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Jake sacudió la cabeza.

– No, pero he oído hablar del local. Brett y unos amigos de la universidad fueron allí a celebrar su veintiún cumpleaños. ¿Te molesta que esté mirando a mujeres desnudas?

– Claro que no.

– Porque a mí sí me molestaría que estuvieras mirando a hombres desnudos.

– Tal vez debería buscar un club de striptease masculino para ir con Emma. Tiene que haber uno en alguna parte.

– Sólo hay un cuerpo que yo quiera ver desnudo -dijo él-. Y es el tuyo. No tienes de qué preocuparte. Después de lo que hemos hecho, ni cien mujeres desnudas podrían excitarme.

– Buena respuesta -dijo ella. Se tumbó sobre él y lo besó en la boca-. Lo verás más tarde…

– Cuento con ello.

Caley se dirigió hacia la puerta y le dedicó una sonrisa antes de salir. Jake escuchó sus pisadas en los escalones y se levantó de la cama, envolviéndose con el edredón, para mirar a través de la cortina cómo Caley atravesaba el césped nevado hacia la casa de los Lambert.

El cobertizo era un refugio muy agradable y acogedor. La calefacción estaba encendida durante todo el día, la madre de Jake le había dado un edredón nórdico y Brett había abierto la llave de paso para que pudiera usarse el cuarto de baño. Las comodidades eran casi perfectas, y además tenían una intimidad casi total.

Jake volvió a la cama y cerró los ojos. Había hecho el amor con muchas mujeres, y en todas había buscado aquella conexión especial, aquella chispa que le dijera que había encontrado a la mujer adecuada. En las últimas veinticuatro horas se había dado cuenta de que esa conexión existía con Caley. Quizá siempre hubiera existido entre ellos.

Pero ¿qué significaba eso? Vivían en mundos diferentes. Jake quería creer que el amor podía con todo, pero era realista y sabía en qué consistía una relación. Caley había dejado muy claro que su aventura acabaría en cuanto ella volviese a Nueva York, y aunque él estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera en su poder para convencerla, tenía que prepararse para que todo acabara al final de la semana.

Siempre había sabido que sería difícil, pero ahora que se habían convertido en amantes, era imposible. Para ella tampoco sería fácil, desde luego. Su deseo por él era tan fuerte como el suyo, y Jake sentía que con cada beso y caricia el lazo que los unía se iba haciendo más fuerte.

Y si Caley lo abandonaba, si las cosas llegaban a su fin, Jake no creía que ninguna otra mujer pudiera ocupar su lugar. En el fondo de su mente siempre había comparado a todas las mujeres con Caley, pero no había sido consciente de ello hasta ahora. Había conocido a mujeres muy listas, pero Caley lo era aún más. Había conocido a mujeres muy hermosas, pero Caley poseía una belleza única y especial. Jake había crecido deseándola, y sólo a ella. Y ahora que por fin era suya, tenía que enfrentarse al miedo de perderla.

Se echó el brazo sobre los ojos y maldijo en voz baja. En ese momento, llamaron a la puerta y se incorporó de un salto, sorprendido de que Caley hubiera regresado tan rápidamente. Esperó a que ella entrase, pero volvieron a llamar a la puerta. Jake se puso los calzoncillos y fue a abrir, pero no fue Caley a quien se encontró, sino a su hermano Sam.

– ¿Puedo pasar?

– Claro -dijo Jake, apartándose para permitirle el paso-. ¿Qué ocurre? Es tarde.

Sam empezó a dar vueltas por la habitación, con los hombros tensos y una expresión adusta en el rostro. Se sentó en el borde de la cama y se retorció nerviosamente los dedos.

– Hice lo que me dijiste. Esta noche llevé a Emma al hotel y le dije que era el momento de ser honestos el uno con el otro. Le dije que teníamos que acostarnos antes de casarnos.

– ¿Y se negó?

– No -dijo Sam-. Tuvimos sexo -sacudió la cabeza-. Y fue horrible.

Jake frunció el ceño.

– ¿Cómo de malo?

Sam se echó hacia atrás y se cubrió el rostro con las manos.

– Todo lo malo que podía ser. Ella estaba tan excitada como yo… al principio. Yo quería que fuera algo romántico y especial, pero todo lo que hice parecía forzado. Y entonces no, no pude… ya sabes.

– ¿No se te levantó?

– No conseguí mantener la erección -respondió él. Se giró y miró a Jake-. ¿Crees que necesitaré tomar Viagra?

Jake se echó a reír.

– Nunca habías tenido ese problema, ¿verdad?

– ¡No! Nunca. Pero nunca me había acostado con una chica con la que fuera a casarme. ¿Y si es así con Emma? ¿Qué pasará si no puedo… cumplir en la cama?

– A todos los hombres les ocurre de vez en cuando.

– ¿A ti te ha ocurrido alguna vez?

– Bueno… No. Pero yo nunca he soportado la presión que tú estás soportando. Cuando te animé a que tuvieras sexo con ella, no me refería a que tuvieras que hacerlo porque fuese una obligación. No es como cortar el césped o cambiar el aceite del coche. Es mucho más que eso.

– Te refieres a los juegos y los preliminares -dijo Sam-. Ya lo sé. Lo intenté, pero ella quería hacerlo cuanto antes. Al principio pensaba que tendría que convencerla, pero parecía más impaciente que yo. Supongo que Caley le dijo que era muy importante ser sexualmente compatible con tu pareja -hizo una pausa-. Creo que Emma dijo la palabra «crucial». Y entonces empecé a ponerme nervioso.

– Sí, me imagino lo que pasó -dijo Jake, aunque no podía compararlo con su propio caso. El deseo que sentía por Caley ahogaba cualquier pensamiento racional. Cuando estaban juntos, no tenía que preocuparse por que su cuerpo dejara de responder. Simplemente ocurría. Se excitaba por puro instinto y todo acababa con una increíble explosión de placer.

Se sentó junto a su hermano y le dio una palmada en la espalda.

– Esto no significa que siempre vaya a ser así.

– Pero ¿y si lo es? No querría casarme con ella.

– Es sólo algo temporal -le aseguró Jake-. Créeme. La próxima vez todo irá bien.

– No es que no deseara hacerlo -dijo Sam-. Quiero decir… Emma es muy sensual y me excita con sólo besarme. Sabes cómo es eso, ¿verdad?

Jake se mordió el labio y se obligó a sonreír, recordando la tarde que había pasado con Caley.

– Sí, lo sé -murmuró.

– Emma y Caley van a salir juntas mañana por la noche -dijo Sam-. Una noche de chicas. Sé que no tengo que preocuparme por nada. A Emma no le pasará nada si está con Caley. Pero ¿y si empieza a buscar a un hombre que pueda… hacerlo?

– Tal vez deberíamos salir nosotros también -sugirió Jake-. Así podrás despejarte un poco. El novio y el padrino. ¿Qué te parece?

– Sí -respondió Sam-. Ya tengo veintiún años. Puedo entrar en cualquier local.

– Y yo conozco el local adecuado -dijo Jake. Se levantó y agarró los vaqueros del suelo-. Puedes quedarte aquí esta noche. En el armario hay sábanas y mantas para el sofá. Iré a la casa a por algo de beber y luego podremos hablar. Tenemos que organizar esto.

– Gracias. No sé qué haría sin ti. Tal vez algún día, cuando te cases, pueda devolverte el favor.

Jake se puso la camisa y las botas.

– Enseguida vuelvo -dijo mientras se dirigía hacia la puerta-. Tú quédate aquí e intenta relajarte.

Bajó trotando los escalones y sacó el móvil del bolsillo para llamar a Caley, pero le saltó el buzón de voz.

– Hola, soy yo. Escucha, no voy a poder verte esta noche. Sam ha venido al cobertizo después de que tú te marcharas y necesita un poco de compañía. Cosas de hombres… Supongo que te veré mañana -hizo una pausa, tragándose las palabras que quería decir-. Que duermas bien.

«Te quiero». Eso era lo que había querido decir. Pero en el último momento se había censurado a sí mismo, preguntándose si no sería demasiado pronto para decirlo. Aunque las palabras no siempre tenían un significado tan serio, ¿verdad? Quería a Caley, pero esos sentimientos habían cambiado y ahora las palabras adquirían una importancia mucho mayor. Volver a estar con Caley había devuelto a su vida una pieza largamente perdida. Ella le hacía creer que era posible encontrar a una buena amiga y a una amante en la misma persona. Y no era tan descabellado añadir una esposa a esa lista.