– ¿Te gusta tu trabajo? -le preguntó él, mirándola mientras patinaba hacia atrás. Llegó al borde de la pista y se detuvo, posando ambas manos sobre el palo de hockey.
– Pues claro que me gusta.
– ¿En serio?
– Es un trabajo muy bien pagado. Me gusta el dinero.
– ¿De eso se trata únicamente? ¿De dinero?
– No. Supongo que también extraigo un poco de satisfacción con lo que hago. Me paso casi todo el tiempo arreglando lo que hacen mal mis clientes. Quizá no sea la profesión más noble del mundo, pero se me da bien.
– Quizá deberías probar algo nuevo -sugirió él. Se lanzó de nuevo hacia la portería y consiguió otro tanto. Esa vez, el disco golpeó con fuerza el fondo de la caja y la hizo volcar. Se dio la vuelta y vio a Caley volviendo hacia la casa.
Patinó hasta el otro extremo del estanque, observando su retirada. Sentía un vacío en la garganta y maldijo en voz baja. Quizá todo había sido demasiado perfecto para que durase. Había conseguido convencerse a sí mismo de que había algo especial entre ellos y que estaban hechos para estar juntos. Pero cuanto más presionaba, más hacía que Caley se alejara. Había empezado a pensar que tal vez hubiera otras razones por las que estaba tan impaciente por regresar a Nueva York.
– Al menos no la amo -se dijo a sí mismo-. No como podría haberla amado.
Pero nada más decirlo, supo que no era cierto. Lo que sentía por Caley iba más allá de lo que nunca había sentido por otra mujer, y de lo que podría sentir por ninguna otra. No quería pensar en ellos en términos finitos, en una relación con un comienzo y un final. Caley era la clase de mujer que podía fascinarlo para siempre. La clase de mujer a la que deseaba amar.
Pero si ella pensaba arreglar las cosas con su ex novio, no quedaba mucho por hacer. Respiró hondo, asaltado por un inquietante pensamiento. ¿Sería aquélla la manera que Caley tenía de vengarse? Él la había rechazado años atrás, y ahora ella lo rechazaba. Se adelantaba en el marcador… Siempre compitiendo entre ellos para ser mejor que el otro.
Pero, aunque Caley quisiera equilibrar la balanza, ya lo había hecho de otras muchas maneras. Él se había enamorado perdidamente y no le había ocultado sus sentimientos. Al contrario, había hecho todo lo posible por hacerle ver lo que sentía por ella.
– ¿Vas a hablar conmigo ahora?
Jake se dio la vuelta y vio a Caley en el otro extremo de la pista, usando un palo de hockey para guardar el equilibrio sobre los patines.
– Juega -dijo él.
– No puedo competir contigo.
– Inténtalo.
Se puso otra vez en movimiento y ella se lanzó tras él, lo agarró por la cintura y se aferró con fuerza hasta que ambos cayeron al hielo. Caley se golpeó el hombro con fuerza y gritó de dolor, y Jake se arrodilló rápidamente a su lado.
– ¿Qué demonios estás haciendo?
– Intento hablar contigo. Pero no quieres escuchar.
Jake la ayudó a incorporarse y le frotó con suavidad el hombro.
– Está bien. Habla. ¿Qué quieres de mí? Parecía que las cosas iban bien entre nosotros, pero de repente todo parece haberse torcido.
– ¿Y qué esperabas? -preguntó Caley-. Hasta hace una semana estaba con otro hombre. No sé si estoy preparada para volver a embarcarme en una relación seria, especialmente con alguien que vive al otro lado del país.
– No vivo al otro lado del país -dijo él-. Sólo estamos a tres estados de distancia.
– Muy bien, dime cómo podría funcionar, Jake. ¿Qué haríamos? ¿Pasaríamos juntos los fines de semana? ¿O nos veríamos una vez al mes? ¿Hablaríamos por teléfono todos los días? ¿Saldrías con otras mujeres? ¿Tendría yo libertad para salir con otros hombres?
– No lo sé -admitió él-. Tendríamos que encontrar una solución.
– Acabo de salir de una relación con un hombre al que nunca veía. Y eso que vivíamos en el mismo apartamento.
– Yo no soy él.
– Lo sé, pero eso no supone ninguna diferencia. Tienes la misma capacidad para hacerme daño.
Jake se dio la vuelta y perdió la vista en la distancia. ¿Sería él la causa de las inseguridades de Caley y de su miedo a los hombres? Era una mujer segura de sí misma, pero se negaba a arriesgar su corazón. Él le había hecho tanto daño de joven que aún estaba intentando recuperarse.
Tal vez él fuera el único que podía sanar esa herida. Respiró hondo y se puso en pie.
– Estoy enamorado de ti -confesó. La ayudó a levantarse y le tendió el palo de hockey-. Puede que siempre lo haya estado. No lo sé. Confiaba en que tú lo sabrías. Esto es lo último que voy a decir, y decidas lo que decidas, lo aceptaré.
Ella abrió la boca para hablar, forzó una sonrisa y pareció pensar en lo que acababa de oír.
– No… no sé qué decir. Hubo un tiempo en que eso era todo lo que quería oír. Pero sólo era una fantasía. Ahora es…
Hasta ese momento habían evitado a toda costa hablar del futuro, manteniendo una relación sencilla y sexual. Pero él había puesto todas las cartas sobre la mesa. Quizá siempre había sabido que estarían juntos. Quizá por eso la había rechazado años atrás. Porque, en el fondo, sabía que tendrían una segunda oportunidad.
– ¿Cómo sabes que me amas? -le preguntó ella.
Jake se encogió de hombros.
– No lo sé. Quiero decir… No sé cómo. Simplemente lo siento.
– Quizá me necesites, nada más. Hay una gran diferencia.
– No -murmuró-. No sólo te necesito -le agarró las manos-. Es mucho más que eso.
– No hagas esto -dijo ella con un hilo de voz-. Sólo hará que las cosas sean más difíciles al final.
Jake se tragó una maldición.
– ¿Y qué? No me importa. Tal vez las cosas tengan que ser difíciles. Tal vez tenga que ser duro separarnos. ¿Qué hay de malo en ello? Al menos puedo admitir que siento algo por ti.
– Yo también puedo admitirlo -dijo Caley-. Hace muchos años que nos conocemos. Es normal que tengamos sentimientos.
– Es más que eso -insistió Jake.
Caley se metió las manos en los bolsillos.
– Debería volver a casa. Mi madre se va a volver loca pensando en la boda.
– Y yo debería ir a ver a Sam y Emma. Voy a pasar la noche en Havenwoods.
– Pensé que podríamos…
Jake negó con la cabeza.
– Tienes razón. Debemos empezar a distanciarnos. Y yo necesito espacio.
Ella lo miró un largo rato en silencio, con expresión inescrutable. Finalmente asintió.
– Lo entiendo -dijo. Se giró y patinó hasta el borde del hielo, subió a la orilla y echó a andar con cuidado sobre la nieve. Llegó a donde había dejado las botas y se quitó los patines-. Hablaremos después.
– Después -repitió él.
Debería ser bastante fácil aceptar el final de su relación, pensó Jake. Se había separado de muchas mujeres con las que había tenido relaciones mucho más largas. Pero no era sólo un distanciamiento físico. Con Caley siempre había existido un vínculo emocional, y ese lazo se había fortalecido en la última semana.
La idea de dejarla le resultaba insoportable, con un vacío interior imposible de llenar. No podía imaginarse con otra mujer. La clase de placer que había experimentado con Caley había sido único y perfecto, imposible de encontrar con nadie más.
Cerró los ojos y respiró el frío aire nocturno.
Acabaría por superarlo y aprendería a vivir sin ella. Sólo era cuestión de tiempo.
Cuando Caley llegó a la casa del lago a la mañana siguiente, se encontró con un gran revuelo. Entró en la cocina y allí vio a la familia al completo, incluida Emma, tomando tortitas en la mesa. Su madre se volvió para sonreírle.
– La boda sigue en pie -exclamó Emma, con los ojos brillantes de entusiasmo-. Tenemos que ultimar los detalles con la comida y luego quiero decorar la habitación que usaremos para el banquete. Tienes que recoger tu vestido, y yo tengo que recoger el esmoquin de Sam -saltó de la silla y se abrazó al cuello de Caley-. Gracias… por todo -le susurró, y se volvió hacia la familia-. ¡Tengo que irme! Os veré después. ¡No puedo creer que vaya a casarme mañana!