La casa estaba oscura y en silencio. Nadie cerraba la puerta cuando la familia estaba en casa. Caley permaneció de pie en el amplio vestíbulo y respiró hondo para aspirar el olor familiar… agua, hojas, madera barnizada y velas de vainilla que a su madre le gustaba encender para contrarrestar la humedad del aire. Tiempo atrás Caley había conocido cada rincón de aquella casa. Había sido su castillo particular.
Subió lentamente por la escalera y recorrió el pasillo hacia su dormitorio. Pero cuando empujó la puerta vio que la habitación ya estaba ocupada… por los hijos de Evan. Dos en la cama y el más pequeño en una cuna portátil. Cerró con cuidado la puerta y siguió por el pasillo. Seguramente Emma tendría espacio en su cama. Entró en la habitación de su hermana y cerró la puerta tras ella. Dejó la bolsa en el suelo y caminó hacia la cama. Hacía frío, y Emma estaba arropada con un edredón y con la cabeza bajo la almohada.
– Emma… -susurró Caley junto a la cama, quitándose la chaqueta y los zapatos. Emma siempre había tenido el sueño muy profundo.
Caley se sentó en el borde de la cama. Quizá hubiera un sofá vacío por alguna parte, pero estaba demasiado cansada para ponerse a buscar. Dormiría algunas horas y por la mañana iría al hotel.
Se quitó los vaqueros y se metió bajó el edredón, tapándose hasta la barbilla. Cerró los ojos y recordó el último verano que había pasado en la casa del lago. Jake había vuelto a casa por vacaciones después de su segundo año en la universidad, y nada más verlo, Caley había perdido la cabeza por él. Era tan guapo y sexy que no podía vivir sin él.
El verano pasó sin que Caley consiguiera que se fijase en ella. Finalmente, la noche que cumplía dieciocho años, decidió jugárselo el todo por el todo. Sólo quedaban unos días para que empezaran las clases y ella no quería ir a la universidad siendo virgen. De modo que hizo acopio de valor, llevó a Jake al lago, se quitó la camiseta y le pidió que la convirtiera en una mujer.
Ahogó un gemido y se subió el edredón hasta la nariz. Incluso después de tantos años, el recuerdo de su estúpida proposición bastaba para que le ardieran las mejillas. Cerró los ojos y rezó en silencio para que Jake no apareciera en North Lake hasta que ella se hubiera marchado.
Seguramente estaba a muchos kilómetros de allí, pensó. Compartiendo la cama con otra mujer, quizá. Frunció el ceño por la punzada de celos que la traspasó. La pasión que sentía por Jake se había consumido mucho tiempo atrás. No, no podían ser celos… Era algo más parecido a la envidia, por haberse imaginado a Jake feliz y enamorado.
Probablemente tendría todo lo que siempre había deseado en la vida, mientras que ella aún intentaba averiguar qué necesitaba para ser feliz.
Siempre había pensado que tendría las respuestas cuando llegara a los treinta. Pero estaba a punto de cumplir los veintinueve. El tiempo se agotaba.
Tal vez una semana lejos de Nueva York y de la vida que se había construido le diera un poco de perspectiva. Bostezó y se echó un brazo sobre los ojos. Tendría tiempo para pensarlo por la mañana. Ahora necesitaba dormir.
El sonido de un móvil despertó a Jake Burton de un sueño plácido y profundo. Gruñó y se dio cuenta de que la melodía electrónica no correspondía a su móvil. Y entonces sintió la presencia de un cuerpo cálido junto a él.
Al principio pensó que estaba soñando, pero el peso de la pierna sobre sus muslos era completamente real, así como el olor a cítricos de sus cabellos. Intentó mover el brazo y comprobó que ella tenía la cabeza acurrucada contra su hombro.
«Un nombre», se dijo a sí mismo. Estaba en la cama con una mujer de la que no podía recordar su nombre. Había tenido muchas aventuras de una sola noche en su vida, pero últimamente había renunciado a ellas.
El teléfono siguió sonando, hasta que la melodía cesó bruscamente. ¿Dónde se habían conocido? ¿Dónde había estado la noche anterior? Esperó que lo invadieran los síntomas de la resaca, pero estaba seguro de no haber bebido. Pero entonces, ¿por qué no recordaba a aquella mujer?
– Piensa -susurró mientras abría lentamente los ojos. Al principio no supo dónde estaba, pero entonces lo recordó. Estaba en casa de los Lambert. En el dormitorio de Emma. Pero entonces, ¿quién demonios estaba en la cama con él? ¡No podía ser su futura cuñada!
Se apoyó en el codo y miró el reloj. Eran las seis de la mañana. Bajó la mirada a su compañera de cama y con mucho cuidado le apartó el pelo ondulado del rostro.
– Maldita sea… -masculló, retirando la mano. Habían pasado años… once, para ser exactos, pero jamás podría olvidar su hermoso perfil, su nariz pecosa y respingona, su piel perfecta y sus largas pestañas.
Seguía exactamente igual a como él la recordaba, sólo que Caley Lambert ya no era una adolescente desgarbada, sino una mujer adulta. Bajó la mirada a sus labios, suaves, carnosos y ligeramente entreabiertos. Una mujer adulta y muy, muy sexy. Pero ¿qué demonios hacía en su cama?
Reprimió el impulso de tocarle la cara. Dios, cómo recordaba aquellos impulsos… ¿Cuántas veces había sentido el deseo de besar a Caley Lambert? ¿Cien, doscientas? Cuando ella cumplió dieciocho años, Jake necesitó toda su fuerza de voluntad para contenerse, y la única forma de conseguirlo había sido evitándola deliberadamente.
Pero ahora que tenía la oportunidad… ¿por qué no aprovecharla? ¿Por qué no descubrir lo que se había estado perdiendo durante tantos años?
Le apartó un mechón y se inclinó hacia su rostro hasta rozarle los labios con los suyos. Al separarse, ella se removió y abrió los ojos. Se le escapó un débil suspiro y sonrió.
Jake la observó con recelo. Era obvio que buscaba algo, o de lo contrario no se habría metido en la cama con él. Era una actitud bastante descarada, teniendo en cuenta que los padres de Caley estaban durmiendo en el otro extremo del pasillo, pero Caley siempre había sido conocida por su descaro, y parecía que se había vuelto aún más audaz desde la última vez que la vio. Al fin y al cabo vivía en Manhattan… Jake había visto Sexo en Nueva York y sabía cómo eran las mujeres solteras de la Gran Manzana.
– ¿Quieres que vuelva a besarte? -le susurró.
– Umm… -murmuró ella, apoyando la cabeza en su pecho desnudo.
«Umm» podría interpretarse como una respuesta negativa, pero Jake decidió que, combinado con su adormilada sonrisa, sugería lo contrario.
Se estiró junto a ella, entrelazó las manos en sus cabellos y la besó suavemente en los labios. Ella pareció fundirse con él, apretándose contra su cuerpo mientras otro suspiro escapaba de su garganta. En su juventud, besar a Caley se había convertido en una obsesión, y ahora se hacía por fin realidad. Jake estaba fascinado por las sensaciones que recorrían sus venas.
¡Sólo era un beso! Pero era como si todo el deseo contenido desde su juventud hubiera sido liberado de repente. Y ahora podía imaginarse qué podría pasar entre ellos…
Su reacción al beso había sido tan inmediata como intensa. Había pasado mucho tiempo desde que había estado con una mujer. Durante el último año se había sorprendido buscando algo muy difícil de encontrar… una mujer fuerte e independiente que no tuviera miedo de ser ella misma. Estaba harto de aquellas mujeres que se adaptaban a sus gustos en un intento por agradarlo.
Sonrió. Había conocido a Caley desde muy joven, y sabía que era tal y como se mostraba. Seguro que seguía siendo tan cabezota y decidida como había sido de pequeña. Dios, cuánto la había admirado… Era la única chica que se había atrevido a desafiarlo.
La mano de Caley bajó por su espalda, y la palma cálida y suave se deslizó bajo el elástico de sus calzoncillos. Jake contuvo la respiración mientras ella avanzaba con los dedos hacia la cadera. No se había despertado con una erección, pero lo había remediado rápidamente al besarla.