– ¿Hasta cierto punto? -ella nunca había oído hablar de aquel hombre, pensó, y llevaba muchos años en aquel distrito.
– Sí, claro, hasta cierto punto. A mi padre no le gustaba que su hijo fuera educado como un pueblerino. Para él, el ego era lo más importante -dijo Luke con amargura-. Yo debía tener lo mejor. A pesar de las protestas de mi madre, me mandó a los mejores internados y a la universidad más prestigiosa de Australia. Ignoro cómo consiguió pagarlo. El hecho de que mi madre viviera al borde de la miseria no le importaba lo más mínimo. Él iba de deuda en deuda. Mentía, engañaba, estafaba… Se buscaba la vida. Yo no lo sabía. Mi madre me lo ocultó. Ella murió cuando yo tenía doce años, así que solo me enteré hace unos años de cuál era el verdadero estilo de vida de mi padre.
– ¿Y la niña?
– La niña es el resultado de un lío que tuvo con una mujer cuarenta años más joven que él-dijo Luke-. Esta mañana, esa mujer me dejó una carta, explicándomelo todo. Al parecer, la engañó, como las engañaba a todas: con el lujo. Mi padre derrochaba mucho dinero, y ella no sospechaba que en realidad no tenía nada. Se quedó embarazada y tuvo a su hija. A él todavía debía de atraerlo, porque, de alguna forma, la mantuvo. Y luego, hace un mes, mi padre murió.
Wendy hizo una mueca.
– Lo lamento.
– No se preocupe -dijo él secamente-. No nos teníamos mucho afecto. Cuando fui lo bastante mayor para darme cuenta de cómo vivía, no volví a aceptar un céntimo suyo. Lindy, en cambio, dependía de él. Me imagino que completamente. Y, ahora que él ha muerto, la han echado del apartamento.
– Ya veo -Wendy volvió a mirar hacia el coche. Y en su mirada había una pregunta.
Él la captó inmediatamente. La comprensión brilló en sus ojos y, con ella, la cólera.
– Soy agente de bolsa -exclamó, adivinando lo que Wendy estaba pensando-. Soy rico, desde luego, pero me gano la vida honestamente. No tengo nada que ver con mi padre.
– ¿Y no piensa ayudarla? ¿A…? ¿Cómo ha dicho que se llama? ¿Lindy?
– Pero si ni siquiera me ha dado la oportunidad de hacerlo -exclamó él-. Aunque estuviera dispuesto a mantener a la amante de mi padre, que no lo estoy, ella no me lo ha pedido. Yo estaba fuera del país cuando mi padre murió, y no tenía ni idea de que Lindy existía. Hacía años que no tenía contacto con él. Yo pagué el funeral y pensé que eso era todo. Pero hoy…
– ¿Hoy?
– Lindy me conocía -dijo él agriamente-. Tal vez mi padre le habló de mí y luego ella me buscó. El caso es que esta mañana me he encontrado a la niña en la puerta, con su cestita. Lindy ha dejado una nota en la que dice que solo la tuvo porque mi padre la convenció. Pero ahora no tiene dinero y no quiere cargar con una hija. Así que, se ha ido. La nota decía que la niña es toda mía.
Wendy lo miró por encima de la mesa y él le sostuvo la mirada. Líbreme de este problema, suplicaban sus ojos.
Y esos ojos… los ojos de su padre… podían persuadir a una mujer para hacer cualquier cosa, pensó ella. Habían persuadido a una joven para tener una hija que no quería tener. Y podían persuadirla a ella para…¡No! Debía mantenerse firme.
Los lazos de sangre eran el vínculo más importante para un bebé, y Wendy lo sabía. Le habían repetido esa idea una y otra vez a lo largo de su carrera como trabajadora social. Mantener los lazos familiares a toda costa. Reemplazar esos lazos solo si el niño estaba en peligro.
Aquella niña estaba sentada en el regazo de su hermanastro, agitando su cucharilla y gorjeando como si el mundo fuera su reino. Tenía un espléndido hermano mayor, sano, rico y en buena posición económica, que podía mantenerla.
– Supongo que ya no vive en Bay Beach -dijo Wendy suavemente.
– No. Tengo un apartamento en Sidney y otro en Nueva York. Viajo mucho.
– ¿Ha traído a la niña desde Sidney?
El pareció un poco desconcertado por la pregunta.
– Sí.
– ¿Puedo preguntar por qué? -dijo ella, mirándolo fijamente-. En Sidney hay muchos hogares infantiles. Solo tenía que mirar en la guía telefónica para encontrar uno.
– Yo quería…
– ¿Qué quería?
El alzó la vista y la miró fijamente, titubeando.
– Diablos -dijo, por fin-. Qué difícil es explicar esto.
– Lo comprendo.
– ¿Cómo se llama? -preguntó él de repente, y ella sonrió.
– Perdone, debería habérselo dicho. Me llamo Wendy. Wendy Maher.
– Bueno, Wendy… -él sacudió su cabeza, todavía confundido. Su hermanita había dejado caer la cucharilla y se retorcía contra su pecho, con los ojos medio cerrados. Él debía de haber parado en el camino para darle de comer, pensó. La niña parecía ahíta y soñolienta. Inconscientemente, Luke la apretó en sus brazos y la pequeña se acurrucó contra él. La mirada de Wendy se dulcificó al mirarla. Tal vez…
– Yo sabía que aquí había un orfanato -dijo él-. Me acordé y llamé para asegurarme de que todavía existía.
Cuando era niño, pasé algún tiempo aquí, en el antiguo edificio, una vez que mi madre se puso enferma y mis abuelos no podían ocuparse de mí.
– Ya veo.
– Y… -él intentaba denodadamente hacerse entender- Bay Beach es un sitio precioso para crecer.
– Sí que lo es -Wendy apretó a Gabbie. Ella no podía hacer que Gabbie creciera en Bay Beach, pensó con amargura. Pero un hogar estable era preferible a un lugar concreto.
– Pasé la mejor época de mi vida aquí, de niño -continuó él, mirándola como si tratara de adivinar sus pensamientos-. Cuando vivían mi madre y mis abuelos, todo era fantástico. La playa… la libertad… -señaló a los niños que había fuera-. Esos niños tienen suerte.
Sí, claro. Qué bonito. Abandonar a su hermana y salir corriendo, y luego decirse a sí mismo que Bay Beach era un sitio precioso para crecer…
– No, señor Grey, esos niños no tienen suerte -dijo Wendy con severidad-. Esos niños tienen problemas. No tienen padres que se ocupen de ellos. Están solos en el mundo. A mí me pagan por cuidarlos, y solo me tienen a mí o a gente como yo.
Hubo un largo y embarazoso silencio. La hermanita de Luke cerró por fin los ojos y se acurrucó en sus brazos con absoluta confianza.
Él miró a Wendy por encima de la mesa. Aquella mujer todavía era joven, pensó, pero había vivido mucho más que las mujeres con las que solía pasar su tiempo libre. Estaba muy lejos de ellas. En sus ojos había ternura, compasión y preocupación. Podía ser hermosa, pensó. Con un poco de maquillaje, un peinado moderno, algo de ropa decente… Pero no. Ya era hermosa, decidió. No necesitaba ninguna de esas cosas.
Luke contempló aquellos serenos y luminosos ojos grises y se dio cuenta de que, a pesar de lo que ella dijera,- aquellos niños tenían suerte. Sin duda, tenían problemas terribles, pero, en medio de su miseria, habían encontrado a Wendy.
– Mi hermana tiene que quedarse aquí -dijo suavemente-. No hay otro remedio. Su madre la ha abandonado, y creo que estará mejor con usted que con cualquier otra persona.
CAPÍTULO 2
EL SEÑOR Grey ya había tomado una decisión, pensó Wendy, mirándolo por encima de la mesa con preocupación. Mientras trataba de encontrar las palabras justas para responderle, se oyó un golpe en la puerta y una mujer irrumpió en la cocina. Era Erin, que llegaba tarde, como siempre.
Erin tenía veintitantos años, al igual que Wendy, pero, a diferencia de esta, era rubia, nerviosa y parecía extraordinariamente complacida con la vida. Sonrió a Wendy y levantó las manos en señal de disculpa.