– ¿Qué tal le queda? -preguntó el dependiente al otro lado de la puerta.
– Muy bien -respondió Jake, con los ojos cerrados y el rostro contraído en una mueca de placer. No se refería sólo a la ropa. La mano de Caley en su sexo endurecido, las suyas en su trasero… Todo encajaba a la perfección.
– ¿Puedo verlo?
– ¡No! -exclamaron los dos al mismo tiempo.
Jake la miró a los ojos, nublados por la pasión, y sonrió.
– ¿Para esto has venido? ¿Para atormentarme?
– He… he venido a hablar de Emma -admitió ella, y retiró la mano dubitativamente.
– No -susurró él-. Tócame -la besó ligeramente en los labios-. Siento haberme comportado como un cretino ayer. Me pasé de la raya. ¿Podrás perdonarme?
– ¿Por qué?
– Por lo que dije. Por cómo actué. Por ser un idiota y dejarte sola con Winslow -gimió con más fuerza-. Si sigues haciendo eso, habrá consecuencias muy embarazosas…
– Lo siento -dijo ella-. ¿Quizá deberíamos continuar más tarde?
– Creo que será lo mejor. No sé si quiero que nuestra primera vez sea en un probador -bajó la mirada-. Esto va a afectar las medidas de mis pantalones.
Caley se rió. Presentía que el sexo con Jake iba a ser una experiencia única. Nunca se había divertido mucho en la cama, y sus expectativas casi nunca se habían cumplido. Pero ahora sentía curiosidad, y estaba impaciente por averiguar cómo sería con Jake.
– ¿Debería irme?
– No, dame unos minutos. Tengo que concentrarme en otra cosa.
– En nuestro plan -dijo ella-. Necesitamos un plan. He hablado con Emma y tiene dudas. No creo que esté preparada, pero no será ella quien cancele la boda.
Jake miró a su alrededor.
– La verdad es que este probador tiene su encanto… Es como un lugar público, pero con la intimidad necesaria.
Caley lo golpeó suavemente en el brazo.
– Estamos hablando de Emma y Sam.
– No quiero hablar de ellos. Prefiero hablar de nosotros. ¿Qué vas a hacer esta tarde? Tengo algo que enseñarte.
Caley bajó la mirada y puso los ojos en blanco.
– Sólo piensas en sexo.
– No. Eso no es cierto. Y no es eso lo que quería enseñarte -la agarró por los hombros y la hizo girarse-. Deja que me ocupe de esto antes que nada -abrió la puerta y la echó del probador.
El dependiente estaba esperando con un gesto ceñudo.
– Enseguida saldrá -dijo ella-. Voy a esperar ahí fuera. Tiene usted unas sillas de aspecto muy cómodo -consiguió esbozar una sonrisa, pero la expresión del hombre no se alteró.
Diez minutos después, Jake se reunió con ella. La tomó de la mano y salieron de la tienda.
– Tienes que dejar de provocarme para que haga esas cosas -le recriminó ella.
– Antes eras mucho más atrevida -le recordó él-. ¿Qué te ha pasado?
– He crecido.
– ¿Te atreves a besarme, aquí y ahora? Delante de todo el mundo -miró a ambos lados de la calle desierta y se cruzó de brazos-. Bueno, delante de aquella mujer con el caniche.
– ¿Adónde vamos? Me dijiste que querías enseñarme algo.
– No sé si debería hacerlo -bromeó Jake-. Has perdido tus agallas. No creo que esta Caley esté preparada para lo que tengo pensado.
Ella sonrió, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó apasionadamente. Introdujo la lengua entre sus labios y empleó toda su sensualidad femenina para volver a excitarlo.
– He perdido un poco de práctica, nada más. Lo único arriesgado que hago ahora es sortear taxis cuando cruzo la Quinta Avenida.
Jake la besó otra vez y la llevó hacia su coche. A Caley no le importaba adonde fueran, siempre que fuera un lugar tranquilo y privado donde pudieran continuar lo que habían empezado en el probador.
Capítulo 4
– ¿Adónde vamos?
Jake la miró de reojo y sonrió. Después del incierto comienzo de esa mañana, se preguntaba si Caley y él estaban condenados a revivir continuamente el pasado.
Habían sido muy buenos amigos y juntos habían hecho de todo: pescar, nadar, trepar a los árboles… Pero cuando empezaron a verse como algo más que simples colegas, la relación se fue haciendo cada vez más tensa y difícil, y con frecuencia se enzarzaban en una lucha de voluntades enfrentadas en la que cada uno intentaba dominar al otro.
Caley se había valido de su férrea determinación para triunfar en una profesión extremadamente competitiva. En cambio, él había interiorizado la confianza absoluta que Caley tenía en él y la había empleado para levantar su propio negocio desde cero.
Nunca le había dado las gracias por ser tan buena amiga. Pero tampoco quería hacerlo ahora. Quería que Caley lo viese como algo más que un amigo. Quería volver a aquel lugar y aquel día, justo antes de que las hormonas juveniles hubieran empezado a desatarse. Tal vez entonces podrían moverse en otra dirección.
– Al menos me gustaría saber qué es eso que vas a enseñarme.
– Es una sorpresa -respondió él-. ¿Siempre eres tan impaciente? ¿O acaso odias las sorpresas?
– Las dos cosas.
– Tienes que aprender a relajarte. Ya no estás en la ciudad. Respira hondo y disfruta de este día tan bonito.
El teléfono de Caley empezó a sonar y ella lo sacó del bolso. Pero antes de que pudiera contestar, Jake se lo arrebató de las manos.
– Puedes hablar con ellos más tarde -dijo, echándole un rápido vistazo al identificador de llamada.
– Tengo responsabilidades -protestó ella, recuperando el teléfono-. ¿No tienes móvil? ¿La gente de tu oficina no tiene que hablar contigo?
– No tienen mi número. No quiero que nadie me llame, así que no lo facilito. Cuando me marcho de la oficina, me olvido por completo del trabajo. Cualquier problema que surja en mi ausencia puede esperar, o puede ser resuelto por ellos mismos. No soy tan importante, ni tengo todas las respuestas. ¿Tú sí?
Caley frunció el ceño, como si la pregunta la hubiera sorprendido.
– Pues claro. Así es como se asciende. Teniendo todas las respuestas.
– Quizá deberías confiar un poco más en la gente con la que trabajas. De lo contrario, acabarás volviéndote loca.
Jake sabía por experiencia que era mejor tomarse el trabajo con calma. Cuando abrió su estudio de arquitectura en Chicago se pasó noches y más noches en vela, acosado por la angustia y los temores sobre su futuro profesional. Pero entonces, cuando se convenció de que no iba a quebrar, dejó de preocuparse. No quería ser multimillonario ni aparecer en la portada de las revistas más prestigiosas de arquitectura. No iba a ser el siguiente I.M. Pei. Haría bien su trabajo, tendría una vida decente y sus clientes quedarían satisfechos. Y con eso bastaba.
– Trabajo mejor cuando estoy bajo presión -dijo Caley, abriendo el móvil-. Dame tu número. Quizá tenga que llamarte por alguna emergencia.
– Te lo daré sólo si me prometes usarlo -dijo él.
– ¿Para qué? ¿Para un apaño sexual?
– Tal vez. O cuando hayas bebido más de la cuenta. O cuando te quedes atrapada en un banco de nieve a un lado de la carretera.
Metió la mano en su bolsillo y sacó su móvil para dárselo a Caley.
– Graba tu número en el mío. Quizá sea yo el que tenga que llamarte por alguna emergencia.
Examinó atentamente el lateral de East Shore Road, buscando el desgastado letrero de madera que colgaba de un viejo arce. Havenwoods. Al verlo, giró bruscamente hacia el camino nevado que entraba en el bosque.
– ¿Qué haces? -preguntó Caley-. En el cartel decía que es una propiedad privada. No deberíamos entrar.
– Tranquilízate. El dueño apenas pisa este lugar en invierno. Hace mucho que nadie viene por aquí.
Caley guardó silencio y Jake giró la cabeza para mirarla.
– No pasará nada. Te lo prometo.
Siguieron avanzando entre los árboles y finalmente llegaron a un claro. Una vieja cabaña de troncos dominaba la pendiente que bajaba hasta el lago. Tenía tres chimeneas y estaba rodeada por un porche destartalado con pilares de piedra.