Выбрать главу

Estuvieron balanceándose durante un rato, y Caley se sorprendió al comprobar que su cuerpo se iba aclimatando. En poco rato, el aire parecía más frío que el agua.

– ¿Lo ves? -dijo Jake. Ella le rodeó el cuello con los brazos y él deslizó las manos hasta su trasero-. Así está mucho mejor. Y ahora, dime lo que querías decirme.

– ¿Por qué he tenido que meterme en el agua para hacerlo?

– Porque no puedes decirme que no quieres volver a verme mientras estemos nadando desnudos.

Caley se apartó de él y le arrojó agua a la cara.

– Quiero verte -dijo-. No quiero volver a separarme de ti -se estremeció y los dientes empezaron a castañetearle-. He dejado mi trabajo y he alquilado mi apartamento. Dentro de unos días no tendré ningún sitio donde vivir. Pero tenía la esperanza de que quisieras compartir Havenwoods conmigo. Podría ayudarte con las reformas.

– ¿Estamos hablando de algo permanente? ¿Para siempre?

– Sí… si tú quieres.

– No hay nada que deseara más -dijo Jake.

– ¿En serio? -preguntó ella-. ¿Estás seguro?

– Desde que te fuiste no he vuelto a ser feliz. Estaba preparándome para trasladarme a Nueva York.

– No es necesario -dijo ella, levantando la vista hacia el cielo estrellado-. Éste es nuestro sitio.

Jake la apretó contra él y le frotó la espalda.

– Entonces… supongo que vamos a estar juntos -murmuró, rozándole los labios con los suyos.

– Así es -afirmó Caley. Le pasó los dedos por el pelo y sus bocas se fundieron en un beso largo y apasionado.

De repente, ya no tenía miedo de nada. Amar a Jake era lo más natural del mundo. Siempre había sido así, desde que empezó a verlo como el chico de sus sueños. Ya fuera por el destino o la buena suerte, había encontrado a un hombre al que podía amar.

– ¿Cuánto tiempo tenemos que quedarnos en el agua? -preguntó, sin poder evitar el castañeteo de sus dientes.

– Podríamos echar una carrera hasta el cobertizo de las barcas. Nadie nos encontrará allí.

Caley pensó en la cama con sus cálidas mantas y asintió. Quería acostarse con Jake y dejar que la calentara y excitara con su cuerpo.

– No pasaría nada si alguien nos viera. En algún momento tendremos que decírselo a nuestras familias, ¿no crees?

– Quizá deberíamos hacer lo mismo que Sam y Emma.

Caley volvió a besarlo.

– Ya sabes que si se lo decimos a nuestras madres, querrán prepararnos una boda por todo lo alto. No pudieron hacerlo con Sam y Emma.

– Siempre podemos casarnos en Nueva York y pasar la luna de miel en algún hotel con encanto. Luego alquilaríamos una furgoneta y traeríamos tus cosas.

– Me gusta ese plan -dijo ella, sonriendo.

Aquél era el inicio de su vida juntos, en el mismo lugar donde casi había acabado todo once años atrás. Era mejor así, pensó Caley. Tenía que ser así. Y al cabo de muchos años, cuando estuvieran sentados en la orilla y contemplando las aguas del lago, recordarían la noche de su decimoctavo cumpleaños. Pero también recordarían la noche en que se bañaron desnudos y decidieron que se amarían para siempre.

Kate Hoffmann

***