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– ¿Estás seguro de que debemos hacerlo? -le preguntó, acariciándole el pelo-. Si el hielo se rompe, encontrarán nuestros cuerpos congelados y en una postura muy comprometedora.

– Al menos sabrán que hemos muerto felices -dijo él, desabotonándole la blusa.

– Y puesto que nos congelaremos juntos, tendrán que enterrarnos juntos.

Jake gimió.

– ¿Quieres añadirle un poco de morbo al asunto?

Un crujido quebró el silencio y Caley dio un respingo.

– ¿Qué ha sido eso?

– El hielo -dijo él-. Siempre esta crujiendo, pero no se romperá.

Caley se incorporó y volvió a abrocharse la blusa.

– Puede que ésta fuera una historia encantadora para contarle a los amigos y vecinos, pero no creo que pueda relajarme lo suficiente para disfrutar aquí y ahora.

– ¿Quieres que volvamos?

– Sí, por favor. Si me sacas del hielo, te prometo que podrás hacer conmigo lo que quieras.

– ¿Y si te pido que hagas un striptease?

Caley lo pensó por un momento, y se dio cuenta de que les quedaban muchas fantasías por explorar.

– De acuerdo, pero tú también tendrás que hacerlo.

Jake se incorporó rápidamente, se arregló la ropa y puso el coche en marcha.

– ¿Quieres ver lo rápido que podemos ir sobre el hielo?

– No, gracias…

Jake pisó el acelerador.

– Lo único que tienes que recordar es que se tarda más tiempo en frenar.

Sacó el vehículo del hielo y en pocos minutos habían llegado a Havenwoods.

– Enseguida vuelvo -dijo él, saliendo del coche.

Volvió enseguida con una sonrisa en el rostro.

– ¿Cómo están? -preguntó Caley.

– Muy bien, hasta donde he podido ver por la ventana. Creo que están durmiendo. He dejado el móvil de Sam en el porche, por si lo necesitan.

Caley asintió y le acarició los pelos de la nuca.

– A veces tengo la sensación de haber vivido muchos años en estos días. Cuando éramos pequeños todo transcurría mucho más despacio. Ahora apenas puedo seguir el ritmo.

– Eso es porque tenemos un tiempo asignado -dijo Jake, mirándola-. Aunque podríamos detener ese reloj… La boda está prevista para el jueves por la noche. Si finalmente se celebra, habremos cumplido con nuestro deber. Podríamos sacar unos billetes de avión y pasar el fin de semana en algún lugar cálido y soleado. O la semana próxima, si puedes librarte del trabajo.

La idea era muy tentadora. Caley tenía previsto volver a Nueva York el viernes por la mañana y dedicar el fin de semana a ponerse al día con el trabajo. Pero ahora era la jefa. Si no podía delegar unas cuantas responsabilidades, ¿qué sentido tenía estar al mando?

– Podríamos hacerlo -dijo, sorprendida por su cambio de actitud.

– ¿México? -sugirió él.

– O el Caribe. Un lugar con mucho sol, playas exóticas, habitaciones de lujo con inmensas bañeras… Y una enorme cama con mosquitera.

Jake le agarró la mano y la besó en la muñeca.

– Suena bien. Y si Sam y Emma no se casan, podríamos aprovechar su viaje de luna de miel…

Caley le echó una mirada severa.

– No digas eso. Quiero creer que acabarán reconciliándose. ¿Tú no?

Jake asintió.

– Claro que sí. Me encargaré de prepararlo todo. Podemos irnos justo después del banquete.

Llegaron al hotel y Jake aparcó detrás del edificio. Ayudó a Caley a bajar del coche y la besó apasionadamente, recorriéndole el cuerpo con las manos a través de la ropa de abrigo.

– Maldito sea el destino por volver a juntarnos en pleno invierno -masculló mientras le subía el jersey y le acariciaba el vientre con sus frías manos-. Demasiada ropa por medio.

Caley se echó a reír y lo apartó de un empujón.

– Estoy segura de que encontraremos un modo de remediarlo -agarró un puñado de nieve y se lo arrojó a la cara-. Quizá deberíamos buscar un lugar turístico donde no se necesite ropa…

– ¿Lo dices en serio?

Ella asintió.

– ¿Por qué no? Me encantaría pasar el día desnuda, en vez de llevar toda esta ropa.

Jake sacudió la cabeza.

– No lo creo.

– ¿Te da vergüenza? No tienes motivos… Estás muy bien dotado.

– ¿Ah, sí? -dijo él, riendo.

– Desde luego. No tengo muchos ejemplos con los que compararte, pero creo que la mayoría de las mujeres te encontrarían más que adecuado.

– Oh, perfecto -murmuró él-. Más que adecuado… Eso sí que me hace sentir bien.

– ¡Mírame! -exclamó ella, señalándose los pechos-. Debería ser yo quien sintiera complejos de inferioridad.

– Tienes los pechos más bonitos de la tierra -dijo él-. No podría imaginármelos más perfectos.

Caley sonrió.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

– Oh, se me ocurren varios problemas. El primero es que, si vas a estar moviéndote desnuda por ahí, yo iría detrás con una erección permanente. No creo que sea el espectáculo más apropiado para un lugar público. Y tampoco creo que un montón de desconocidos deban mirarte como yo. Me gusta ser el único que disfrute con tu imagen.

– A mí también me gusta tu cuerpo -dijo ella-. Y me gustaría presumir ante otras mujeres.

– ¿Qué te parece si prometo exhibirme ante una señora vieja en el aeropuerto? ¿Quedarías satisfecha?

Caley le tendió la mano.

– Supongo que tendrá que bastar con eso. Fuiste tú quien puso mi osadía en tela de juicio, Jake. Pero ya veo que eres todo palabrería…

Jake la levantó y se la echó al hombro.

– ¿Quieres acción? Pues ahora vas a tenerla.

La llevó a cuestas hacia el vestíbulo del hotel, dejando perplejo al recepcionista. Caley se rió como una histérica y lo hizo girarse en el ascensor para poder presionar el botón de la tercera planta.

Si aún no estaba enamorada de Jake, se estaba enamorando a una velocidad vertiginosa. Y en esos momentos no tenía ninguna intención de hacer nada por impedirlo.

Capítulo 7

Jake patinaba en círculos sobre el hielo, moviendo el disco con el palo. Se lanzó al sprint y efectuó un tiro hacia la caja de plástico que usaba como portería. El disco salió disparado por los aires y desapareció en la nieve que se acumulaba al borde de la pista.

Patinó hacia allí para buscar el disco. Cuando finalmente lo encontró, lo arrojó de nuevo al hielo y siguió patinando. Al levantar la mirada, vio a Caley de pie en los escalones que conducían a la orilla del lago. Se detuvo y la observó por unos momentos, respirando profundamente.

Apenas había visto a Caley en todo el día, y cuando había intentado hablar con ella en el hotel, se había mostrado muy angustiada e irritada. Habían planeado una cena temprana y ella había prometido encontrarse con él en el cobertizo de las barcas. Pero, después de esperarla más de tres horas, Jake había acabado comiendo con sus padres y hermanos.

Quizá fuera aquello lo que tenía que ocurrir. Si todo tenía que acabar, mejor que acabase de golpe. Aun así, Jake no estaba dispuesto a asumir la derrota. Aún le quedaban más de dos días. El ensayo era al día siguiente y la boda el día después. Se dio la vuelta y siguió patinando en el hielo, recorriendo el perímetro de la improvisada pista de hockey.

– Siento llegar tarde -gritó ella.

– No pasa nada.

Ella lo vio patinar durante unos minutos.

– Me gustaría explicártelo.

– Si quieres hablar, búscate unos patines y un palo. Ahora mismo estoy jugando al hockey.

– Vamos, Jake. No te enfades. Tenía trabajo que hacer. Ha habido una crisis y necesitaban que atendiera una conferencia. Luego tuve que elaborar un informe y mandarlo a toda prisa. Además, mi jefe tenía que decirme algunas palabras sobre lo que significa ser un socio de John Walters… después de que hubiera estado ignorando las llamadas y los mensajes.