– El matrimonio es un gran paso, Sam. Tienes que casarte por las razones adecuadas.
– ¿Cuáles son esas razones?
– Que no puedas imaginarte una vida sin ella. Que cada vez que la mires sientas la necesidad de tocarla para comprobar que es real y que es tuya. Que ella sea lo primero en lo que piensas al despertar y lo último en lo que piensas antes de dormir.
Acabó sus palabras con una profunda inspiración. Aquello era la suma total de sus ambiciones sentimentales para una vida feliz en pareja. No se conformaría con menos a la hora de iniciar una relación estable. Y, curiosamente, Caley parecía reunir todos sus requisitos.
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Eran las mujeres quienes confundían el deseo con el amor, no los hombres. Aun así, Jake no podía ignorar sus sentimientos. Las cosas no eran iguales que cuando eran jóvenes. Ahora había algo más profundo y más intenso que los atraía con una fuerza irresistible.
Miró a Sam de reojo.
– Odiaría pensar que estás haciendo esto para complacer a mamá y a la señora Lambert. Todo eso de los Burtbert es una tontería. Podemos ser una gran familia aunque no estemos emparentados.
– No se trata de eso -dijo Sam.
– ¿De qué se trata, entonces?
– Queremos iniciar una vida juntos.
– Sé lo que sientes. Ahora te parece que nunca podrás cansarte de ella, pero esa clase de deseo no dura. No se trata sólo de sexo. Tiene que haber algo más.
– Oh, no hemos tenido sexo -dijo Sam-. Emma quería esperar a que estuviéramos casados.
Jake ahogó un gemido.
– ¿No habéis…? ¿Nada de nada?
– Bueno, un poco. Pero sin llegar al final.
Jake volvió a gemir y enterró el rostro en las manos.
– ¿Cómo puedes tomar una decisión para el resto de tu vida cuando ni siquiera sabes si sois compatibles en la cama?
– Mucha gente espera hasta el matrimonio -observó Sam-. Y no es que no tengamos experiencia. Emma lo ha hecho y yo también. Simplemente, no lo hemos hecho juntos.
– Bueno, pues tal vez deberíais hacerlo -sugirió Jake-. Sólo para estar seguros.
Él nunca había intentado controlar sus deseos por las mujeres… y desde que Caley había vuelto al pueblo ni siquiera tenía el control sobre su libido. ¿Cómo podía reprimir un hombre sus hormonas? ¿Acaso no estaba científicamente probado que la abstinencia era perjudicial?
– ¿Por qué no esperáis un poco? No os hará daño.
– La quiero -dijo Sam-. Y ella a mí.
– Yo también quiero a Emma. Y a Caley, y a Teddy, y a Adam, y a Evan. Los Lambert son como nuestra familia -suspiró débilmente, buscando algún argumento que tuviera sentido. ¿Quién era él par intentar explicar las relaciones entre hombres y mujeres? Ni siquiera podía entender su atracción obsesiva por Caley. Lo único que sabía era que se sentía muy bien con ella. Tan bien que no quería dejarla marchar.
Se levantó y le ofreció la mano a su hermano.
– Vamos. Brett querrá preparar una estrategia antes del partido. La última vez que jugamos al fútbol con los Lambert nos dieron una paliza. Tienen a la mujer de Evan, quien ha pasado por tres partos. No se anda con chiquitas.
– Y Caley juega como un hombre -dijo Sam.
– No te preocupes por Caley. Yo me encargaré de ella. Tú ocúpate de Emma.
Sam sonrió.
– Hasta que nos casemos, seguirá siendo una Lambert. El enemigo.
Se dirigieron hacia la extensión de hierba, cubierta por la nieve. Al cabo de unos minutos todos los jugadores estaban congregados en el centro del terreno de juego. Jake vio a Caley y la saludó con la mano, y ella le devolvió el saludo con una sonrisa vacilante. Estaba tan hermosa con tanta ropa de abrigo que Jake no pudo evitar la fantasía de desnudarla lentamente… Respiró hondo y cerró los ojos. Aquél no era el momento para pensar en desnudarse con Caley.
Una vez que estuvieron todos reunidos, Brett levantó la mano.
– Bienvenidos al primer y posiblemente único partido invernal de los Burtbert. Siguiendo la tradición de nuestro partido de verano anual, hemos decidido recuperar el antiguo trofeo -mostró el desatascador de inodoro que llevaba oculto a la espalda y todo el mundo se echó a reír y a batir palmas, sorprendidos de ver el trofeo después de tanto tiempo-. La última vez que se entregó este trofeo fue hace once años, y según reza la inscripción, lo ganaron los Lambert.
– Gracias a un touchdown de Caley -dijo Jake, mirándola-. ¿Te acuerdas? Adam te lanzó el balón y tú te escapaste de todo el mundo. Nadie pudo alcanzarte.
Ella lo miró extrañada.
– No lo recuerdo.
– Yo sí -repuso Jake-. Fue un partido memorable.
Rodeó lentamente a los jugadores mientras Brett explicaba las reglas de juego y se detuvo detrás de Caley, con la mirada fija en Sam y Emma.
– Parecen muy felices -murmuró-. ¿A ti qué te parece?
Caley lo miró por encima del hombro.
– Sí -afirmó.
Brett señaló la lista de ganadores, escrita con un rotulador en el asa de madera.
– Hoy nuestros capitanes serán Sam y Emma. Los equipos estarán igualados con Marianne, la mujer de Evan, y John, el marido de Ann, así que nadie tendrá que sentarse en el banquillo.
Teddy no estuvo de acuerdo.
– Nosotros somos tres chicos y tres chicas, y vosotros cuatro chicos y dos chicas. ¿A eso lo llamas estar igualados?
– John se operó de la rodilla el año pasado -dijo Brett-. Y Marianne jugaba al fútbol en la universidad. A mí me parece que estamos igualados…
Se lanzó la moneda al aire y comenzó el partido. Brett hacía de mariscal de campo para el equipo de los Burton, y cuando inició el ataque para lanzarle el balón a Ann, Caley apareció delante de ella e interceptó el pase.
Echó a correr por la línea de banda y Jake se lanzó en su persecución. Apenas tardó unos segundos en cubrir la distancia que los separaba. La agarró por la cintura, la levantó del suelo y los dos cayeron a la nieve junto al terreno de juego.
De jóvenes siempre habían jugado sin miramientos, y había sido muy divertido. Pero ahora, tirado en el suelo con Caley encima de él, el juego adquiría un matiz sexual desconocido hasta entonces.
– ¡Esto es touchfootball! -gritó ella-. ¡No puede haber contacto!
– Ni siquiera te estoy tocando como me gustaría… -murmuró él. La hizo rodar de costado y se colocó sobre ella-. Tenemos que hablar.
Ella se retorció, intentando escapar.
– Si crees que puedes convencerme para que abandone el partido, olvídalo -espetó ella-. Sólo porque me besaste aquella vez…
– Más tarde -replicó él al ver que Brett se acercaba. Se apartó de Caley y la ayudó a levantarse. Le sacudió la nieve del trasero y la mandó con su equipo, al otro lado de la línea de scrimmage-. Buena recepción -le gritó.
Un cambio de posesión llevó a Jake al ataque. Recibió el balón de Brett y echó a correr por el campo. Vio a Caley corriendo hacia él y supo que se disponía a detenerlo como fuera. Eso era lo que le gustaba de Caley. Nunca rechazaba un desafío. Pero, en vez de acelerar el paso, redujo la velocidad hasta que ella lo alcanzó.
Hizo una finta a izquierda y derecha, pero Caley lo sorprendió al seguir sus movimientos. Entonces Jake, dándose cuenta de que no iba a desequilibrarla, la agarró por la cintura y la llevó con él hacia la zona de anotación. Pero Caley le dio una patada al balón mientras corría, arrancándosela de la mano.
– ¡Balón suelto! -gritó Caley.
Teddy estaba justo detrás de ellos. Agarró el balón y echó a correr hacia la zona de anotación contraria. Jake se giró y dejó caer a Caley en la nieve. Pero cuando se disponía a lanzarse en persecución de Teddy, Caley lo agarró por la pierna y lo hizo caer. Rápidamente se montó a horcajadas sobre él y vio cómo Teddy anotaba un tanto.