Caley emitió un débil gruñido y apartó el edredón.
– No has cambiado nada, Jake Burton. Todo es una broma para ti. Nunca te tomas nada en serio.
Jake la miró mientras ella buscaba sus pantalones.
– No hace falta que te rasgues las vestiduras. Lo explicaré todo… aunque no les daré los detalles.
– Lo que haga con mis vestiduras no es asunto tuyo. Y no recuerdo ningún detalle. ¿Y por qué? Porque estaba dormida.
Jake se echó a reír. Y pensar que había tenido miedo de volver a verla, sabiendo lo incómodo que podría ser… Pero su relación volvía a ser la misma de siempre.
Sacó las piernas de la cama y reprimió el deseo de agarrarla por el brazo y tirar de ella para recordarle cuál había sido su reacción al beso.
Siempre había existido atracción entre ellos, pero Jake nunca la había manifestado. Caley siempre había sido demasiado inocente. Y además estaba enamorada de él. Si se hubieran dejado llevar por la pasión, habrían acabado muy mal. Por eso Jake creía haber hecho lo correcto la noche en que ella le ofreció su virginidad.
Era obvio que aquel rechazo aún dolía. De lo contrario, ¿por qué estaba tan furiosa?
– Si sigues enfadada por…
Caley soltó un grito ahogado y le arrojó un zapato.
– No estoy enfadada por eso. Olvídalo. Era joven y estúpida. Desde entonces me he acostado con muchos hombres, y todos ellos han sido mucho mejores amantes de lo que tú podrías haber sido. Algunas mujeres pueden encontrarte atractivo, pero yo no.
Su teléfono volvió a sonar por cuarta vez. Sin pensarlo, Jake saltó de la cama y la agarró del brazo, tiró de ella hacia él y la besó apasionadamente. Sintió cómo se debilitaba en sus brazos y la sujetó por la cintura cuando las rodillas le flaquearon. Cuando finalmente se retiró, Caley tenía el rostro encendido y los ojos cerrados. Jake volvió a tener una erección. Iba a ser una semana infernal si aquello era el comienzo… Quizá fuera el momento de satisfacer la curiosidad sexual que siempre habían sentido el uno por el otro.
– ¿Vas a contestar al teléfono? -le preguntó.
– Puede esperar -respondió ella sin aliento.
– Sí -murmuró él-. Es lo que pensaba…
Nada había cambiado. La deseaba igual que siempre.
Caley abrió los ojos y lo miró. Un suspiro se le escapó de los labios.
– Se… será mejor que me vista. Nos están esperando para desayunar -agarró rápidamente su bolsa y corrió al cuarto de baño, cerrando la puerta tras ella.
Jake se sentó en la cama y sonrió. Aquello era un comienzo, pero quizá fuera todo a lo que podría aspirar. Miró a su alrededor, se puso los vaqueros y sacó una camiseta limpia de su bolsa. Encontraría la manera de continuar lo que habían empezado…
Cuando bajó las escaleras, la cocina estaba llena de gente. La madre de Caley, Jean, estaba preparando las tortitas para la familia. Su hijo mayor, Evan, sólo era un año mayor que Jake, pero ya tenía esposa y tres hijos. Después de Caley venían Adam y Emma, y por último Teddy, quien se graduaría en el instituto en junio. Evan estaba leyendo las páginas de deportes y hablando de los Bulls con Brett, el hermano menor de Jake.
– Buenos días a todos -dijo Jake, sentándose a la mesa.
– ¿Salchichas o beicon, cariño? -le preguntó Jean.
– Beicon -respondió Jake, y un momento después tenía un plato frente a él. Alargó un brazo hacia la mantequilla y el sirope.
El hogar de los Lambert era tan parecido al suyo que se sentía como en casa. No podía recordar las veces que había comido en aquella cocina, normalmente con varios de sus hermanos. Ni Jean ni Fran, la madre de Jake, se molestaban en separar a sus respectivos hijos a la hora de la comida. Quienquiera que estuviera sentado a la mesa acababa comiendo allí, sin importar a qué familia perteneciera.
Apenas había empezado a comer, cuando Teddy entró por la puerta trasera, cubierto de nieve y con los brazos cargados de leña. Le dedicó una sonrisa de complicidad a Jake y soltó la leña junto a la puerta.
– Buenos días, Jake. ¿Cómo has dormido?
– Teddy, quiero que lleves un poco de leña a casa de Ellis y Fran -dijo Jean-. Nosotros tenemos de sobra. Jake puede ayudarte a cargarla en tu camioneta.
Teddy sonrió.
– Oh, creo que estará demasiado cansado para ponerse a cargar leña, mamá. ¿Has dormido poco, Jake?
– Quería buscar un colchón nuevo para esa cama -dijo Jean-. Ése está lleno de bultos, ¿verdad?
– De bultos no -dijo Teddy-. Quizá de personas…
La madre de Jake frunció el ceño.
– ¿De qué estás hablando, Teddy?
Todos los presentes se giraron para oír la respuesta de Teddy.
– Caley estaba durmiendo con Jake.
Jean ahogó un gemido.
– ¿Caley está en casa? ¿Cuándo ha llegado?
– A las tres de la mañana.
Todos volvieron a girarse, esa vez hacia Caley, que estaba de pie en la puerta de la cocina. Iba vestida con un jersey de lana azul y unos vaqueros desteñidos.
– Creía que era Emma quien estaba en la cama -explicó-. Sólo fue un error. Y no pasó nada.
– Emma está en el hotel -dijo Jean, dándole un efusivo abrazo a su hija-. No te has enterado de la gran noticia, ¿verdad?
– Jack me lo ha dicho. Sam y Emma… ¿Quién lo hubiera imaginado? -se aclaró la garganta y miró las expresiones de curiosidad de sus hermano-. No pasó nada. Fue un error.
– Pues claro que no pasó nada -corroboró Jean-. Jake y tú sois como el agua y el aceite -besó a Caley en la mejilla y le sonrió a Jake-. ¿Cómo pudiste confundir a Jake con Emma?
– Tenía la cabeza bajo la almohada -explicó Caley.
– Bueno, como es evidente que no habéis estado incómodos, quizá debería haceros compartir cama el resto de la semana -bromeó Jean-. Oh, y Emma va a pedirte que seas su dama de honor, cariño, y espero que aceptes… ¿Beicon o salchichas?
– Tomaré sólo las tortitas -respondió Caley, mirando a Jake por encima de la mesa-. Y no tienes que preocuparte por mí. He reservado una habitación en el hotel -hizo una pausa-. Podré echarle una mano a Emma, y Jake puede quedarse con su habitación para él solo.
Buscó un sitio en la mesa y Adam le hizo espacio entre Jake y él. Caley apartó la silla de mala gana y se sentó. Su madre le puso un plato delante y Jake le sirvió un vaso de zumo de naranja. Se lo tendió y ella lo aceptó dubitativamente y lo dejó junto al plato.
Los dos comieron en silencio, fingiendo que escuchaban la conversación de los demás. Jake le rozó el pie con el suyo y ella casi se atragantó con el zumo.
Era delicioso poder tocarla, pensó Jake. Sintió cómo ella le apartaba la pierna con la mano y él metió el brazo por debajo de la mesa para agarrarla, entrelazando los dedos con los suyos. Los ojos de Caley se le abrieron como platos cuando el pulgar de Jake se posó en su muñeca, justo donde le latía el pulso.
– ¿Cuál es el plan para hoy? -preguntó Caley con la voz ligeramente entrecortada.
– Emma te ha elegido un vestido y tienes que ir a la tienda a probártelo. Está nevando mucho. Adam te llevará en su camioneta.
– Yo la llevaré -se ofreció Jake, apretando la mano de Caley-. Tengo que hacer algunos recados en el pueblo.
– Puedo ir yo sola -protestó Caley, apartando la mano.
Jean le sonrió a Jake.
– Gracias, cielo. Sabía que podía contar contigo -juntó las manos y miró a Jake y a Caley-. Es estupendo volver a veros a los dos juntos. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
– Once años -respondió Caley. Agarró su plato y se levantó-. Tengo que hacer unas llamadas. Y puedo ir yo sola al pueblo. Tengo que pasarme por el hotel antes de ir a probarme ropa -fulminó a Jake con la mirada y salió de la cocina.
Jake se levantó y llevó su plato al fregadero.