sí mismo como el casanova del instituto. Las chicas caían rendidas a sus pies, y, según se rumoreaba, él las iba escogiendo, seduciendo y olvidándose de ellas para seguir con nuevas conquistas. Los chicos bromeaban diciéndole que tendría que buscarse un segundo trabajo para poder pagar todos los preservativos que usaba.
– Sí, lo recuerdo.
– Me detuvo la noche en que llegué al pueblo. Estaba hablando por mi móvil, pero me dejó marchar con una advertencia.
– No puedes salir con él -dijo Jake.
Caley ahogó un gemido.
– No me ha pedido que salga con él.
– Pero lo hará. Lo sé por la expresión de sus ojos. No puedes salir con él. Juega con las mujeres a su antojo.
– Siempre me decías con quién podía y no podía salir, y normalmente te hacía caso. Pero ahora soy una mujer adulta y puedo ocuparme de mí misma.
– Eso lo dices porque eres demasiado ingenua para saber lo que los hombres quieren realmente.
– No me extraña que llegara virgen a la universidad. Estaba empezando a desarrollar un complejo… Pero ahora sé exactamente lo que quieres. He aprendido unas cuantas cosas -sacudió la cabeza-. Primero intentas llevarme a la cama, y un segundo después te comportas como mi hermano mayor. ¿Cómo no voy a estar confundida?
– No quiero ser tu hermano mayor -dijo Jake.
– Entonces deja de decirme lo que tengo que hacer.
Dios, qué testaruda podía llegar a ser… ¿Sería así con todos los hombres o sólo con él?
– Bien, entonces no me necesitas ni a mí ni mis consejos. El agente Jeff puede ocuparse de tus necesidades… automovilísticas y de cualquier otro tipo.
– ¿Qué es esto? -preguntó Caley, mirándolo fijamente-. ¿Estás celoso?
La acusación le dolió, especialmente porque era cierta. Volvió a la carretera y Caley lo siguió, pero tropezó con el montón de nieve que los quitanieves habían acumulado. Jake la agarró por la cintura para ayudarla a salir y le quitó la nieve de los pantalones.
– Tengo que ir a probarme el esmoquin. Te veré después. Que tengas suerte con Emma.
– Jake, no…
– Te veré después -repitió él. Se subió a su coche y se alejó en dirección al pueblo. Había momentos en los que se preguntaba qué le resultaba tan fascinante en Caley Lambert. Parecía que se esforzaba expresamente por sacarlo de sus casillas. Si por un instante sospechaba que él le estaba dando órdenes, se plantaba en su sitio y se negaba a moverse.