– Tú fuiste la razón de que me fuera a la universidad siendo virgen.
– Créeme, te habría ayudado a resolver ese detalle, pero no estaba seguro de ser el hombre adecuado para ello -hizo una pausa-. Supongo que lo pudiste solución hace tiempo…
Caley se echó a reír.
– ¿Me estás preguntando si soy virgen? Tengo veintiocho años.
– Te estoy preguntando si encontraste al hombre adecuado. Teddy comentó que estás viviendo con un abogado.
Caley abrió la boca para decirle que Brian debía de estar sacando sus cosas del apartamento mientras ellos hablaban. Pero aquella confesión la dejaría sin ninguna defensa contra la seducción.
– Sí. Llevamos juntos un par de años. ¿Qué me dices de ti?
En realidad no quería saber la respuesta. Quería creer que ella era la mujer de su vida. Pero era una vana ilusión. Jake era un hombre demasiado atractivo.
– No hay nadie especial -dijo él-. Supongo que me estaba reservando para ti.
Caley se mordió el labio y fijó la vista en la carretera. ¿Por qué le estaba diciendo esas cosas? ¿La estaba poniendo a prueba? A Jake siempre le había gustado provocarla, pero aquello era distinto. Era como si la estuviese desafiando a que se tomara en serio sus palabras.
Condujeron un rato en silencio. Caley sacó el móvil y empezó a escribirle un mensaje de texto a su secretaria.
– ¿Siempre llevas ese trasto contigo?
– Tengo que estar localizable. Hay mucha gente que cuenta conmigo.
– Esa gente puede arreglárselas sola. Tómate un descanso. Se supone que estás de vacaciones.
– Los socios no se toman vacaciones -replicó ella. Aun así, metió el móvil en el bolso sin acabar el mensaje.
Una pregunta la asaltaba. Nunca había tenido el coraje para formularla, pero necesitaba la respuesta.
– Si tan atraído te sentías por mí, ¿por qué me rechazaste aquella noche?
Él sonrió, pero sin apartar la vista de la carretera.
– Acababas de cumplir dieciocho años y yo ni siquiera tenía veinte. No me pareció que fuera el momento apropiado. Pensé que tu primera vez debía ser perfecta. No estaba seguro de poder darte lo que merecías -la miró de reojo-. Te hice un gran favor, Caley. No quería que te arrepintieras de tu primera experiencia.
Caley se recostó en el asiento y miró por la ventanilla. Aquellas palabras suavizaban el recuerdo de la humillación, pero le costaba creer que Jake fuese tan noble con esa edad.
– Me quedé destrozada -dijo.
Él alargó un brazo hacia ella y le rodeó la nuca con la mano. A Caley se le aceleró el pulso y sintió una oleada de deseo mientras los dedos de Jake se entrelazaban en sus cabellos.
– Lo siento -dijo él, obligándola a mirarlo-. Pero, si te sirve de consuelo, estaría encantado de hacerlo ahora.
Caley no pudo evitar una carcajada al ver su sonrisa irónica.
– Te avisaré si cambio de opinión.
– Eh, me han dicho que lo hago muy bien…
– Eso es porque las mujeres que se acuestan contigo no ven más allá de tu bonito rostro. Te dirían lo que fuera con tal de atraparte.
Jake se salió de la carretera y detuvo el coche en el arcén.
– Mis encantos han surtido efecto contigo esta mañana…
– Estaba dormida.
– Dijiste mi nombre.
Ella se encogió de hombros, intentando mantener la compostura. Pero le resultó imposible. Le temblaban las manos y sentía que empezaba a marearse.
– Pues ya no me hacen efecto. Adelante. Bésame. Ya verás como no reacciono -era un desafío muy pobre, pero no le importaba. Quería besarlo otra vez y no podía esperar más.
Para su sorpresa. Jake aceptó el reto y le tomó el rostro entre las manos para besarla. Al principio fue un beso lleno de frustración, pero luego se hizo más suave y Jake introdujo la lengua entre sus labios.
Caley lo agarró por el abrigo y tiró de él hacia ella. No podían estar lo bastante cerca. Se lanzaron a una frenética búsqueda de sus cuerpos. Ella sabía que debería parar, pero el sabor de Jake, su olor y su tacto eran un estímulo irresistible, como una danza de carnaval que la asustaba y atraía por igual.
Jake estaba excitado, y a Caley le encantó que él tampoco pudiera resistirse.
– ¿Qué demonios me estás haciendo? -murmuró él, echándole el aliento en la oreja-. Tienes novio… Vives con él…
– Hemos roto -dijo ella, frotándose el rostro contra su cuello.
Jake la agarró por los hombros y la apartó para mirarla fijamente a los ojos.
– No juegues conmigo. Caley.
– No estoy jugando. Te juro que hemos roto. Se ha acabado.
Él le pasó el pulgar sobre el labio inferior.
– En ese caso, ¿podemos dejar de fingir? Soy lo bastante maduro para reconocer que te deseo. Y creo que tú también me deseas, ¿cierto?
– Quizá -murmuró ella.
– No, nada de quizá -replicó él, sacudiendo la cabeza.
– De acuerdo. Admito que existe atracción entre nosotros.
– ¿Y qué vamos a hacer al respecto?
Caley frunció el ceño.
– No lo sé. Podría ser complicado.
Él se echó hacia atrás y sonrió.
– Cuando tengas claro lo que quieres, házmelo saber -dijo.
Caley soltó un débil gemido. ¿Qué estaba haciendo Jake? ¿No debería estrecharla entre sus brazos y besarla hasta que se le despejaran todas sus dudas? ¿O seducirla sin ningún respeto por sus reservas? ¡No podía dejar la elección en sus manos!
– Lo haré -dijo en voz baja.
Jake se enderezó y volvió a sentarse al volante.
– Será mejor que sigamos…
Cuando llegaron a la pequeña tienda del pueblo, Jake se bajó del vehículo y lo rodeó para abrirle la puerta a Caley. Los Burton siempre habían tenido unos modales impecables.
– Ten cuidado -dijo él, agarrándola por la cintura-. El suelo está muy resbaladizo.
Mantuvo las manos en sus caderas y bajó la mirada hasta su boca. Permanecieron inmóviles unos instantes, despidiendo nubes de vapor entre ellos. Finalmente, Caley se puso de puntillas y lo besó ligeramente en los labios.
– No estoy jugando contigo -susurró-. Simplemente me apetece volver a besarte.
– Y a mí también -respondió él. La abrazó por la cintura y la apretó contra su cuerpo. Pero cuando estaba a punto de besarla se vio interrumpido por unas risas. Caley se giró y vio a dos chicas librando una guerra de nieve-. No es nadie conocido -susurró.
– Si hacemos esto, no podemos permitir que nadie lo sepa -observó ella.
– No voy por ahí alardeando de mis besos.
– Lo digo en serio. Tiene que quedar entre nosotros. Y sólo puede ser sexo. Nada más.
– ¿Amigos con derecho a roce? -preguntó él en tono jocoso.
Ella asintió.
– Vuelvo enseguida -dijo, mirando hacia la tienda.
– Voy contigo.
– ¿Es prudente?
– No voy a seducirte en un lugar público, puedes estar tranquila. Y no creo que la señorita Belle vaya a hablarles a nuestros padres de nosotros.
La siguió hacia la puerta y le puso una mano en el trasero mientras Caley pasaba al interior. Fue un gesto muy simple, pero Caley se dio cuenta de que Jake estaba aprovechando cualquier oportunidad para tocarla.
La dueña de la tienda, la señorita Belle, los saludó y se llevó a Caley a los probadores.
– ¿Tú también vienes? -le preguntó a Jake.
– Oh, no -dijo Caley-. No es mi… Bueno, sólo es un… No creo que le interese mucho.
– Os acompaño -dijo Jake, dedicándole una picara sonrisa a Caley-. Me interesa mucho.
Caley se llevó el vestido al probador y se desnudó rápidamente. El vestido parecía muy discreto en la percha, pero una vez puesto era otra cosa. La tela se ceñía a sus curvas, el modesto escote se abría en forma de V por la espalda y las mangas largas se ajustaban a sus brazos. Se quitó el sujetador y se giró para examinarlo por detrás. Emma había acertado con la talla, y había elegido un vestido que causaría sensación en la boda.