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Jake era como una adicción, un anhelo que sólo podía satisfacer por un corto período de tiempo. Ahora se sentía saciada, pero sabía que querría más, y que cada vez buscaría aquella seguridad, aquella certeza de que lo suyo iba a durar.

Él se giró de costado, arrastrándola consigo en sus brazos.

– ¿Podemos quedarnos aquí para siempre? -murmuró.

– Creo que la limpiadora nos descubriría cuando entrase a hacer la cama y pasar la aspiradora -bromeó ella.

Jake se apoyó en el codo.

– Se supone que tienes que decir que sí… O creeré que no te has quedado satisfecha.

– Todo lo contrario -le aseguró ella.

Permanecieron un largo rato abrazados. Caley escuchaba su respiración. Jake no se había dormido y ella se preguntó qué estaría pensando. Pero tenía miedo de preguntárselo. Hasta ahora habían evitado hablar del futuro, pero cada vez era más difícil ignorar la cuestión.

– ¿Qué vamos a hacer con Emma y Sam? -preguntó-. Tenemos que buscar la manera de reconciliarlos.

– Lo sé.

Caley asintió.

– Creo que están sinceramente enamorados el uno del otro. Si no hubiera sido por nosotros, nada de esto habría pasado. Así que tenemos que arreglarlo.

– Está bien -aceptó Jake, acariciándole lentamente el pecho-. ¿Cómo vamos a hacerlo?

– Tenemos que conseguir que se deseen tanto como nos deseamos tú y yo.

– No creo que haya otro hombre en la tierra que desee a una mujer tanto como yo te deseo a ti.

– ¿Seremos una aberración o algo así?

– Así ha de ser entre nosotros -respondió él, sin pensar siquiera en la pregunta.

– ¿Qué haremos cuando esto se acabe?

La pregunta pareció pillar a Jake por sorpresa, y esa vez no tuvo una respuesta tan rápida.

– No lo sé, Caley. No quiero pensar en eso.

– Prométeme una cosa -le pidió ella-. Prométeme que antes de que uno de los dos empiece una vida con otra persona, nos volveremos a encontrar en este mismo lugar… sólo para estar seguros.

– Lo prometo -dijo él-. Podemos venir cada verano y quedarnos en Havenwoods. Nadie sabrá que estamos aquí. Solos tú y yo, siempre que ambos estemos libres.

Caley se acurrucó contra él, apretando la mejilla en su piel. Por ahora era suficiente, pensó. Ya tendría tiempo para averiguar cómo se sentía, y para comprobar si su imperiosa necesidad por Jake se desvanecía con el tiempo y la distancia.

Y, si no fuera así, él estaría esperándola.

Lo había prometido.

Jake se despertó con un sobresalto. Caley volvió a sacudirlo y él giró la cabeza hacia ella.

– ¿Qué pasa? -murmuró, frotándose los ojos.

– Despierta. Son las nueve de la mañana. Nos hemos quedado dormidos.

Jake se dio la vuelta y hundió la cabeza en la almohada.

– Voy a seguir durmiendo. Anoche nos acostamos muy tarde.

– ¿Y que le dirás a tu madre cuando se percate de tu ausencia?

– Le diré que fui a Chicago por la mañana temprano para ver unas cosas en la oficina y que luego me paré a desayunar de camino a casa. Esa excusa nos permite pasar toda la mañana en la cama. Hay dos horas en coche hasta la ciudad, una hora en la oficina y otra para desayunar…

Caley sonrió.

– ¿Y si ven tu coche en el aparcamiento?

– He aparcado en la parte de atrás.

– De acuerdo. Tú ganas -aceptó Caley-. Podemos pasar la mañana en la cama.

Jake sonrió y le dio un beso en cada pecho.

– Estupendo. Sabía que no sería difícil convencerte.

Ella volvió a acurrucarse junto a él, abrazándose a su cintura. Pero enseguida ahogó un gemido de frustración.

– No podemos quedarnos en la cama. Tenemos que arreglar lo de Emma y Sam -apartó las mantas y se puso en pie para buscar su ropa por la habitación. El pelo le caía alborotado alrededor del rostro. Se había acostado con la cabeza mojada y la melena se le había secado en una maraña de rizos y enredos-. Emma dijo que se marcharía esta mañana a Boston. Puede que ya se haya ido. Y Sam se lo habrá contado todo a la familia. Tenemos que ocuparnos de resolverlo antes que nada. Luego nos ocuparemos de nosotros.

Jake cerró los ojos y recordó los sucesos de la noche anterior. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que las noticias se extendieran por las dos familias? Sam estaría durmiendo la resaca, pero cuando se despertara, informaría a todo el mundo de los detalles… incluyendo el papel que Jake y Caley habían jugado en la ruptura.

– ¿Qué sugieres que hagamos? -preguntó, destapándose rápidamente.

– Esperaba que a ti se te ocurriera algo. No tenemos mucho tiempo.

Jake le pasó una mano por el muslo y fue subiendo, preguntándose si podría tentarla un poco.

Caley cerró los ojos y dejó escapar un débil gemido.

– No lo hagas -susurró.

– Tengo que hacerlo -replicó él.

– Tienes que hablar con Sam.

Él introdujo los dedos en humedad.

– Lo haré, en cuanto me haya ocupado de esto…

– Ya tendremos tiempo para esto más tarde -susurró ella-. Te lo prometo.

Jake era consciente de cuánto tiempo les quedaba. Al principio una semana le había parecido una eternidad, pero los días habían ido pasando a una velocidad vertiginosa, hasta obligarlo a aceptar que aquella fantasía tendría un final.

– Más tarde no -dijo-. Ahora -la agarró por la muñeca y tiró de ella para colocársela encima. A continuación, le sujetó las manos a la espalda-. Dime que me deseas -le ordenó, antes de besarla-. Dilo y te soltaré.

– Te deseo -murmuró ella. Se movió sobre él, sintiendo su sexo endurecido entre las piernas-. Te deseo…

Jake le soltó las muñecas, pero ella no se apartó. Le pasó las manos por el pelo y le devolvió el beso, entrelazando la lengua con la suya. Era como si también ella hubiese oído el reloj que contaba el tiempo que les quedaba. Era como si otra vez se acercara el final del verano. El otoño volvía a llevarse a Caley de su lado… Pero esa vez era diferente. Esa vez podía pedirle que se quedara.

Le tomó el rostro entre las manos y la miró fijamente.

– ¿Qué vamos a hacer con esto? -le preguntó-. Dímelo.

Caley agarró su sexo, y un momento después él estaba dentro de ella.

– Podemos hacer lo que queramos -dijo-. Ya no somos crios.

Hicieron el amor lentamente, avivando la pasión con besos suaves y delicadas caricias. Mientras la tocaba, Jake memorizaba la sensación de su cuerpo y el sonido de su voz. Quería recordar todos los detalles cuando ella se hubiera marchado. Y cuando finalmente llegaron al orgasmo, fue como había sido desde el principio… Perfecto.

Ella se acurrucó contra su pecho y él enterró el rostro en sus cabellos para inhalar el olor del champú. Había muchas cosas que quería decirle, pero no podía formar frases coherentes. Quería decirle cuánto significaba para él. Quería prometerle que siempre estarían juntos, pasara lo que pasara. Pero tenía miedo de que aquellas palabras tan prematuras pudieran asustarla y hacerla huir.

– Si Emma y Sam estuvieran haciendo lo mismo que nosotros… -murmuró ella-. No tendríamos que preocuparnos por arreglar nada.

– Tal vez haya una manera de conseguirlo -dijo Jake, jugueteando con un mechón de sus cabellos-. Si tuvieras que planear la seducción perfecta, ¿qué necesitarías?

– Haría falta un lugar donde se pudiera estar completamente a solas, sin ninguna molestia.

– Tenemos ese lugar. Havenwoods. ¿Qué más?

– Champán, golosinas, una chimenea -soltó una risita-. Crema batida, miel, sirope de chocolate…

– Y lencería sexy. ¿Cómo se llaman esas cosas que sujetan las medias?

– Ligueros. A todos los hombres les encantan.

– ¿Hay algún sitio en el pueblo donde puedan comprarse? Y medias de red. Y uno de esos sujetadores de realce. Y un tanga.