Sacudió la cabeza y dejó las fotos para mirar la foto de sus padres que tenía en su mesa. Allí estaba. La misma expresión en el rostro de su padre. Estaba sentado junto a su madre en un picnic, ella sonreía a la cámara y él le sonreía a ella. Era amor, adoración y profundo respeto en la misma mirada.
Respiró hondo y se volvió hacia la pantalla del ordenador. Llevaba todo el día trabajando en un comunicado de prensa y sólo había conseguido acabar el primer párrafo. Debía acabarlo para aquella misma tarde, pero no encontraba la inspiración para anunciar la fusión de dos periódicos.
– ¿A quién le importa? -se preguntó a sí misma, seleccionando el texto con el ratón para borrarlo-. ¿Qué más le dará a la gente quedarse con un solo periódico en lugar de dos? Dentro de unos meses nadie se acordará de esto.
Desde que volvió a Nueva York le había costado mucho concentrarse en el trabajo. Cada vez se irritaba más por los encargos que le asignaban, con su jefe subiéndose por las paredes porque el público no sabía que las patatas fritas de un popular establecimiento de comida rápida estaban hechas con una nueva mezcla de especias.
Delegaba en sus ayudantes todas las tareas posibles y se pasaba el día consultando en Internet los anuncios inmobiliarios de Chicago. No sabía por qué lo hacía, pero se sentía como si estuviera consiguiendo algo. También había tomado la costumbre de ver las fotos de su infancia, intentando averiguar cuándo se había enamorado de Jake.
Levantó una mano y se tocó el cuello con la punta de flecha. Le había parecido ridículo ponérselo después de tantos años, pero era otra de las cosas que la hacían sentirse mejor.
El verano se acercaba y el hielo del lago estaría empezando a derretirse. Los árboles volverían a estar verdes y muy pronto el agua estaría lo bastante cálida para bañarse.
De pronto empezó a sentir aquel temblor tan familiar. La misma sensación de anticipación que siempre había tenido de niña. El verano parecía extenderse ante ella, colmado de promesas y emociones. De Jake Burton.
¿Por qué no ir allí? Podía permitirse otra semana de vacaciones una vez que acabara el proyecto que tenía entre manos. Jake estaría seguramente allí, trabajando en Havenwoods.
Había fantaseado muchas veces con el momento de volver a verse. Y en toda sus fantasías se arrojaban uno en brazos del otro y todo cobraba sentido de repente.
Siempre había usado su trabajo como excusa. Como una razón muy conveniente para evitar el compromiso. Pero su carrera profesional había dejado de importarle. Si quería trabajar, podría encontrar un trabajo en cualquier parte. Tenía talento de sobra y conocía el mundo de las relaciones públicas mucho mejor que todos sus colegas.
Entonces, ¿por qué no lo hacía? Podía ir al despacho de John Walters y presentar su dimisión en aquel mismo momento. Podía recoger las cosas de su mesa, tomar un taxi para ir a casa y hacer el equipaje. En menos de un día podría darle un giro radical a su vida y empezar de nuevo. Tiempo atrás un pensamiento semejante la habría aterrorizado. Pero ahora le resultaba una idea infinitamente tentadora.
El zumbido del interfono la sobresaltó.
– ¿Sí?
– ¿Señorita Lambert? Hay alguien que quiere verla -dijo su secretaria.
– ¿Quién es?
– No puedo decírselo. Es una sorpresa. ¿Puedo hacerle pasar?
– ¿Hacerle? ¿Es un hombre? -preguntó, tragando saliva.
– Alto, moreno y atractivo. Dice que es pariente suyo.
– ¿Sonrisa torcida y ojos azules?
– En efecto, señorita Lambert.
Caley tomó aire rápidamente.
– Dame dos minutos.
Se levantó de un salto y agarró el bolso para correr hacia el espejo que tenía en la puerta del despacho. ¡No era así como debía suceder! Necesitaba más tiempo, otro corte de pelo, un vestido bonito, lencería sexy…
Jake le había comentado que a veces iba a la Costa Este por negocios. Pero ¿por qué no la había llamado antes?, se preguntó mientras se aplicaba un poco de carmín y se quitaba la cinta del pelo. No había necesidad de esmerarse tanto. Tal vez Jake temía que ella se negara a verlo. Gimió débilmente. ¿Qué iba a decirle cuando lo viera? ¿La besaría? ¿O sería una situación tensa e incómoda?
Llamaron a la puerta y Caley dio un salto hacia atrás, dejando caer el pintalabios. Lo apartó de una patada y arrojó el bolso a una silla.
– Muy bien -susurró-. Puedo hacerlo. No sabe que he estado pensando en él durante los últimos tres meses. Lo único que supone es que he seguido adelante con mi vida.
Se dispuso a abrir, preparándose para recibir el impacto. Sabía que sería devastador. Pero cuando abrió la puerta, la invadió una profunda decepción.
– Sam -dijo, obligándose a sonreír.
El hermano de Jake le sonrió y levantó las manos.
– ¿Sorprendida?
– Pues claro. ¿Qué haces aquí?
– Voy de camino a Boston para ver a Emma. Tengo una entrevista en la facultad de Derecho de Columbia.
– ¿La facultad de Derecho? ¿Aquí en Nueva York?
– Pensé que, ya que estaba aquí, podía pasarme a ver a mi cuñada favorita -entró en el despacho y miró a su alrededor-. Vaya lujo… Así que esto es el despacho de una socia. Tal vez debería plantearme las relaciones públicas en vez del Derecho.
– Todo es pura fachada -dijo Caley.
Lo miró fijamente mientras Sam se paseaba por el despacho. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que se parecía a Jake. Sólo con mirarlo volvía a atormentarla el recuerdo de su sonrisa, del brillo de sus ojos… Alejó esos pensamientos de su mente y se apartó de la puerta.
– Siéntate.
– Pensaba que podríamos salir a cenar -sugirió Sam, mirando su reloj-. Son casi las siete. ¿No tienes hambre?
– Tengo que acabar un proyecto y la gente no para de llamar. No puedo irme. Pero quédate un rato y le pediré a mi secretaría que nos traiga unos sándwiches -le sonrió a Sam mientras él tomaba asiento-. Pareces muy maduro con ese traje. Un hombre centrado y casado.
Sam le enseñó la mano con el anillo de boda.
– Gracias a Jake y a ti. De no haber sido por vosotros, no creo que pudiéramos haber superado los tres primeros meses de matrimonio.
Caley sintió que se ruborizaba.
– ¿Cómo puedes decir eso? Casi echamos a perder vuestra boda.
– Nos hicisteis un favor. Emma y yo íbamos a casarnos como un par de ingenuos. Vosotros hicisteis que nos detuviéramos a pensar en lo que estábamos haciendo. Fuisteis mejores que cualquier asesor matrimonial.
– Eso sólo lo dices porque todo ha salido bien.
Sam estiró las piernas y juntó las manos a la nuca.
– ¿No vas a preguntarme?
– Lo siento -murmuró Caley-. ¿Cómo está Emma?
– No me refiero a Emma -dijo él, mirándola a los ojos-. Me refiero a Jake.
– De acuerdo. ¿Cómo está Jake?
– No está muy bien desde que te fuiste. Te echa de menos.
– Yo también le echo de menos -admitió ella-. Somos buenos amigos. Fue muy bonito verlo después de tanto tiempo.
– Sois más que buenos amigos -dijo Sam.
– ¿Qué quieres decir?
– Jake y yo nos emborrachamos una noche viendo un partido de los Bulls y me lo contó todo.
– ¿Todo?
– ¿Puedo darte un consejo? -preguntó Sam-. No tienes por qué seguirlo, pues sabes mejor que yo lo que quieres. Pero creo que Jake y tú estáis hechos el uno para el otro. Sois como un equipo. Vosotros fuisteis la causa de que Emma y yo nos enamorásemos.
– ¿Cómo es posible?
– Los dos envidiábamos la amistad tan especial que os unía. Erais iguales en todo. Emma y yo queríamos algo así, y lo encontramos cuando empezamos a salir -hizo una pausa-. Emma es preciosa, inteligente y divertida, naturalmente, pero fue la amistad lo que selló el compromiso. Hacen falta años para construir una relación como ésa, y vosotros dos ya la tenéis. Contáis con una gran ventaja.