Abrió la puerta y salió del probador. Jake había estado sentado en un banco, pero nada más verla se puso en pie de un salto y ahogó un débil gemido.
– Cielos… -murmuró-. Vaya vestido.
Caley se pasó las manos por las caderas mientras se daba la vuelta.
– Es precioso, ¿verdad?
– ¿Llevas ropa interior?
Ella le lanzó una mirada severa.
– Es demasiado estrecho.
– Así que no vas a llevar ropa interior… ¿Dónde se supone que voy a poner las manos cuando bailemos? Va a ser un problema muy serio…
– ¿Acaso vamos a bailar?
– Eres dama de honor y yo soy el padrino. Creo que un baile es obligatorio, por lo menos.
La señorita Belle se acercó y examinó atentamente a Caley.
– Subiremos un poco las mangas. Suponía que irías sin… -señaló el pecho de Caley.
– ¿Tengo elección? -preguntó Caley.
– Tenemos sujetadores adhesivos.
– ¿Podemos verlos? -preguntó Jake con una expresión de inquietud.
Caley negó con la cabeza.
– Así estará bien.
La señorita Belle le tendió una caja de zapatos.
– Pruébate los zapatos para que pueda examinar el bajo.
Caley agarró un zapato de la caja e intentó ponérselo, pero no podía mantener el equilibrio con aquel vestido tan largo. Jake le deslizó las manos alrededor de la cintura y la sujetó mientras ella se calzaba.
– Perfecto -dijo la señorita Belle-. Enseguida vuelvo -se marchó a responder una llamada, dejando a Jake y a Caley a solas en la parte trasera de la tienda.
– Perfecto -repitió Jake.
– Deja de decirme esas cosas -murmuró Caley-. A veces parece que estás jugando conmigo.
Él sacudió la cabeza.
– Así es como somos, Caley. Como siempre hemos sido.
Ella se giró y volvió al probador, y esa vez Jake la siguió de cerca. Caley intentó cerrar la puerta, pero él se deslizó en el interior y se apoyó de espaldas contra la puerta.
– En todo el tiempo que nos conocemos, ¿te he mentido alguna vez? -le preguntó él.
Caley se miró las uñas. Hasta la noche en que cumplió dieciocho años. Jake había sido la única persona en la que siempre había podido confiar.
– Creo que no.
– ¿Quién te dijo que te sacaras el papel higiénico del sujetador aquel Cuatro de Julio en el parque? ¿Quién te dijo que parecías una jirafa cuando empezaste a usar zapatos de plataforma? ¿Quién te dijo que no salieras con Jeff Winslow porque su única intención era meterte mano?
– Tú -admitió Caley-. Pero en cualquier caso salí con Jeff Winslow. Y naturalmente intentó meterme mano.
– ¿Lo ves?
– El que nunca me hayas mentido no significa que no puedas hacerme daño.
Él dio un paso hacia ella y le tocó la mejilla.
– ¿Esto te duele?
Caley soltó una temblorosa exhalación. La sensación de sus dedos era maravillosa, cálida y suave. Sacudió la cabeza. Esa vez no se lo pondría fácil. Esa vez conseguiría resistirse.
Jake dio un paso más y la besó en la frente.
– ¿Y esto? Dime si es una sensación agradable.
Ella tragó saliva y suspiró profundamente mientras él la besaba en la sien. ¿Tenía la fuerza necesaria para resistirse? No parecía que el esfuerzo mereciera la pena…
– Sí. Es muy agradable.
Él le puso un dedo bajo la barbilla y le hizo levantar la mirada. Entonces inclinó la cabeza y la besó, acariciándole los labios con la lengua antes de introducirla en su boca. Pero no fue como el beso del coche. Fue un beso lento y sensual, destinado a derribar sus defensas. Caley le rodeó el cuello con los brazos y sucumbió a la ola de calor que se propagaba por su cuerpo.
Jake llevó las manos hasta sus caderas y las subió por su espalda, descubierta por el corte del vestido. A Caley le daba vueltas la cabeza mientras intentaba recordar cada detalle del beso, obligándose a sí misma a no perder la compostura. Pero era imposible. Jake parecía decidido a demostrar que sus besos eran los mejores del mundo.
Su mano llegó hasta uno de los pechos y Caley gimió suavemente. Le acarició el pezón con el pulgar, endureciéndolo y provocándole una oleada de placer. Cuando finalmente se retiró, Caley estaba mareada por la excitación. Respiraba con dificultad y el pulso le palpitaba salvajemente en las sienes.
– Si deja de resultarte agradable, sólo tienes que decírmelo para que pare -susurró él. La besó en la punta de la nariz y salió del probador, cerrando la puerta a su paso.
Caley se apoyó de espaldas contra el espejo de la pared y se tocó los labios con dedos temblorosos. Sintió cómo se curvaban en una sonrisa. Después de todos esos años, era difícil creer que sus fantasías con Jake fueran a hacerse realidad.
Había algo irresistible entre ellos, y ninguno de los dos parecía tener la capacidad… o la voluntad de detenerlo. Eso lo hacía aún más emocionante… y peligroso.
– ¡El partido empezará en quince minutos! Jake y Sam miraron por encima del hombro a su hermano y le hicieron un gesto con la mano.
– Estaremos listos -gritó Jake.
Se sentaron en los escalones que durante el verano bajaban al muelle y a la playa que compartían con los Lambert. El lago estaba helado y cubierto de nieve, pero Teddy Lambert había despejado un área lo bastante grande para patinar sobre hielo o jugar al hockey. Jake estiró las piernas y observó los últimos copos que caían perezosamente. La tormenta había pasado y un manto blanco lo cubría todo.
– Así que vas a casarte.
Sam sonrió mientras trazaba un dibujo en la nieve con un palo.
– Eso he oído.
– Tengo que decírtelo, Sam. Me llevé una gran sorpresa cuando oí que estabas comprometido con Emma. Pero cuando me enteré de que ibas a casarte tan pronto, me quedé de piedra. ¿No te parece que un noviazgo de mes y medio es demasiado corto?
– Tal vez.
– ¿Cuánto tiempo habéis pasado juntos?
Sam se encogió de hombros.
– Tres veranos, aquí en la casa del lago. Luego la visité en Boston el Día de Acción de Gracias, nos volvimos a ver en Chicago durante las vacaciones navideñas y entonces decidimos que ya no queríamos estar separados.
– Entonces, ¿por qué no os limitáis a vivir juntos? -preguntó Jake-. Date un poco de tiempo…
– Porque Emma quiere casarse -respondió Sam.
– ¿Y tú qué quieres?
– ¿A qué vienen tantas preguntas? -preguntó Sam, ligeramente irritado.
– Es mi obligación como padrino tuyo. Tengo que asegurarme de que haces lo correcto.
– Quiero lo que Emma quiera. Mi deseo es hacerla feliz.
A Jake no le había hecho mucha ilusión la noticia de la boda de su hermano, pero ahora que podía hablar con él, se daba cuenta de que, con sólo veintiún años, Sam era demasiado joven para dar ese paso.
Se había pasado los últimos diez años de su vida alternando de una mujer a otra, intentando entender cómo pensaban y disfrutando de todos los placeres posibles en sus camas. Pero sólo en los últimos tiempos había llegado a entender lo que necesitaba en una relación y el tipo de mujer con quien quería pasar su vida. Sam ni siquiera había empezado aquel aprendizaje y ya se estaba engañando a sí mismo. ¿Cómo se podía saber a su edad lo que era el amor? Ni Sam ni Emma habían vivido nada.
– Ni siquiera has acabado los estudios -murmuró.
– Emma se graduará en primavera y está haciendo algunos cursos por su cuenta, de modo que pasará más tiempo en Chicago. Yo acabaré los estudios en Northwestern el año próximo y estoy pensando en estudiar la carrera de Derecho. Si nos casamos, podemos empezar a planear nuestra vida en común… y ella puede ayudarme mientras obtengo el título.
– Puedes hacer todo eso sin casarte.
Sam gruñó y se apoyó en los codos, contemplando el paisaje nevado.
– Debería haberle pedido a Brett que fuera mi padrino. O a Teddy.